Numerosos pueblos, como los chinos, los persas y los galos, solían pintar huevos de diversas aves con colores vivos para evocar el sol de la primavera, que se vive en esta época del año en el hemisferio norte, y que para los antiguos representaba un retorno a la vida.
Este rito hebreo pervivió -renovado- en el cristianismo, religión en la cual la tragedia litúrgica de la crucifixión, muerte y resurrección de Jesucristo se enlaza, además, con rituales paganos vinculados con el tema de la fertilidad y con la idea de la resurrección.
En la Alta Edad Media, los cristianos adoptaron el huevo como símbolo para festejar la resurrección de Jesucristo en la Pascua de cada primavera boreal, después de los sacrificios que los fieles se autoimponen durante la Cuaresma.
Al salir de allí, el animal habría sido el mensajero de la buena nueva, y distribuyó entre los primeros cristianos huevos pintados de colores vivos, que representaban, una vez, más, la magia del renacer, de la vuelta de la vida.
A partir del siglo XX, el huevo de Pascua adoptó definitivamente el chocolate como materia prima y, con la novedad de regalos escondidos que aparecen al romperlo, se tornó rápidamente un producto de consumo masivo que mueve negocios de millones de dólares, pero cuyo origen más remoto pocas personas conocen.
(AFP)