En política de los
Estados Unidos suele hablarse de "la sorpresa de octubre". Esto es, un evento o revelación inesperada que cambiaría la suerte de un candidato presidencial a pocos días de la elección, que desde 1845 se celebra el martes siguiente al primer lunes de noviembre.
Para
Hillary Clinton el imponderable llegó cuando un largo mes de octubre –que hasta entonces le había otorgado la mayor ventaja frente a su rival republicano, Donald Trump– se negaba a irse con su maldición agorera. El viernes 28 el
FBI anunció que reabría la investigación por el escándalo de los correos electrónicos. Y con ello la campaña de la candidata demócrata ha entrado en picada a escasas lunas de los comicios del próximo martes, mientras los números de Trump siguen subiendo en forma vertiginosa.
Ya para media semana, la primera encuesta, publicada por ABC y The Washington Post, ubicaba al magnate a un solo punto de Clinton. Remonta así una desventaja previa de seis enteros. Y se esperaba que el resto de las encuestadoras completara para el viernes el ramillete de sondeos para contento del excéntrico republicano, rechazado incluso por los líderes de su propio partido.
Por si esto fuera poco, Trump viene creciendo también en los llamados swing states (estados péndulo), que son los que definen la elección. Allí le recorta terreno a su rival en los estados tradicionalmente demócratas del cinturón industrial: Pennsylvania, Michigan y Wisconsin.
"Caballo que alcanza pasa", dicen los turfistas. De confirmarse en las urnas esta nueva tendencia, el martes estaríamos viendo una elección muy reñida hasta altas horas de la noche, con definición, tal vez, en la mañana del miércoles. Y esto sería si no hubiera un voto escondido antiestablishment (como vimos en el referéndum por el brexit del Reino Unido y en el plebiscito colombiano por los acuerdos de paz), en cuyo caso es muy probable que Trump arrase.
A menos que en estos últimos días trascendieran algunas revelaciones muy graves sobre el magnate, que a esta altura las ha capeado todas, las posibilidades de Hillary de volver a la Casa Blanca se ven hoy bastante cuesta arriba. Sus problemas de credibilidad continúan lastrando su campaña; otro tanto hacen sus dudosos vínculos con Wall Street. En general, la candidata demócrata es percibida como deshonesta. Incluso la misma encuesta de ABC y The Washington Post muestra que la gente ve más honesto a Trump.
Y de remate, está el asunto no menor de la concurrencia a votar, en un país donde el sufragio no es obligatorio. Ahí el magnate también lleva las de ganar, ya que como candidato insurgente posee un extenso núcleo de votantes convencidos –algunos fanatizados–, entusiasmo que a todas luces no despierta la candidatura de Hillary.
De modo que puede afirmarse hoy que ya no es la favorita, como lo había sido hasta hace apenas unos días. Tal vez si el FBI anuncia antes del martes que ha investigado esta nueva tanda de emails de la exsecretaria de Estado y la libera de dolo, podría torcer este revés.
En cualquier caso, pronóstico muy reservado para la elección más rocambolesca que se haya visto en la historia de Estados Unidos.