El casco antiguo de Alepo, famoso por sus zocos y su imponente ciudadela centenaria, está hoy irreconocible tras años de una guerra sin cuartel que destruyó la segunda ciudad de Siria.
Esta metrópoli del norte de Siria fue durante siglos la capital económica del país, así como un importante centro cultural que atraía a los turistas del mundo entero, dispuestos a admirar sus lugares históricos, vestigios de las numerosas civilizaciones que ocuparon una de las ciudades más antiguas del planeta.
Pero ahora sólo se ven gatos errantes en los callejones cubiertos de escombros del casco antiguo, Patrimonio Mundial de la Unesco.
Las barricadas de arena y los restos de autobuses calcinados han invadido la célebre plaza de Al Hatab, una de las más antiguas de la ciudad.
El abogado e historiador Alaa al Sayyed, originario de Alepo, no puede creer lo que ve. "Ni siquiera podía reconocerla, de tan dañada como está. Pensé 'no puede ser la plaza de Al Hatab".
Durante cuatro años, el casco antiguo ha sido uno de los frentes de la guerra. Sus vestigios guardan huellas de los combates incesantes que opusieron a los rebeldes, dueños de los barrios del este, a las fuerzas del régimen, que controlaban el oeste.
El 7 de diciembre, los rebeldes tuvieron que abandonar el casco antiguo, superados por la ofensiva lanzada por el régimen a mediados de noviembre.
Las pérdidas provocadas por las violencias en los últimos años son inestimables. El minarete selyúcida de la mezquita de los Omeyas, edificado en el siglo XI, se derrumbó.
La ciudadela, joya de la arquitectura militar islámica de la Edad Media, cuya construcción comenzó en el siglo X, perdió un sector de sus imponentes murallas.
Y el fuego destruyó parte del zoco, uno de los mercados cubiertos más grandes del mundo con sus 4.000 tiendas y 40 caravasares, que atrajo durante siglos a artesanos y mercaderes de todo el planeta.
Era "el corazón económico de Alepo, y forma parte de una herencia insustituible", lamenta Sayyed.
Atacarlo es "asestar un golpe decisivo a la economía de Alepo, ya que miles de familias, ricas o pobres, dependían del zoco para ganarse la vida", asegura.
Abu Ahmad, de 50 años, da fe de ello. Este comerciante poseía varias tiendas en el casco antiguo donde vendía las coloridas telas que tejía.
Obligado a abandonar su próspero comercio, compró un pequeño quiosco en el barrio central de Furkan donde prepara café y otras bebidas calientes para los habitantes.
"Tuve que vender las joyas de mi mujer para comprar este quiosco", lamenta Abu Ahmad, con lágrimas en los ojos. Sueña con volver al antiguo zoco, con la esperanza de que alguna de sus tiendas sigue en pie. "Soy un comerciante y no quiero abandonar mi comercio. Quiero transmitírselo a mi hijo", dice.
La guerra asoló el sector turístico cercano a la ciudadela, incluida la mezquita de Al Sultaniya.
Y en el vecino barrio de Qayul, los inmuebles residenciales destruidos por los combatientes se extienden hasta donde alcanza la vista. En las ventanas, cuyos cristales reventaron por las explosiones, se ven jirones de cortinas azules agitados por el viento.
Un gato callejero se mueve entre los escombros y se detiene para olfatear un cuerpo descompuesto en mitad de la carretera. El cementerio local tampoco se libró de los combates. Unas lápidas rotas yacen en la hierba seca.
Reina el silencio en el barrio de Bab al Hadid donde se encuentra una de las puertas de la Alepo medieval. Y cerca de la plaza homónima, construida en 1509, la bandera de la oposición, con sus tres estrellas rojas, está pintada en las fachadas de las tiendas.
En una pared del barrio desierto, un grafiti promete: "Del Hauran (región del sur) a Alepo, la revolución continúa".
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