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Tabaré, el superhéroe

Es bueno que Uruguay, y su líder más importante, empiece a reflexionar sobre si quiere ser parte y protagonista del cambio o continuar como llanero solitario en un mundo egoísta y de competencia salvaje
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25 de julio de 2017 a las 05:00

Al leer las notas periodísticas surge la percepción de que la actuación del presidente Tabaré Vázquez en la reciente cumbre del Mercosur fue una suerte de epopeya, una reivindicación de las doctrinas no intervencionistas de Calvo, Drago o Estrada, una cruzada del tipo Lavalleja y una lección de respeto por la autodeterminación de los pueblos a sus pares de la unión aduanera, a quienes les torció la mano.

También se sostuvo que el aumento unilateral de la tasa consular no había merecido ninguna enérgica protesta de parte de los otros miembros del grupo, como si estos hubieran creído en la provisionalidad de la medida y la hubieran digerido y bendecido.

No. El mismo país que suspendió a Paraguay por la destitución constitucional del presidente Fernando Lugo por parte del Congreso, que no implicaba ninguna amenaza a la vida de los ciudadanos ni una hambruna ni un cercenamiento de sus libertades, difícilmente pueda dar ahora cátedra sobre no intervencionismo en Venezuela, como si borrase las realidades y abusos que padece la sociedad venezolana en manos de un delirante (sic) como Nicolás Maduro, a un paso de hacer aprobar una reforma constitucional totalitaria por cualquier medio.

Sin iguales bases de principismo, pero con la misma contundencia en los efectos, el mismo Frente Amplio que luego de la veloz suspensión ad hoc de Paraguay votó por incorporar alegre y apresuradamente a Venezuela al Mercosur, a pedido de la socia de Hugo Chávez en el expolio a Argentina, la doctora o señora Cristina Fernández de Kirchner, ahora quiere imponer al bloque el calvario de salir a negociar aperturas o tratados al mundo con el contrapeso ético y económico invalidante de tener como socio a un país fallido, impresentable, en bancarrota, fuera del sistema y del mundo democrático, conducido por un contubernio militar con un demente como cara visible.

En el plano jurídico, al firmar la cláusula democrática que contiene el tratado, los socios aceptaron el derecho de sus pares a tomar ciertas decisiones si se verificaran las previsiones de esa cláusula. Con lo que el argumento de intervencionismo también se vuelve falaz y pueril. El comunicado que se había propuesto no contenía una declaración de guerra, sino simplemente la advertencia de que, si se avanzaba en el ataque a la democracia, se iba a incurrir en las causales que desatarían la aplicación de las sanciones previstas.

La otra afirmación presidencial supuestamente táctica de que una sanción provocaría una sobrerreacción del chavismo también refleja un cierto desconocimiento del funcionamiento del sistema internacional y hasta de la mente de los autócratas, a la vez que quita toda fortaleza a su bloque, que debería expulsar sin más al Estado caribeño, y no solo por su desprecio a la democracia.

La realidad cruda es que la actuación de Tabaré Vázquez aleja a Uruguay de los socios fundadores del Mercosur, al anteponer cuestiones ideológicas partidarias a los intereses de la alianza y aun a los intereses de Uruguay. Tal práctica, que se aplica muchas veces en el orden interno –lo que tampoco sirve– no será digerido con placer por dichos socios. También empuja por descarte al apresurado ingreso de Bolivia, que debería ser tomado por pinzas antes de darle al país apodado bolivariano cualquier lugar más allá del de oyente.

La travesura escolar del aumento de la tasa consular no iba a ser discutida en la cumbre. Estos temas se retribuyen y sancionan de modo sutil e igualmente pérfido en el día a día. Con favores que no se hacen, con recargos ocultos que se agregan, con excepciones que se hacen caer, con alguna traba aduanera o sanitaria. Esto es habitual en el mundo del comercio internacional.

A esta altura del análisis, se llega a otra fábula. La idea que tiene Uruguay de que el Mercosur es quien lo aleja de los tratados internacionales y de la posibilidad de venderle al mundo. El Mercosur es malísimo, como esta columna ha sostenido siempre. Pero no es la principal traba del despegue y la apertura oriental. La principal traba es Uruguay mismo. Con su sistema sindical trotskista que castra y castrará cualquier tratado y cualquier intento de apertura. Con el Frente Amplio cuya ideología le impide salirse de la ecuación más-impuestos-más-reparto = defendamos-nuestras-conquistas como único camino de crecimiento y bienestar, que está destinada a la anemia terminal por falta de contribuyentes idiotas.

Salvo Paraguay, con una más inteligente política, los miembros fundadores no son amantes de la apertura ni conjunta ni individualmente. Nada peor que cada uno de ellos saliendo sin voluntad y por su cuenta a enfrentarse con el mundo cruel y con su propio sistema interno de prebendas y reducida su capacidad de negociación notablemente.

Justo cuando Brasil y Argentina parecen empezar a inclinarse a una apertura, Uruguay elige transformarse en el hijo pródigo y rebelde, que es justamente lo que no le conviene. Porque cuando finalmente descubra que tiene que apostar a un aumento dramático de su comercio internacional, deberá enfrentarse para hacerlo con las presiones, compromisos y prebendas políticas internas. En esa instancia le ayudará que esos cambios que ni los gremios ni los políticos ni los empresarios quieren, sean fruto de una decisión supranacional del organismo de comercio al que pertenece.

Y ya que se habla pomposamente de coordinar políticas internas, sería bueno que de esa coordinación surgieran los cambios fiscales serios que deben practicarse tanto en Uruguay como en Argentina y Brasil. Porque también para enfrentar el frente interno sería útil que se promovieran decisiones conjuntas de todos los países el bloque, que así justificaría su existencia y la del Parlasur, que de lo contrario sería un tipo de circo costoso e inútil.

Si el presidente Vázquez realmente quiere encarar un cambio que le sirva a su país, lo mejor que puede hacer es ser impulsor de la apertura y de la unidad del Mercosur en la línea que aquí se expresa, no darle en cambio excusas para la parálisis o la intrascendencia a la que tan afecta es la unión aduanera subregional.

El fracaso paralelo de Argentina y Brasil, que no se origina tanto en la corrupción como en el estatismo y el proteccionismo, puede forzar a los dos países a intentar una apertura harto demorada. Es bueno que Uruguay, y su líder más importante, empiece a reflexionar sobre si quiere ser parte y protagonista de ese cambio o continuar como llanero solitario en un mundo egoísta y de competencia salvaje. Y luego proceder en consecuencia. Hay que cambiar al Mercosur. No debilitarlo por miedo, falta de liderazgo, visión o pequeñas consideraciones políticas o ideológicas.

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