Hacía tiempo que se sabía que esta semana los gremios docentes empezaban una huelga. La huelga empezó.
Cuando llegó el día, las autoridades de la enseñanza no tenían un plan para asegurar el cumplimiento de, más no fuera, algunas clases.
Ayer hubo liceos a los que fueron casi todos los docentes, pero no había alumnos.
¿Qué papel le cabe a las autoridades en el éxito de este paro el no haber utilizado todos los medios a su alcance –cadenas de radio y tv, por ejemplo- para convocar a clases aunque los medios de comunicación estuvieran diciendo que hay "paro"?
Cada día unos 27 jóvenes abandonan el sistema de estudio.
En general, en los medios de comunicación aparecen hablando los voceros del gremio, que representan a una parte de los trabajadores. Para los medios es imposible obviar a estos voceros y a estos gremios, porque su accionar provoca grandes efectos, más allá de la representatividad cuantitativa que tengan entre los trabajadores.
Una encuesta de Equipos mostró que en el último paro general solo un 17% de los trabajadores adhirió, pero la no concurrencia a trabajar fue de un 50% porque un 27% no pudo llegar hasta su lugar de trabajo.
No obstante, en casos como los de la educación, donde la suma del peso de los medios que se hacen eco de estas medidas y de autoridades que se muestran impávidas, el resultado genera tristeza.
Tristeza porque cada día unos 27 jóvenes abandonan el sistema de estudio, pero los expertos aseguran que cuando hay una seguidilla de paros y huelgas el ritmo de abandono aumenta.
Tristeza porque parte de las conquistas sociales que por suerte se lograron en estos diez años de bonanza están agarradas con palillos y no parece una buena manera de consolidarlas tener un sistema educativo que solo lo terminan tres de cada 10 alumnos.
Tristeza porque si no hay chances de acceder a empleo más calificado la movilidad social es una quimera.
Tristeza porque hay cuatro generaciones del cantegril; si hoy mismo cambiáramos el paso y en una revolución comenzáramos la senda de una mejora, llevaría 30 años empezar a ver los resultados. Y aún no empezamos.
Tristeza por la resignada ignorancia de quienes terminamos creyendo que cada mañana, cuando llevamos a nuestros hijos al colegio, los estamos salvando del desastre, porque de un desastre así no se salva nadie.
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