Cuando se lee a Nelson Díaz es inevitable pensar, porque el autor lo hace explícito, en algunos escritores beatniks, como por ejemplo William Burroughs. Los temas, las palabras, los ritmos, los ángulos: hay admiración, hay reverencia y hay eco. También hay guiño y tic, imitación y ventriloquia. Es inevitable cuando las teclas internas se pulsan hacia escalas paralelas.
No es la única referencia de Díaz, un escritor al que le gusta citar y mostrar las cartas con transparencia. En Resaca, una novela armada en partes y en pequeños capítulos que fluctúan entre la prosa poética, la poesía y el intercambio seco de los diálogos trillados de los policiales, se intenta un collage donde se cuelan entrevistas a personajes reales. Desfilan como en la tapa del Sgt Pepper’s beatlesco Boris Vian, Nick Cave, Charles Baudelaire, Patty Smith y otra galería de oscuros, perdedores, incomprendidos, cáusticos y famosos por su forja del sentido de la pérdida, la burla, la melancolía, la psicosis, la duda y sobre todo su expresión del peso de la vida entre los hombros.
Resaca integra un proyecto mayor, ya que continúa la saga de Operación Medusa, publicada en 2007, y que tendrá una culminación en Metástasis, de próxima aparición. Todos los títulos son responsabilidad de editorial Yaugurú. El protagonista es un tal Roger, que una y otra vez se vuelve un álter ego que serpentea por las páginas, entre sesiones con psicoanalista, una investigación detectivesca, la búsqueda de un libro de poesía, la resolución del crimen de una novia y el desenmascaramiento de una conspiración global a favor de la estupidez. Pero es en la descripción de un ambiente y de un contexto (Montevideo) donde el autor encuentra un dejo de originalidad.
Creo que en este último punto está el principal mérito de Resaca y de la pluma de Díaz. Porque al mismo tiempo que lo anterior, también es un retrato de una ciudad sucia, bastante decadente a pesar de la aparente bonanza económica, de sus ritos más reverenciados, de sus prácticas más malévolas.
Allí es donde Díaz (y Roger) transitan las calles más oscuras, escupen desde lo políticamente incorrecto, se burlan de los tambores del carnaval, de los informativos sensacionalistas, describen la mugre y los papeles que vuela el viento del río mientras los turistas indiferentes acosan a fotos al Palacio Salvo desde la plaza Independencia.
Es desde esta vereda de decadencia, por una parte orgullosa y por otra desencantada, que Díaz ha construido un collar de novelas que conforman un cuerpo coherente de estilo, que hereda mucho de una edad, de una generación que fue adolescente entre el fin de la dictadura y la salida democrática. Generación que tuvo algunas utopías pero a la que el muro de Berlín se le cayó rápido encima, su visión de inconformismo se hizo más patente en el punk, en el rock, en un radicalismo más estético que político. Una generación que vive el presente capitalista y consumista con el mascullar de una resignación.
Díaz vive en Montevideo y Montevideo se respira a través de sus libros, en forma lírica, narrativa o una mezcla que combina los géneros en un trago sincero. Se reconoce la trama de una ciudad que en muchos casos se sufre más que se disfruta, pero a la que el autor, como a esa mujer de obsesión, no puede dejar de enredarse.
Dice Felipe Polleri en la contratapa de Resaca que Díaz es “otra secreta prueba de la secreta tradición ‘maldita’ de la literatura uruguaya”. Pablo Ramos, por su parte, consigna que Díaz “es un escritor luminoso que expresa como nadie la oscuridad del alma humana”.
Quizá los capítulos son demasiado breves, quizás a los personajes le falte desarrollo. La estructura es entreverada.
Pero más allá de poses y de reverencias, la obra de Díaz tiene el mérito de escribir desde una perspectiva no muy transitada hoy en la literatura nacional, pasada de moda pero no vetusta. Sin dudas, Roberto de las Carreras disfrutaría una pizca de lo que Díaz narra con criterio literario. l
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