Espectáculos y Cultura > COLUMNA/EDUARDO ESPINA

Un gato con más de siete vidas

Una canción extraordinaria del gran Cat Stevens cumple este mes 50 años
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27 de mayo de 2017 a las 05:00
La creación estética es una facultad humana tan extraña, que ni siquiera el propio artista puede explicar cómo funciona. Lógica ni raciocinio consiguen develar el misterio asociado a la producción de efectos y contenidos artísticos relacionados a eso que llamamos 'belleza', y que no es otra cosa que un ideal del espíritu cuando consigue expresarse por sus propios medios. Si los artistas lograran entender el misterio implícito asociado a la creación lograrían sistematizarla, esto es, hacer que surja de manera regular, como si la mente fuera una usina que produce resultados en determinadas horas del día, en cierta época del año. Pero, tan impotentes a la hora de encontrar explicaciones están los artistas, que sienten gran desesperación cuando la creación desaparece por un tiempo o para siempre, sin dar motivos como para sospechar de una determinada causa específica que haya hecho cesar el funcionamiento del misterioso mecanismo.

En otras palabras, de pronto la creación se va sin decir agua va, de la misma forma como había venido. Ernest Hemingway andaba desesperado la última época de su vida, pues ni las ideas ni las formas le venían como para empezar algún proyecto de escritura nuevo. Para un escritor en serio, eso es el fin por adelantado. Sin desesperación, más bien con estoica calma –propia de un suicida profesional– se voló la cabeza cuando tenía 61 años, misma edad en que William Carlos Williams comenzó a escribir la mejor parte de su gran obra poética. Al poeta y médico de Paterson, New Jersey, la vida lo abandonó antes que la creación. Murió –contra su voluntad– cuando la creación mejor le salía.

¿Por qué William Carlos Williams escribió sus mejores poemas cumplidos ya los 60 años de edad, y en cambio Keats y Rimbaud tenían recién apenas 20 cuando dejaron culminadas sus obras? ¿Por qué un compositor escribe sus mejores piezas en una época de su vida y después la creación tiene una caída de intensidad, pudiendo incluso en algunos casos apagarse en forma definitiva? Decir que el envejecimiento de las neuronas es una de las posibles causas de la pérdida de intensidad creativa no resuelve por completo el misterio. Cuando Giacomo Puccini murió, a los 65 años, de cáncer de garganta, estaba escribiendo Turandot, obra maestra. Robert Altman, el último gran maestro del cine estadounidense, dirigió la monumental Gosford Park, a los 76 años de edad, como diciéndoles a quienes recién llegaban, "si quieren hacer cosas nuevas, ahí les dejo esta película para que aprendan". Y podría seguir.

En la historia de la música pop, desde comienzos de la década de 1950 hasta el presente, hubo compositores geniales, que califican por mérito propio para ser considerados autores ineludibles de nuestra época, esos cuyas canciones pueden hacer con facilidad la transición de hits instantáneos a clásicos intemporales. Cat Stevens (hoy Yusuf Islam) es uno de ellos. Posiblemente sea mi compositor pop favorito. Su lista de clásicos, joyitas cortitas y al pie, ha pasado de una generación a otra sin perder gracia ni vigencia e incluye: Here Comes My Baby, I've Found A Love, I Love My Dog, Lady D'Arbanville, Trouble, Where Do The Children Play? (utilizada en la película Harold and Maude, de Altman), Wild World, Father and Son, Morning Has Broken, Moonshadow, Can't Keep It In, Peace¸ How Can I Tell You?, Train, Ruby Love, The Hurt, Oh Very Young, y (Remember the Days of the) Old Schoolyard. La escucha de una tras otra evidencia de manera escandalosa la melodía propia de un genio. Si los últimos sonidos que pudiera oír antes de irme de esta vida fueran las canciones de Cat Stevens, no diría que estuvo tan mal después de todo.

En 1967, cuando tenía 19 años, Stevens grabó New Masters, segundo álbum de su carrera. El primero, Matthew and Son, el año anterior, había sido un éxito de público y crítica. New Masters, en cambio, fue, inexplicablemente, un fracaso. Para tanto fue la cosa, que algunos ejecutivos de la empresa discográfica creyeron que la carrera de Stevens sería corta. Puesto que el primer simple del disco, que contenía Kitty (Lado A) y Blackness of the Night (Lado B), no consiguió entrar en la lista de los 40 más populares de Estados Unidos y Gran Bretaña, la discográfica decidió no promocionar como simple The First Cut Is the Deepest, canción que Stevens había escrito dos años antes. En mayo de 1967 (50 años esta semana), el cover de la canción grabado por la cantante soul P. P. Arnold se convirtió en éxito de ventas en Gran Bretaña.

A partir de ese momento, la suerte de la canción cambió, transformándose en un extraño caso en la historia de la música popular. Ese mismo año, The Koobas, grupo de Liverpool como los Beatles, grabó una versión extraordinaria de la canción que pasó desapercibida, opacada por el éxito de la de P. P. Arnold. Después vino la versión de la cantante reggae Norma Fraser, y los covers continuaron apilándose, cada uno buscando aportar algo propio a la extraordinaria melodía madre creada por Stevens. Marcia Griffiths hizo en 1973 otra versión reggae, más bailable, y también más exitosa que la de Fraser, y en ese ritmo están también las de Judy Mowatt, Barbara Jones, Joy White (maravillosa), Dawn Penn, I Roy, K.C. White, Myrna Hague, Hortense Ellis (a la cual versionó luego Ranking Dread en tono rap).

Si bien todas las versiones mencionadas mantienen vigencia (es que la canción incluye eternidad propia), fue recién en 1973, cuando el londinense Keith Hampshire logró llevar la canción al número uno de algún ranking, el de Canadá. Sin embargo, fue Rod Stewart quien hizo de este tema un rotundo éxito mundial, Uruguay incluido. En mayo de 1977 –hace 40 años esta semana- The First Cut Is the Deepest era el tema número uno en varios países. En Gran Bretaña pasó el mes entero al tope del ranking. Pero ahí no quedó la cosa, pues nuevas versiones se fueron sumando: la de Bad Manners, en ritmo ska, de 1992 (pasó desapercibida, pero es buena); la del rapero sueco Papa Dee, en 2009 (llegó al número cinco en el ranking de su país), y la Sheryl Crow en 2013, que se convirtió en una de las canciones más programadas por las radios estadounidenses ese año. No muy lejos de aquí, en el festival de Viña del Mar, dos años atrás, el propio Cat Stevens hizo una versión memorable de su tema, dando a entender que cuando quiere, nadie lo canta mejor que él.

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