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Una boda entre rejas

Hubo un casamiento en el Comcar y hay varios interesados en seguir ese camino
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08 de junio de 2013 a las 18:19

Los aplausos retumbaban fuertemente y la emoción era enorme. Entre mates, pizza, tortas fritas y refresco, Diego y Tatiana se casaron en el módulo tres del Complejo Penitenciario Santiago Vázquez (Comcar) ayer al mediodía.

Hace un año, un grupo de internos construyó una iglesia dentro de este módulo, guiados por Fernando Álvarez, el pastor que hace nueve años visita el centro penitenciario con el objetivo de inculcarles la fé y a su vez es uno de los choferes personales del Ministro del Interior, Eduardo Bonomi.

“Los casamientos arrancaron en enero y este mes lo tenemos completo todos los fines de semana” comentó a El Observador el jefe del módulo, Miguel Catelotti, tras una visita realizada al centro. Diego y Tatiana son la quinta pareja en casarse; hace cinco años que se conocen y tienen un hijo de dos años. Las ganas de salir adelante y cambiar de vida, hizo que Diego apostara a la religión (evangelista) junto a sus compañeros como una herramienta para comenzar un nuevo camino.

Los preparativos comenzaron en la noche del viernes, globos de colores, serpentinas hechas con papel de color y una torta de tres pisos que decía “Diego y Tatiana: felicidades a los novios”.

El movimiento y el nerviosismo imperaba en el módulo pero todos estaban de fiesta, incluso los guardia cárceles que son tratados como parte del grupo.

Entre el merengue, las grageas y las torta fritas a medio hacer en la cocina previo a la ceremonia, apareció Diego Montiel, el flamante novio vestido de traje, corbata y zapatos bien lustrados que se lucieron entre las felicitaciones de los compañeros y policías, mientras se terminaba con la repostería de la torta.

Mientras el novio terminaba los ajustes finales, la novia y el hijo aguardaban en el patio del módulo para ingresar a la iglesia. Esta vez, no esperaron a que ella llegara al altar y se rompieron los protocolos porque “el señor está con nosotros y rompe toda la mala suerte”, dijo Diego.

La iglesia, con unos diez metros de largo, comenzó a llenarse de internos acompañados por sus mujeres y niños, entre ellos la novia con un traje blanco y el pequeño Diego de dos años con su traje a rayas y camisa marrón.

A medida que llegaban los niños, trajeron una olla con cocoa y torta fritas así como lápices de colores y globos, para que jugasen y no se acercaran a tocar la torta, lo que fue inevitable, y tuvieron que arreglar una esquinita con tenedor para que no se notara el dedazo.

Los nervios y la alegría se percibían, los novios tenían escrito en una hoja los votos matrimoniales que habían preparado para la ocasión y en el movimiento de la hoja se notaba la ansiedad que mantenían desde el jueves a la tarde, cuando concurrieron al Registro Civil para casarse. Retrasado por los controles de ingreso, finalmente llegó el pastor y más de cien personas ocuparon el lugar para rezar previo al casamiento.

El retumbar de las voces dentro del lugar resultaba estremecedor, se podía percibir como las familias y los presos se valían de ese espacio para pedir perdón por sus errores y que Dios les permita salir adelante.

Finalmente, luego de varias canciones llegó el momento de ir hacia el altar; el pequeño Diego se había dormido de tanto jugar y permitió a sus padres leer sus votos y concretar el casamiento.

Los aplausos y la sonrisa de todos llenaron el lugar rodeados de alambrados y custodias policiales, en el que cada día estos internos intentan hacer las cosas bien para ganarse la confianza y amistad de sus jefes así como los espacios de esparcimiento y trabajo que hoy poseen.

Cambio de mentalidad
Un día, el jefe del Instituto Nacional de Rehabilitación, Luis Mendoza, comentó que en este módulo uno ingresaba y los presos se paraban a saludar derechos y con los brazos atrás, decían buen día y aguardaban a que uno se retirara para continuar sus tareas.

Si bien costaba un creer eso, estaba en lo cierto. El respeto y la educación de cada uno puede sorprender.

El módulo rompe con todos los prejuicio que tiene la sociedad sobre las cárceles. “Claro, vos pensabas que ibas a llegar acá y era como las películas ¿no?”, comentó sonriendo Nazareth Bueno, uno de los internos que concurre a la iglesia. Por el contrario, la limpieza, el orden y la buena convivencia, se refleja en la cara y las motivaciones de cada hombre que vive allí.

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