Más que el intercambio solo con Chile, la significación principal del anuncio oficial de un pronto tratado de libre comercio con esa nación radica en la apertura de una puerta lateral para mayor penetración en mercados del Pacífico. Junto con la proyectada tercera planta de celulosa, la concreción de este acuerdo aportará algo de oxígeno a las esperanzas del gobierno de reactivar en el mediano plazo una economía estancada. Conlleva también empezar a liberarse, mediante TLC bilaterales, de las restricciones que le impone a los socios plenos el Mercosur, un mosaico partido en varios pedazos por el intento de la Venezuela chavista de asumir la presidencia semestral del bloque.
El tercer gobierno del Frente Amplio ha promovido desde su instalación asociarse con la Alianza del Pacífico (AP) y, eventualmente, con el Tratado Transpacífico (TTP). Pero sus gestiones han tropezado, como tantos otros temas, con la oposición de la propia alianza de izquierda. Actualmente es incierta la conclusión del TTP, que desde hace años negocian Estados Unidos y otras 11 naciones, porque los dos candidatos presidenciales de esa potencia, Hillary Clinton y Donald Trump, se han pronunciado contra la iniciativa. Pero la AP marcha viento en popa. Esta alianza de Chile, Perú, Colombia y México ha sido en cuatro años el único caso de integración económica exitosa en América Latina, habiendo liberado de aranceles el 90% de su intercambio. Representa el 40% del Producto Interno Bruto de América Latina y el Caribe y se proyecta hacia los principales mercados del sureste asiático.
Ya que el posible ingreso formal a ese agrupamiento sigue obstruido por las disidencias internas en el Frente Amplio, un TLC con Chile permitirá no solo extender el comercio con todos los miembros de la alianza sino también incrementar las perspectivas de acceso a otros mercados de naciones del Pacífico. La sensatez de la política de inserción internacional que promueve el gobierno pese a las resistencias en su fuerza política, más cerca del Pacífico y más lejos del Mercosur, fue confirmada hace poco desde Nueva Zelanda, país que pasó en pocos años de un atraso similar al uruguayo a un pujante desarrollo.
Timothy Groser, embajador neozelandés en Estados Unidos y representante de su país en la Alianza del Pacífico, aconsejó a Uruguay procurar TLC porque “funcionan muy bien si están bien diseñados”. En una conferencia que dictó en Montevideo destacó el TLC suscrito por su gobierno con China, que hoy “ve a Nueva Zelanda como parte de su seguridad alimenticia”. Gracias a este tratado, las exportaciones neozelandesas al gigante asiático ingresan con exenciones arancelarias que ponen a Uruguay en una desventajosa posición competitiva con nuestro principal cliente comercial. La administración Vázquez también procura un TLC con China, pero las negociaciones están aún en pañales. Groser señaló que “también intentamos (un TLC) con el Mercosur pero no llegamos a ninguna parte” en la década de 1990, por lo que “ahora estamos con la Alianza del Pacífico”. Sus declaraciones confirman el rumbo que debe seguir Uruguay y que parece haberse iniciado medio a escondidas con el TLC con Chile que el gobierno acaba de anunciar en su último Consejo de Ministros en Carmelo.
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