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¿Los uruguayos son xenófobos? Algunos datos para discutirlo

Si enfrentamos al Uruguay a un nuevo espejo, a uno construido en base a la evidencia disponible, nos toparemos con una sociedad de claroscuros
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25 de junio de 2017 a las 05:00
Por Rafael Porzecanski

Las sociedades suelen elegir espejos y narrativas que les ofrezcan una imagen edulcorada y embellecida. Un extendido relato sostiene que los uruguayos somos un país con una larga tradición de puertas abiertas a la inmigración y conformado por familias procedentes de muy diversas culturas y nacionalidades.

Esta narrativa sufre de serios problemas al ser contrastada con la evidencia histórica. Oculta que nuestros antepasados prefirieron, una y otra vez, la inmigración blanca, cristiana y europea y, en lo posible, calificada y próspera. Nuestra primera ley migratoria de 1890, por ejemplo, prohibía explícitamente la inmigración asiática y africana.

Décadas más tarde, se aprobarían un decreto que impedía la entrada al país de extranjeros que carecieran de "recursos para subsistir por el término de un año" (1932) y la ley 9.604 (1936) que, reforzada con decretos y ordenanzas posteriores, le cerraría de facto las puertas a la inmigración masiva de población judía europea, sometida por entonces a las garras del nazismo.

Hace pocos días, esa narrativa autocomplaciente volvió a quedar en fuera de juego tras la divulgación de algunas estadísticas sobre los uruguayos y sus actitudes hacia la inmigración.

La encuesta, realizada por el Programa de Población de la Facultad de Ciencias Sociales (UDELAR), revela que un 45% desaprueba la llegada de "inmigrantes extranjeros a vivir aquí". Adicionalmente, un 49% rechaza la inmigración porque supone una competencia por puestos de trabajo y un 47% opina que los uruguayos deberían tener preferencia sobre los extranjeros a la hora de acceder a un servicio básico como la salud.

Al conocerse estos y otros datos similares, sonaron algunas campanas mediáticas entre asombradas, alarmadas y alarmistas. Sin embargo, algunos matices son necesarios para evitar la construcción de una narrativa inversa, una especie leyenda negra sobre los uruguayos y la inmigración que sería igual de distorsionada que el viejo mito del Uruguay inclusivo y de puertas abiertas.

En primer lugar, es erróneo deducir que cerca de la mitad de los uruguayos es chauvinista y xenófoba. La encuesta mencionada obviamente arroja signos preocupantes pero no dispone de indicadores más "duros" de xenofobia como, por ejemplo, los vinculados a la predisposición a entablar vínculos sociales "intensos" con inmigrantes (vecindad, amistades y pareja entre otros).

Al respecto, en la última edición de la Encuesta Mundial de Valores sólo un 2% de los uruguayos mencionó que le molestaría tener inmigrantes como vecinos. Compárese ese guarismo con un 44% de los coreanos, un 41% de los sudafricanos, un 31% de los turcos o un 32% de los rusos, entre muchos otros casos.

En segundo lugar, si tuviésemos un porcentaje de compatriotas con una xenofobia marcada y militante, esta realidad estaría probablemente cristalizada en movimientos políticos de fuerte retórica anti-inmigratoria, en sintonía con los partidos de ultra-derecha europeos o el ala del Partido Republicano encabezada por Donald Trump.

Nada de eso ha ocurrido aquí. A la inversa, en 2008 y 2014 el país aprobó dos leyes pioneras en la región (18.250 y 19.254), altamente favorables a la inmigración abierta, desmarcándose de su vieja legislación restrictiva. De todos modos, es una pregunta abierta qué sucedería con nuestra templada y soterrada xenofobia si el país recibiese a futuro oleadas masivas de inmigrantes en lugar del modesto volumen que recibe en la actualidad.

Finalmente, toda encuesta sobre actitudes debe ser reforzada y complementada por estudios sobre conductas específicas. Al respecto, la evidencia testimonial sobre las últimas oleadas migratorias (mayormente latinoamericanas) y su relación con los uruguayos es mixta. En algunos casos hay vivencias de discriminación frecuentes por el perfil socio-económico y étnico-racial de los inmigrantes; los dominicanos y los peruanos son claros ejemplos. En otros casos, hay una buena vinculación en ámbitos interpersonales pero marcados problemas de inserción en el mercado laboral, tanto en términos de empleo como salario; algunos casos venezolanos recogidos por la prensa recientemente parecen encajar bien con este perfil. Finalmente, hay un sector minoritario con una experiencia migrante relativamente exitosa, con acceso a puestos de trabajo acordes a su calificación y con una rápida integración en otras dimensiones.

Si enfrentamos pues al Uruguay a un nuevo espejo, a uno construido en base a la evidencia disponible, nos toparemos con una sociedad de claroscuros. Hablamos de una sociedad que sesgó decididamente el perfil de sus inmigrantes en el pasado y que hoy, si bien cuenta con una legislación inclusiva, tiene por otro lado un significativo porcentaje de población que observa la inmigración con temor y recelo y un mercado laboral que, en general, está lejos de satisfacer los sueños migrantes.

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