Gabriel Pereyra

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José Mujica, una herencia desprolija, egoísta y maldita

Las esperanzas de un gobierno distinto devinieron en uno estrambótico en el peor sentido cuyos errores los pagarán los más pobres
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04 de enero de 2016 a las 09:54

¿Cómo no entender a quienes tuvieron (tuvimos) una cuota de esperanza? Un hombre que rompía con moldes políticos esclerosados, que era la representación de un país en el que se puede ascender desde el fondo del aljibe y que en el ocaso de su vida prometía "educación, educación y más educación". ¿Cómo no darle una cuota de confianza? No sé si fue promediando el gobierno de José Mujica, luego del affaire Pluna o ya sobre el final de la gestión, que una generalizada frustración se palpaba no solo entre quienes nunca confiaron sino entre los propios frenteamplistas.

Entre ellos, nada menos que el hoy presidente Tabaré Vázquez. Cuando aún no había anunciado que sería candidato, Vázquez, desde su retiro en su casa del Prado o en su consultorio, empezó a transmitir una preocupación que trascendía los eventos políticos: con su forma de actuar Mujica estaba minando seriamente la institucionalidad del país en un sentido extendido y profundo.

Por un lado, la inquietud de Vázquez, compartida y transmitida por quienes integraban el propio gobierno –entre ellos los seguidores del entonces vicepresidente Danilo Astori- se basaba en asuntos relativos al deterioro de las instituciones.

Por poner un ejemplo, la diferencia entre el discurso de Vázquez quien repite una y otra vez que "dentro de la Constitución todo y fuera de ella nada" y el de Mujica que admite que en ocasiones lo político esté por encima de lo jurídico.

Por otro lado, la preocupación compartida por Vázquez y otros frentistas se basaba en cuestiones relativas a la organización misma del gobierno. Es una desprolijidad detrás de otra, decían; la casa de gobierno se ha convertido en un lugar de peregrinación de gente de todo tipo y color, decían; lo de Pluna es un ejemplo que nadie asegura que no se vaya a repetir, decían.

Con lo de Pluna, ¡otra que quemados con leche! Por iniciativa de Mujica el Estado se embarcó en un camino que tuvo que saltearse instancias formales que terminaron con varios jerarcas procesados y, para peor, dirigentes que no eran de su sector sino del astorismo, le terminaron sacando las castañas del fuego a quien había sido el autor intelectual del desastre.

Cuando el nuevo gobierno asumió, los allegados a Vázquez dijeron y siguen diciendo que antes de gobernar tuvieron que poner en orden la casa porque era una suma de desprolijidades. En casa de gobierno quedaron desiertas una decena de oficinas que Mujica había llenado con su "barra" porque a ese lugar llegaban empresarios, diplomáticos y gente de distinto pelo y color que él u otros de su barra atendían en asuntos que debieron descentralizarse o pasarse a otras áreas.

"Venía gente insólita a decir que antes los atendía Mujica acá", dijo un jerarca actual. Los archivos y cuestiones organizativas, dijo, eran un entrevero.

Esa forma de gobernar, sumada a la convicción político-económica que se basaba en que el gasto público contribuiría al desarrollo, estuvieron en la base del agujero que se generó en ANCAP y del que, probablemente Mujica, así como ocurrió con Pluna, sea el primer responsable.

De esta forma, Mujica no solo dio por tierra con las esperanzas de quienes confiaron en él (lo de "educación y educación" quedó solo palabras), sino que le dejó una herencia espantosa a sus compañeros.

Lo que parecía que iba a ser un gobierno distinto, terminó siendo estrambótico en el peor sentido.

Espantosa en lo administrativo, en lo económico y también en lo político, porque este gobierno y el Frente Amplio todo están pasando por un calvario del que Mujica es el principal responsable. Para peor, él, que siempre fue una máquina de hablar ante el primer micrófono que tuviera cerca, ahora aparece esporádicamente, viaja por el mundo disfrutando de una popularidad condimentada con las aristas más exóticas de su personalidad, y cuando habla, cada tanto, es para justificar lo injustificable.

Lo que parecía que iba a ser un gobierno distinto, terminó siendo estrambótico en el peor sentido, desordenado, desprolijo, irresponsable y egoísta, porque tuvo en cuenta muy poco no solo la suerte futura de sus propios compañeros sino la de todo el país, dentro del cual la de los más pobres que decía defender y que son los que más sufren cuando de tapar agujeros se trata.

Un gobierno que, actuando en los años de mayor crecimiento económico gracias al frente externo, terminó integrando la lista de los peores que recuerde el país.

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