Menos población mal censada

El accidentado censo nacional ha dejado dos comprobaciones preocupantes. Una es que nuestra minúscula población, en vez de crecer como necesita el país, ha disminuido levemente en los últimos siete años. La otra fue golpear la confiabilidad del Instituto Nacional de Estadísticas. El INE se ha distinguido históricamente por la seriedad y precisión de sus datos. A diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, con el INDEC argentino, desprestigiado por adaptar sus estadísticas sobre inflación y otras áreas a los intereses del gobierno, nadie puso nunca en duda la exactitud de la información producida por el INE. Tampoco hay desconfianza ahora en la transparencia del organismo, libre de presiones gubernamentales. Pero el fiasco del censo demostró flaquezas en la eficiencia de su funcionamiento.
Una tarea que iba a llevar un mes demandó cuatro. Hubo fallas en la utilización de la moderna tecnología informática por los encuestadores. Esto evidencia imprevisión en la introducción del sistema o preparación insuficiente del personal de campo, parte del cual abandonó las tareas en otra muestra de claudicaciones organizativas. Para terminar el censo con tropezones, tarde y a las apuradas, hubo que reducir las preguntas a la población y hasta recurrir a entrevistas telefónicas, dejando de lado exigencias específicas de la tarea. El gobierno y el propio INE tienen que abocarse ahora a corregir errores y debilidades en un organismo que es esencial para el funcionamiento del Estado y de todos los agentes económicos.
El otro problema grave surgido del censo es la disminución de la población. Nuestros habitantes son varios miles menos que los 3.241.003 que había en 2004, debido a una tasa de natalidad por debajo la tasa de reposición. El resultado es un aumento del ritmo de envejecimiento de la población, seria amenaza al futuro de la seguridad social en el sistema de reparto del BPS, porque cada vez habrá menos trabajadores activos con cuyos aportes se solventan en gran parte los pagos a jubilados y pensionistas. Este peligro no afecta a los afiliados a las AFAP, cuyo retiro está asegurado por los aportes a sus cuentas personales que los liberan de depender de contribuciones de terceros.
La despoblación creciente del país, agudizada en zonas rurales, es una preocupación reiteradamente enfatizada por el presidente Mujica. Sugirió infructuosamente alguna vez alentar la inmigración desde otros países de la región, incluyendo indígenas empobrecidos. La radicación de extranjeros es deseable, aunque su utilidad depende de la capacidad y rendimiento laboral de los inmigrantes. Pero la solución de fondo radica en un aumento de la natalidad, objetivo también reclamado por Mujica pero obstruido por los legisladores de su propio Frente Amplio con leyes y proyectos que conducen a la disgregación social y al debilitamiento de las familias, con la consecuencia de desalentar la procreación. Sin solidez familiar, cimiento crucial del crecimiento en orden en toda sociedad, es muy difícil retomar un aumento poblacional y comprobar en el próximo censo, que estará mejor hecho, que hay más uruguayos que antes en nuestro despoblado país.