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¿Baño digno? Una historia de tarros, latones y lombrices: qué cambió en 10 años en el asentamiento Aquiles Lanza

El Observador volvió a recorrer el barrio una década después
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20 de agosto de 2023 a las 08:00

En el asentamiento Aquiles Lanza también vivía Patricia Valdivia, en una cabaña de Techo, en la que, cada vez que se bañaba tenía que sacar la mesa para afuera. Otra era Leonella Sánchez que, con la plata de la asignación del Mides había comprado un caño de PVC para sacar los desechos para afuera. Tenía pileta y hasta jabonera colgada, pero no tenía la ducha y sus seis hijos se bañaban tirándose encima agua calentada con un sun.

Los parásitos en los niños eran algo tan normal que una niña contó las 72 lombrices que le salieron del cuerpo en una sola noche. 

Fabiana Ramírez, en una ronda de vecinos, terminó la conservación ese agosto de 2013 con una frase que dejó a todos callados: “Prefiero un baño antes que una casa, toda la vida. El baño es esencial, por los niños”.

Pasaron diez años en el asentamiento Aquiles Lanza, al costado de Euskal Erría y la cancha de Danubio, en Malvín Norte, donde 400 familias dependían de una sola canilla y acarreaban baldes y baldes para poder apenas limpiarse. 

Hoy esa canilla ya no existe: en ese lugar hay un pizarrón de almacén que oferta golosinas, cigarros, comestibles y artículos de limpieza.

Alexandra García, donde antes estaba la canilla que abastecía a 400 familias.

Alexandra García es una de las tres mujeres referentes del barrio y que vive ahí hace más de diez años. No fue la que recibió en 2013 a El Observador, que recorría junto con Silvia Sosa, vecina de la zona, y el entonces concejal del Municipio E Nicolás Martinell, hoy director general del Ministerio del Interior.

Ahora, García repasa ante Sosa la lista de los nombres de aquella vez y dice que no, que no conoce a ninguno. Bah: 

―Ah, Fabiana, sí, la Meona. Mirá, está allá ―apunta con el dedo a un grupo de mujeres sentadas en sillas plegables al borde de un pasaje, y se va acercando― ¡Fabiana, te buscan! 

―¡A mí no me busca nadie! ― responde la Meona, con la misma tez curtida y la voz ronca con la que había hablado hace exactamente diez años.

Cuando escucha por segunda vez la pregunta sobre los baños, se acuerda. 

―Ahora tengo. Vení, mirá. 

Invita a pasar a su cabaña, ya no de madera sino de yeso, apretada, donde los cables cuelgan de como una multitud en una misma zapatilla, el lavarropas hace de zaguán y, por si fuera poco, funciona.

―Esto es hermoso, es hermoso ―repite, parada al lado de un baño recién usado, mojado, pero que tiene hasta calefón y puerta ―¿Sabés lo que es poder bañar a los chiquilines?

Fabiana Ramírez muestra con orgullo su baño

Son cinco los más chicos y seis adultos que comparten dos cabañas. Pero ellos, los chiquitos, no saben lo que es hacer pis o caca en un tacho, no saben lo que es bañarse de a partes, en tarros. Fabiana Ramírez aprendió lo contrario recién a los 46 años: lo que es que el agua caliente caiga sobre el cuerpo en forma de lluvia. Vive en Aquiles Lanza desde los 14. Hoy tiene 55. 

La parasitosis es un problema frecuente en Aquiles Lanza. También hay casos de plombemia.

Ahora, a diferencia de lo que se podía ver hace diez años, solo quedan algunos pasajes angostos, las calles son más anchas, la policía puede entrar ―y levantar polvo y hacer silbar a los vecinos que avisan que llegan los taxis―, las ambulancias también. 

La intendenta Carolina Cosse recorrió el asentamiento el año pasado, cuando mostró la limpieza de la cañada, la inauguración de una cancha de básquetbol ―donde el miércoles dos caballos comían pasto― y una plaza hecha por el Presupuesto Participativo donde hay hasta una pérgola donde proyectan que se enrede una santa rita.

Ahora los caños de agua potable atraviesan cunetas y entran en los ranchos.

Pero todavía faltan baños.

La nota que salió publicada el domingo 11 de agosto de 2013.

Jennifer Barrios es el ejemplo perfecto de por qué el tema de los asentamientos es algo de nunca acabar. Cuando ya la mayoría en Aquiles Lanza tenía los caños de agua, ella decidió irse del asentamiento en el que estaba en Bañados de Carrasco hace seis meses y empezar una vida nueva en un rancho de madera que compró por $ 60 mil frente a la caballeriza, al lado de la cañada. 

Jennifer Barrios. Tiene un baño improvisado y agua que le arrima un vecino.

Un vecino le arrima el agua, pero el baño es una construcción de chapa, con un techo que deja huecos y permite ver el cielo, un water puesto sobre la tierra y que hay que vaciar porque ni desagüe a la cuneta tiene. Dice que pidió la conexión de la OSE hace tres meses, pero que por ahora se higienizan como pueden. Los nenes chicos, de tres años, uno de ella y otro del esposo, se agarran parásitos varias veces al año. 

―Lo chicos no zafan y ahora menos con estas condiciones, por eso queremos avanzar.

 

Por eso llegó a Aquiles Lanza, y ahora se siente la única en las peores condiciones. Aunque no lo es.

El baño improvisado en la casa de Jennifer

Alexandra García cuenta que sus hijos se agarraban parásitos tres o cuatro veces al año y que, desde que cambió el azúcar por el edulcorante en la dieta eso dejó de pasar. Pero al chico, de cinco, lo trata por plombemia. 

El agua llegó ―el entonces director de salud de la Intendencia de Montevideo, Pablo Anzalone, había advertido que las conexiones para Aquiles Lanza podían demorar unos cinco o diez años más, tiempo que finalmente llevó―, pero la basura sigue acumulándose en los costados de las calles, las aguas servidas todavía corren en hileras por los caminos hasta llegar a la cañada, y a veces hastta se desvía para intentar meterse en las casas.

―Ayer estuvimos paleando y haciendo pozo porque el agua de la cloaca se nos metía para adentro ―cuenta Fabiana Ramírez, que a pesar de lo hermoso de su baño, dice que en diez años muchas cosas no han cambiado. 

―Seguimos viviendo entre las ratas.

Asentamiento Aquiles Lanza

A cada uno que se le pregunta sobre cuál es la situación legal del terreno en el que tiene su cabaña o su rancho, no sabe responder. Algunos creen que los van a realojar, pero nunca los censaron, otros dicen que están en regla, pero no son dueños del terreno y no saben de quién es.

El Aquiles Lanza está dentro del plan Avanzar del Ministerio de Vivienda, que funciona como una especie de paraguas de todos los planes vinculados a la vivienda: el Plan Juntos, el PMB y el de Relocalizaciones, además de coordinar con Mevir y el Ministerio de Vivienda. La promesa de este quinquenio es realojar o regularizar 120 asentamientos. El gobierno proyecta al final de este período tener en acción mejoras en 15 mil viviendas. Eso incluye relocalizaciones, regularizaciones, y, en todos los casos, un "baño digno". Para el Aquiles Lanza todavía se está en etapa de estudio de qué parte será realojada y qué parte será regularizada con mejoras de acceso a los servicios. 

El dinamismo, el movimiento entre barrios y el crecimiento de las familias dentro de los asentamientos hace que sea un fenómeno difícil de controlar. Porque pueden pasar hasta diez años entre la primera vez que llegaron a censar a quienes vivían en los pasajes y la llegada de soluciones. Cuando las soluciones llegan, muchos ya no están allí. O la familia está, pero multiplicada. 

Hay cambios, pero el problema es de nunca acabar. Porque, como dice uno de los vecinos de Aquiles Lanza, hay que ir con paso de hormiga: hay que ver por dónde pisás, dónde caminás. En el asentamiento no todos están interesados en que el barrio mejore, en que haya luz, en que se abra calle. Para algunos, es mejor que los servicios no entren: así pueden trabajar tranquilos.

El Programa de Mejoramiento de Barrios, por ejemplo, trabaja hace 25 años con fondos del BID y con financiamiento local. Pero no puede actuar en todos los asentamientos: solo en aquellos que pueden ser regularizables, que están ubicados en terrenos del Estado, o que no se inundan, o que no tienen problemas de salubridad. Eso limita a apenas una porción, de los más de 600 asentamientos que hay en todo el país, en los que el PMB puede actuar.

Cuando abren calles, conectan pluviales, a veces tienen que romper casas que están en el medio, y es así que se dan canastas para construir baños o cocinas. Cada canasta es de hasta $ 20 mil, aunque el monto final depende de la necesidad de cada familia. El dinero es para materiales con los que los vecinos tienen que hacer la obra, dirigidos por un técnico que aporta el programa.

El coordinador del PMB, Álvaro Martínez, dice que hoy el programa trabaja en 15 proyectos para mejoras de asentamientos de Montevideo, Canelones y Maldonado. 

En la cañada del asentamiento, la basura sigue acumulándose

Innova baños: el puntapié que se consolidó 10 años después

La organización Techo lanzó en 2013 un llamado a proyectos para diseñar baños para un asentamiento en Casavalle. En ese entonces, estimaba que 65 mil familias en todo el país no contaban con un baño y tenían que hacer sus necesidades en bolsas o tarros.

Pero la posibilidad de incluir baños en las casas de emergencia que construyen empezó a tomar fuerza recién en 2019, seis años después. Porque hacer una casa de emergencia con baño es más caro y por tanto tienen que decidir para qué casos pueden hacerlo. Más baños en casas significa menos casas. Y los que las necesitan son muchos. Hoy estiman que en el 80% de los asentamientos no hay soluciones sanitarias, aunque el número no es del todo preciso. Tanto las organizaciones sociales como el gobierno esperan los datos del censo que se está haciendo ahora en todo el país para poder delimitar la realidad de cada vivienda del país.

Este mes empezaron en Techo una campaña de recolección de fondos para construir 13 casas con baño en el asentamiento Manga 2020. Además, prevén terminar el año construyendo 39 baños independientes a raíz de un acuerdo con la empresa Softys. El objetivo, explica el director ejecutivo, Santiago Rodríguez, es que el año que viene puedan construir más de 50, y que en cuatro años logren más de 250. 

En Aquiles Lanza, Sandra Quiroga dice ni me hagas acordar cuando piensa en todos los viajes que tuvo que hacer para juntar agua de aquella única canilla, para lavar ropa, para cocinar, para limpiarles la cara a sus niños.

Beatriz Castro, que la escuchaba, quiso aprovechar para mostrar el merendero que armó desde hace unos años en la cocina de su racho. La casa es tan precaria como todas las demás, pero la diferencia una olla gigante que ya tiene la chocolatada caliente a la espera de que lleguen los chiquilines a buscar su merienda. Y un orden que sobresale entre la miseria.

Ella tiene luz, y desde hace algunos años los caños de agua potable también entran en su casa. Pero no se acostumbró a bañarse bajo un duchero. No le gusta: toda la vida se bañó con tarros, y es la manera en que se siente cómoda.

Ella es escéptica y cree que, pese a los pequeños cambios que vivieron en esta década, aunque para muchos signifique el paraíso, la foto sigue siendo la de un cantegril metido en el medio de la ciudad.

 Sin embargo, hasta se ríe:

―Esperemos que cuando vuelvan, en otros diez años, ya hayamos sacado todo este rancherío. 

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