La imputabilidad "es una cuestión jurídica y no psíquica"

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Caso Penadés: ¿qué pasa por la mente de un abusador que mantiene una doble vida?

Los expertos aseguran que no existe un perfil único ni acabado pero es frecuente que quienes cometen delitos sexuales aparenten una doble vida
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15 de octubre de 2023 a las 05:00

No se le notaba. Los documentos judiciales dicen que llevaba al menos un cuarto de siglo pagando por tener sexo con menores de edad y, sin embargo, no se le notaba. Los testimonios cuentan que a la hora en que el ocaso daba paso a la noche, en el preciso instante en que los informativos centrales de televisión resumían las principales actividades parlamentarias y criminales del día, el legislador más influyente de este gobierno, el ahora imputado Gustavo Penadés, se desajustaba la corbata e iba a la captura de sus víctimas. Pero no se le notaba. ¿Cómo puede un Penadés, un Fulano o Mengano comportarse como  un hombre adaptado a las normas sociales, zurcir con inteligencia las discusiones políticas, y, a la vez, protagonizar 22 delitos que ahora se le inculpan?

No hay un perfil único ni acabado, pero es frecuente que quienes cometen abusos sexuales o delitos de explotación sexual aparenten una doble vida: una vida pública muy adaptada a aquello que la sociedad considera correcto y otra, más privada, que no se ajusta a esa vida pública”. Sandra Romano, excatedrática de Psiquiatría de la Universidad de la República, no habla de Penadés, sino en genérico. Porque si algo aprendió esta especialista en violencia sexual es que, sin una entrevista clínica que logre describir la personalidad, es imposible dar un diagnóstico.

Un diagnóstico que, pese a su término médico, no necesariamente implica un comportamiento patológico. Porque los estudiosos de la mente saben —incluso desde antes que el austríaco Sigmund Freud teorice sobre el inconsciente— que la mala conducta no es sinónimo de enfermedad. O, dicho más sencillo: un hombre “sano” puede hacer maldades sin que eso signifique que tiene una patología que le impida tener un juicio sobre lo que hizo.

Cuando al presidente Luis Lacalle Pou le preguntaron por la imputación de Penadés, respondió: “De confirmarse en una sentencia esta situación, es una persona que desconozco”. Pero la persona, insisten los psicólogos y psiquiatras, es la misma persona.

La psiquiatra Romano cuenta que, con frecuencia, quienes cometen delitos sexuales son conscientes de las barbaridades que hacen, son capaces de razonar sobre ellas, de ponerle intelecto, pero son incapaces de sentir empatía sobre sus víctimas. No logran comprender que su accionar afecta al otro.

Los psiquiatras le llaman “disociar” a esa desconexión entre la mente y la realidad. A veces esa “distorsión” en frente al resto y, a veces, a la interna, a lo emocional. Por eso quienes participan en audiencias judiciales sobre violencia sexual suelen escuchar reconstrucciones en las que el victimario habla como si su víctima fuera un objeto y no un sujeto con derechos, con deseos, con sentimientos.

El magister en Psicología Forense Gustavo Álvarez recuerda la frase que un abusador repetía en un juicio sobre acoso sexual a una niña de cinco años: “Ella me provocaba constantemente”. ¿Cómo alguien puede pensar que una niña que ni siquiera entró en la escuela, que no alcanzó su desarrollo psicosexual, es capaz de provocar a un adulto para que la viole? “Ese freno inhibitorio, ese que surge de una pregunta de este tipo, es el que falla en un abusador sexual”. Y esa falla, aclara Álvarez, no es sinónimo de inimputabilidad.

¿Imputable?

“No es imputable aquél que en el momento que ejecuta el acto por enfermedad física o psíquica, constitucional o adquirida, o por intoxicación, se hallare en tal estado de perturbación moral, que no fuere capaz o sólo lo fuere parcialmente, de apreciar el carácter ilícito del mismo, o de determinarse según su verdadera apreciación. Esta disposición es aplicable al que se hallare en el estado de espíritu en ella previsto, por influjo del sueño natural o del hipnótico”.

El artículo 30 del Código Penal establece a qué personas se las puede responsabilizar, y a quiénes no, de un hecho reprobable. Por eso Huberto Casarotti, considerado el psiquiatra forense más notable de Uruguay, insiste en que la “imputabilidad es una cuestión jurídica y no psíquica”.

El desarrollo de la personalidad, hasta lograr la autonomía del individuo, es un proceso que demora, al menos, 16 o 18 años. No es casual que los Estados hablen de “mayores” o “menores” de edad porque, más allá de lo legal, cabe una razón psíquica que lo justifica. Casarotti cuenta que “un niño con un retardo mental, en términos psiquiátricos y no respecto a discapacidades intelectuales, no puede compartir una clase con otros niños, no se adapta a la sociedad. Un Penadés no está en esa fase. ¿Puede tener un trastorno delirante? Puede, pero no es seguro y es hasta bastante improbable por cómo se desenvolvía en el Parlamento. ¿Puede tener un trastorno neurótico? Puede, pero no es seguro. ¿Puede tener un trastorno de carácter? Es lo más probable, porque casi la mayoría de quienes cometen delitos tienen cierto grado de alteraciones de carácter sin que eso implique la inimputabilidad”.

En el llamado caso Penadés la inimputabilidad no estuvo en juego, ni siquiera hay indicios de que pueda caber un peritaje de este tipo.

A diferencia de las alteraciones físicas, las psíquicas no siempre son objetivables con la tecnología, con una tomografía computada, con una radiografía, sino por la clínica. Sucede que aquello que se llama “mente” va más allá de las estructuras cerebrales, sino que abarca todo el cableado de neuronas que hacen al sistema nervioso.

Es verdad que en la parte más trasera del cerebro es donde se sitúan las estructuras clave en lo sensorial: el ver, el oír, el oler. Es cierto que en el lóbulo prefrontal y frontal reposa en buena medida el nivel superior de integración, la construcción de cómo nos vinculamos con el otro. Pero, insiste Casarotti, “es un todo”.

Cuando Donald Trump ganó la presidencia de Estados Unidos, en 2017, algunos psiquiatras declararon en la prensa local que el magnate padecía un trastorno narcisista de personalidad. Pero la Asociación de Psiquiatría Americana exigió a los psiquiatras que no fijen etiquetas sin el estudio clínico, porque la mente pasa por debajo de radares de lo que podemos ver y, por tanto, es necesario una entrevista clínica.

Por eso Casarotti, Romano y Álvarez insisten: no se puede hablar de la mente específica de Penadés sin un estudio, como tampoco se pueden fijar etiquetas pensando que la persona que delinque lo está haciendo todo el día o lo repetirá de por vida.

En ese sentido, Romano cuenta que “el control social es de las cosas más efectivas para que alguien que explota sexualmente deje de hacerlo... porque puede que no logre empatizar con la víctima, pero sí comprende a la perfección que si sigue cometiendo esos hechos será rechazado por quienes quiere, será señalado, será presionado”. Eso, dice la psiquiatra, junto a un abordaje terapéutico, puede incidir en el comportamiento futuro.

Álvarez complementa: “Cuando hay una estructura de personalidad psicopática, la crítica social no le va a hacer mucha mella. Le puede molestar en algo la presión social, pero no lo suficiente como para tomar decisiones drásticas. Distinto es cuando hay más empatía y, por consiguiente, la presión social es vista como una tormenta”.

Sea cual sea la consecuencia, el solo hecho de que estos delitos tomen estado público ya evitan “la desensibilización de la conducta que ocurre cuando la persona sigue cometiendo hechos aberrantes y no tiene consecuencias por ello”.

* Línea Azul para denuncias de abuso sexual contra menores: 08005050

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