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Diego Delgrossi, el spot de ASSE y un tema recurrente: ¿cómo se debe hablar de salud mental?

¿Cuál es el mensaje que se debe dar a nivel público respecto a la salud mental? ¿Cuáles son las palabras que deberíamos usar?
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27 de septiembre de 2023 a las 05:04

Parece ser que hay consenso: hoy sabemos que el silencio no es la mejor opción. Tenemos claro que hay que hablar sobre la salud mental, y que hay que hacerlo sin eufemismos, sin condescendencia, con la certeza de que siempre es el primer paso —pero no el único— para empezar a tratar sus derivaciones. La postura, de todos modos, es relativamente nueva y por momentos la duda sigue atravesando los abordajes al tema. Pasa, por ejemplo, en las redacciones. ¿Cómo se habla de algo así, como trabaja y se expone, por ejemplo, el problema que tenemos con el suicidio en Uruguay? Porque está claro que durante mucho tiempo se rotuló con rojo y se tachó de la conversación pública, en una especie de “cancelación preventiva” que cargaba con errores ya en la raíz de su postulado.

Porque, para empezar, lo que no se habla se invisibiliza. Y si algo se invisibiliza es porque o bien molesta, o bien no importa. ¿Alguien, en una era donde la idea del “contagio” ha quedado obsoleta, puede pensar que hablar del suicidio o la depresión es contraproducente? Quizás contraproducente sería lo contrario: hacer de cuenta que jamás existió. Que el tabú vuelva a ser tabú. Que la salud mental se trate puertas adentro, o lo que es parecido: que no se trate.

Pero es cierto: puede ser contraproducente no usar las palabras indicadas. Hablar y hablar mal.

La semana pasada el tema volvió a discutirse a nivel público. Lo que pasó fue que el humorista e historiador Diego Delgrossi participó en un spot de ASSE en el marco de una campaña de concientización que generó malestar en profesionales de la psiquiatría uruguaya por la forma en la que se expuso el tema. En este caso, la cuestión no radicó en hablar o no, sino en cómo se lo hizo.

De lo que Delgrossi dijo, lo que causó mayor cuestionamiento entre los profesionales fue lo siguiente: “Hay momentos en los cuáles nos sentimos mal, a veces se dice bajón, ahora le dicen depresión. La cuestión es que el gran miedo es comentarlo".

Entre las voces disconformes con el video estuvo la del psiquiatra y profesor emérito de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República, Ricardo Bernardi. "Bajón no es igual a depresión —comentó—. Una de las características que tiene la depresión es que la persona que la sufre no se siente con capacidades para hablarla. Es como pedirle a un asmático que respire hondo. Él sabe que tiene que respirar hondo, el tema es que no puede", le dijo a El Observador.

El presidente de la Sociedad de Psiquiatría, Artigas Pouy, también se expresó en la misma línea: “A una persona deprimida decirle que vaya a la rambla a comer bizcochos no sé de qué le sirve, por más que te lo diga un comunicador. Este video tiene que ser acompañado de otras acciones, que estén en el marco de un plan".

Más opiniones se sumaron al caso, Delgrossi defendió su acción y su colaboración desinteresada, y aseguró que la idea del spot no había sido decir que “hablarlo” soluciona todo el problema, sino que era el primer paso para hacerlo.

Y pasaron los días y el tema se volvió a diluir. Y la pregunta, poco más de una semana después, sigue colgada: ¿Cómo hablamos, entonces, de la salud mental de forma pública?

Romper la losa del estigma

En 2019, en el marco del Día para la prevención del suicidio, el Ministerio de Salud Pública impulsó un taller para periodistas que buscaba mejorar la forma en la que estos temas se proyectan a la sociedad. 

En ese taller, que fue dictado entre otros por responsables del Área Programática de Salud Mental del ministerio y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), se puntualizó y se trató de tirar abajo determinados mitos inherentes al suicidio, incluidos aquellos que se vinculan a la forma en que los hablamos y los tratamos en los medios. ¿Lo más importante? La idea equivocada de que no se puede hablar del suicidio en los medios de comunicación porque hacerlo estimula a cometerlo.

“El silencio es el peor enemigo del suicidio —se puede leer en este artículo de El País de Madrid—. Hablar de ello y exteriorizarlo es, según los expertos, una puerta de salida para buscar ayuda y prevenirlo. También desde los medios de comunicación que, por temor al efecto contagio, han sorteado un fenómeno que dejó 3.679 muertos en 2017, casi el doble que por accidentes de tráfico. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), hablar del suicidio en los medios puede tener, incluso, un efecto protector, si se trata de una cobertura responsable y no sensacionalista. El efecto contagio, apuntan los expertos, deviene de malas praxis profesionales que son evitables”.

Poner en palabras la depresión o el suicidio tampoco es historia nueva. En muchos casos, romper ese tabú ha significado hasta textos fundacionales y artísticos que todavía siguen vigentes, como el luminoso ensayo El dios salvaje, del poeta y ensayista inglés Al Álvarez, en donde aborda su propia depresión, un intento de suicidio propio y el de una de sus amigas más cercanas, la también poeta Sylvia Plath. Su figura quedó irremediablemente vinculada al episodio en el que se quitó la vida, y su amigo la revaloriza por fuera de ese tema, pero incluyéndolo en el corazón de su texto.

Pero por fuera de ese lugar tan descarnado y autorizado como las propias vivencias de quienes lo padecen, la salud mental en el discurso público ha necesitado de ciertos parámetros para que el mensaje llegue con éxito, sin las deformaciones que cargan los prejuicios y el historial estigmatizante.

¿Cuál es, entonces, el mensaje que se debe dar? ¿Cuáles son las palabras que tenemos que decir?

Según explica la psiquiatra Sandra Romano, directora de la Clínica Psiquiátrica de la Facultad de Medicina, saber nombrar es una de las claves para evitar tropiezos y malas definiciones.

“Es importante cómo se nombran las cosas, poder no estigmatizar el uso de determinadas palabras, usarlas en forma adecuada cuando corresponde. Debemos saber que los trastornos mentales existen e implican condiciones de vida que dan sufrimiento a las personas que están en esa condición”, explica.

Y luego agrega: “Cuando uno habla sobre los trastornos mentales tiene que tener claro que no es una condición que define a la persona, es una situación que condiciona su forma de vida y lo que está ocurriendo. A las personas les pasan cosas que se llaman de determinada manera. Una persona no es depresiva o esquizofrénica, diría en cambio que tiene depresión, que tiene esquizofrenia. Y eso implica saber explicar qué es lo que esto implica para la vida de esa persona. Por eso siempre es muy útil que se habilite a las personas que están en esa condición, que pasan por algo así, a tener un lugar para transmitir lo que les pasa. No se trata de exponer a la gente, sino darle una voz.”

Hay varios manuales que abordan cuál es la mejor forma de hablar del tema. Romano opta por uno editado por la Confederación de Salud Mental de España que, por ejemplo, estipula una serie de pasos claros. Entre ellos se destacan documentarse antes de replicar estereotipos, hablar de “personas con problemas de salud mental”, no frivolizar su situación a partir del lenguaje, hablar con naturalidad, a la hora de ilustrar con imágenes evitar aquellas que muestren personas desequilibradas emocionalmente o que transmitan soledad o aislamiento, evitar establecer un vínculo entre violencia y salud mental, sacarle la culpa a quienes padecen el trastorno o a sus familias y más. Todo tiene que ver, en algún sentido, en correr el prejuicio histórico que ha sobrevolado a estos padecimientos.

“A lo largo de los años —indica el manual—, el colectivo de personas con problemas de salud mental y sus familias y entorno ha vivido bajo la losa del estigma. Una losa muy pesada, cargada de falsos estereotipos y prejuicios, que no ha permitido a estas personas dar grandes pasos hacia su integración en la sociedad, su recuperación o su reconquista de derechos. (...) Utilizar las palabras adecuadas, ofrecer información con carácter positivo que promocione el cuidado de la salud mental, evitar la estigmatización a través de imágenes, dar datos contrastados o permitir que sean las personas con trastorno mental las que cuenten sus propias historias, son algunas de las claves que pueden ayudar a romper esta losa definitivamente.”

En el texto anterior, además, subyace una cuestión que los especialistas enfatizan: el tratamiento de estas cuestiones no solo involucra a los agentes directos, como a las autoridades de la salud, sino a la sociedad por completo. Esa es la otra lección que, desde el punto de vista colectivo, se debería aprender.

“Una de las cosas que están bastante claras es que la prevención, tanto de las conductas suicidas como de otros tipos de trastornos mentales, no son acciones que tengan que ver exclusivamente con el sector salud. En la prevención se involucra a la sociedad en distintos niveles. La atención profesional, el apoyo de los pares y la sociedad dando un mensaje sin señalar en forma estigmatizante y sin discriminar, generando espacios sociales inclusivos”, concluye Romano.

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