Para innovar regularmente tenemos que integrar dos maneras de pensar, dos chips mentales, bajo el mismo techo.
El primero, es conocido: el día a día. Llamémosle operaciones.
Aquí lo importante es tener un plan y seguirlo. Tener procesos definidos y respetarlos por ejemplo con ayuda de un Sistema de Gestión de Calidad. Mantener los costos controlados, los proveedores cumpliendo y los clientes comprando y pagando cual relojitos.
No es soplar y hacer botellas porque el mundo no funciona como un relojito y cada tanto nos regala incendios. Pero la idea es esa: desde fabricar alimentos, dar un servicio de salud u operar un centro logístico, en un día normal tenemos mucho de más de lo mismo. La sorpresa, en este chip mental, es enemiga.
El segundo también es conocido, pero menos practicado, y tiene que ver con la voluntad de explorar.
Y dije explorar en lugar de “innovar”, porque sucede que innovar es una palabra que está desgastada de tanto usarse. Así que por ahora usamos explorar.
El chip explorador funciona distinto:
El chip explorador te lleva a aprender, a entender de modos nuevos a tus clientes, y a finalmente orquestar nuevas propuestas que instalas en el mercado.
Además de lo diario, tu organización tiene que construirse un futuro, lo que incluye empezar a hacer cosas nuevas que hoy no hace.
Por ejemplo, eras un desarrollador de soluciones de informática, y tuviste que aprender a proporcionar servicios en la nube. Eras un banco de sucursales, y tuviste que incorporar banca digital. Eras un Instituto de capacitación presencial, y tuviste que aprender a dar cursos en línea.
Al principio no sabías ni por dónde empezar, y hoy con el diario del lunes y en retrospectiva, te terminó resultando claro: lo incorporaste y ni siquiera recuerdas cuándo fue la última vez que hiciste “lo viejo”.
Antes de hacer algo nuevo, tenemos que aprender. Y para eso, tenemos que aceptar volver a ser, en algún grado, ignorantes.
El lado B comienza con un acto de humildad. Explorar es estar dispuesto, regularmente, a abandonar el caparazón protector de lo conocido, sus frágiles privilegios y su falsa noción de seguridad.
Además, no lo hacemos solos y en nuestro fuero íntimo, sino que nos exponemos en equipo, a la vista de compañeros y jefes. Por eso, el lado B tiene sabor a tribu.
El segundo chip exploratorio necesita el primero de operaciones. Se construye en adición y no en sustitución.
En realidad, el lado B se roba.
Parece que nunca es buen momento para generar y sostener nuevas propuestas. Siempre hay una demanda más acuciante y cierta, en contraste con la promesa incierta de innovar. Así que con frecuencia la única opción es hacerlo de todos modos. Algunos tips:
Reunirse regularmente: por ejemplo cada 15 días trabajar en equipo en ideas nuevas. Es importante mantener un ritmo.
Educarse: aprender sobre cómo llevar adelante un proyecto de innovación, tanto desde el rol del colaborador como en el rol del líder (y de su jefe).
Debatir poco y aprender mucho: limitar los debates internos. Si hay opiniones encontradas sobre cómo va a reaccionar el cliente a la nueva propuesta, vayan a hablar con el cliente.
La exploración se hace en terreno, en la selva del mercado, en el mar de clientes. Se descubre poco desde una sala de reuniones.
Adivinar poco y probar mucho: ante la duda, probar. ¿No sabes si tal tecnología funciona? Probala. ¿No sabes si el cliente pagaría por el nuevo producto? Conversalo. La exploración incluye hacer todo lo necesario para bajar el contenido de adivinanza que tiene tu idea.
Estos cinco tips están al alcance de cualquier equipo y sus líderes que decidan pasar por la incomodidad de explorar para lograr algo mejor en el futuro. En cualquier empresa. En cualquier organización. En cualquier dependencia del Estado. No tenemos que ser un Elon Musk ni trabajar en enormes compañías para desarrollar el lado B.
Sólo tenemos que decidir, de a ratos, andar en tribu buscadora y sin caparazón.
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