Los estudiantes de UTU faltaron, en promedio, entre 31 y 32 días.

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¿Qué pasen todos? El 17% de los alumnos de UTU promovió el año habiendo faltado a la cuarta parte de las clases

“Es un problema que los pibes no vayan a clase, (solo que) no parece adecuado que para resolver ese problema se los deje repetidores”, justifica experto en educación
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23 de junio de 2023 a las 05:02

La repetición ya no es la repetición. Aquella vieja ecuación que colocaba a cada estudiante según su edad en un grado, en el que debía aprender determinados contenidos para pasar al siguiente, y en el que promover o no estaba sujeto a que asistiera a clase (de lo contrario se entendía que era imposible aprender), de pronto cayó por la vía de los hechos. Incluso previo a la puesta en marcha de la llamada transformación curricular.

Prueba de ello, al menos 5.504 alumnos del ciclo básico de UTU fueron promovidos (parcial o totalmente) el año pasado pese a haberse ausentado a más de la cuarta parte de las clases. Significa la quinta parte de los promovidos o, lo que es lo mismo, el 17% de la matrícula. De hecho, 651 de esos estudiantes faltaron más de la mitad de los días lectivos. Así lo confirman los datos oficiales a los que accedió El Observador a través de una solicitud de información pública y que no contemplan a otros 4.163 alumnos que también faltaron al menos el 25% de las veces, que tuvieron más de seis asignaturas bajas e pero lograron una promoción “condicional" (técnicamente no promovieron hasta salvar un examen integrador).

¿Cómo es posible que en el ciclo básico de UTU haya aumentado la promoción ante tamañas cifras de inasistencia y sabiendo que la mitad de los alumnos se ausentó 22 o más días? Laura Bianchi, directora de Planeamiento del subsistema, había dicho a El Observador que “la emergencia sanitaria del covid-19 obligó a cuidar y reforzar el vínculo, a cobijar a los estudiantes para que no caigan del sistema y los docentes se animaron a probar distintas estrategias” que, reglamento nuevo mediante, llevan a que, poco a poco, “el paradigma tienda a centrarse en los acompañamientos y que los alumnos no caigan en el camino”.

Eso no significa que faltar o no a clase dé lo mismo. “Es un problema que los pibes no vayan a clase, (solo que) no parece adecuado que para resolver ese problema se los deje repetidores”, explica el doctor en Educación Antonio Romano, quien en la pasada administración del Frente Amplio conducía el Planeamiento de la ANEP y fue un abanderado de que se flexibilice la repetición.

La filosofía detrás de este planteo —que es la misma que fundamenta la actual reforma educativa— es que no tiene sentido penalizar al estudiante sin ofrecerle nada a cambio. Por el contrario, si la enseñanza es obligatoria hasta el término del bachillerato, se supone que la inmensa mayoría de la población estudiantil corre con las chances de alcanzar esa meta y es responsabilidad del propio sistema dar respuesta a los posibles rezagos.

Es cierto que quien acude a clase sigue teniendo más chances de llevar los cursos en tiempo y forma. Entre los que se ausentaron menos del 25% de los días lectivos en UTU, el 73% obtuvo la promoción total. En el otro extremo, entre quienes asistieron menos del 25% de las veces (4.029 alumnos), un 40% quedó repetidor, otro 2% pidió pase a otro centro educativo, solo el 1% promovió y todo el resto quedó condicionado a cómo le iría en el proyecto integrador de febrero.

¿Cómo es posible que un alumno falte más del 75% de los días e igual pase de grado? Imagine un estudiante que, por razones médicas, mudanzas por el trabajo de los padres o problemas familiares, o porque tiene que salir al mercado laboral para darle de comer a sus hermanos se ausenta más de la cuenta. ¿El sistema tiene que expulsarlo y decirle que vuelva a intentarlo el año próximo, bajo las mismas condiciones, o es preferible que continúe con su grupo de amigos, con una contención y que reciba un trato lo más personalizado posible para ponerse a tiro? El dilema detrás de esa pregunta es el cambio de paradigma en el que Uruguay —y la UTU— se sumergió en los últimos años.

Por eso los pedagogos insisten en que, de ahora en más, la repetición ya no debe ser tomada como un valor estadístico de relevancia, porque dice poco sobre la calidad del sistema educativo. En todo caso habla más la cifra de inasistencias que la propia repetición.

En promedio un estudiante de UTU faltó a clase entre 31 y 32 días. ¿Qué pasaron en esos días? ¿Qué se perdió? ¿Qué no aprendió? Ahí está parte del talón de Aquiles del sistema.

“Hay que entender por qué el estudiante no va: el sistema no puede conformarse con una respuesta automática en que se asocia un número de faltas a repetir”, dice Romano, quien entiende que poner la centralidad en el estudiante se ve en las herramientas que se le brinda y en cómo se toleran sus tiempos.

El talón de Aquiles, por más esfuerzos en acompañamientos, acaba acentuándose en malas condiciones de estudio: ausentismo y rotación docente, asignaturas que no trabajan integradas y grupos superpoblados. Según los datos a los que accedió El Observador, por ejemplo, el año pasado hubo 232 grupos de UTU con entre 36 y 45 alumnos, y otros 79 con más de 45. Por lo que el banco vacío queda desdibujado entre esa masa de estudiantes.

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