Los refugiados que llegaron a Guantánamo cuando arribaron a Uruguay.

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El "estigma" de Guantánamo que sigue pesando sobre los cuatro refugiados que quedan en Uruguay

Ocho años después de su llegada han tenido una suerte dispar. El que primero logró integrarse es el que está hoy en peor situación
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07 de enero de 2023 a las 05:03

En una madrugada de los primeros días de diciembre de 2014 fueron llevados a un avión militar. Vestían su característico uniforme naranja. La mayor parte del viaje la realizaron encapuchados y con grilletes. Les sacaron los implementos de seguridad cuando empezaron a sobrevolar el espacio aéreo uruguayo. Ya estaban bajo protección del país y así se los comunicó el agente del gobierno que hizo el viaje con ellos: "Ahora son libres", les aclaró, mientras les sacaban las cadenas y podían ver con sus propios ojos el misterioso lugar al que estaban llegando. 

Habían pasado más de una década en la Cárcel de Guantánamo, acusados sin juicio por Estados Unidos de varios delitos de terrorismo, y ahora llegaban Uruguay mediante un acuerdo que el gobierno de José Mujica había suscrito con el entonces presidente de Estados Unidos, Barack Obama, para recibirlos. 

Los primeros meses concentraron la agenda pública, que seguía cada uno de sus movimientos en Montevideo y sus primeros problemas.

Ocho años después, de los seis que llegaron a Montevideo, hoy son cuatro los que quedan. 

Todos siguen manteniendo algún tipo de contacto con Christian Mirza, el sociológo que casi desde el principio actuó como su "nexo" ante las autoridades uruguayas. "Cada tanto nos vemos", cuenta Mirza a El Observador y destaca que, después de todo este tiempo, cada uno a su manera pudo integrarse en la sociedad. Y están agradecidos por eso.  

De otra forma, apunta, no hubieran podido sobrevivir, aunque les queda el sabor agridulce de tantas vicisitudes por las que tuvieron que pasar para llegar donde están hoy, que todavía es lejos de una vida estabilizada. 

El contacto de Mirza es, sobre todo, con los dos exrefugiados que tienen una realidad económica un poco más estable en términos relativos. Son tunecino Adel bin Mohammed el Ouerghi y el sirio Omar Mahmoud Faraj. Desde hace un par de años los dos son socios en Alibaba, un restaurant y casa de comidas ubicado en el Centro de Montevideo. Ofrecen especialidades propias del Medio Oriente. Llegaron allí después de haber desempeñado otros trabajos, como ayudar en la gestión de un estacionamiento cerca de la Intendencia de Montevideo. 

Mirza dice que, a tanto tiempo de su llegada, hay algo que los une y que, más allá del periplo personal de cada uno y la suerte que les ha tocado, ninguno ha logrado sacarse de encima el "estigma" de haber estado preso en Guantántamo. 

El "estigma" parece haberse ensañado con el sirio Alí Shaaaban. Poseedor de un diploma internacional en comercio exterior y dominador de cuatro idiomas, vive de dar clases de inglés y árabe en un centro de enseñanza privado de Montevideo. 

Mirza recuerda que, hace pocos años, Alí se presentó ante una reconocida empresa multinacional instalada en una zona franca, con grandes chances de acceder a un empleo muy bien remunerado en su especialidad. Las pruebas y tests a los que fue sometido resultaron perfectas. Todo marchaba hasta que tuvo que explicar los "diez años en blanco" en su currículum durante su estancia en Guantánamo. "Allí se dieron cuenta quién era, y no lo contrataron", dice. 

Según Mirza, el que hoy está en una situación "horrible, muy complicada" es Ahmed Ahjman, el primero que había logrado insertarse laboralmente. Fue también el que más rápido se integró a la cultura uruguaya y en poco tiempo ya hablaba un español fluido.  

Después de varias gestiones en agosto de 2018 el ciudadano sirio logró inaugurar Nur Dulces Árabes, un emprendimiento gastronómico enclavado en el Mercado Agrícola de Montevideo (MAM). Pero la pandemia liquidó literalmente el proyecto y nunca logró recuperarse.

Pero aún: quedó muy endeudado.  

Ahora, el sirio trata de vivir vendiendo sus dulces entre conocidos y particulares, y vive en la casa de unos amigos. "Traté de ayudarlo, pero no logré demasiado", lamentó Mirza. Entre otras acciones, gestionó ante la Intendencia de Canelones para ver si podía canalizar allí su proyecto, pero no dio resultado.  

Todos, además, desde 2021 pasaron a tener que vivir sin la ayuda que les proporcionó el Estado desde su llegada y que iba dirigida fundamentalmente a que pudieran financiarse una vivienda. El gobierno había amagado varias veces con cortar esa ayuda pero tuvo que ir postergando la decisión año a año ante la imposibilidad de los exrefugiados de subsistir por sus propios medios. 

El acceso a un empleo estable siempre fue, dice Mirza, su mayor necesidad y la única forma en que lograrían zafar de la asistencia estatal. "Todos siempre manifestaron su voluntad de trabajar", recuerda. Pero eso nunca se logró.  

Y aquí es donde aparece con más fuerza el "estigma" de Guantánamo. "Vayan a donde vayan y presenten un currículum, tienen un valor negativo agregado", afirma. "Los diez años que estuvieron presos allí los sigue marcando de manera atroz". 

Mirza dice haber hecho también gestiones personales ante varias cámaras empresariales, "tratando de sensibilizar" sobre la situación. Incluso, ofreciéndose "salir de garantía" por la rectitud y la conducta de los exrefugiados. No tuvo resultados. 

Los que se fueron

El gran misterio sigue siendo qué fue de la vida de Abu Wa'el al Diyab, que hasta 2018 concentró la atención pública del grupo. Lo que último que se supo de él es que había sido visto cerca de la frontera entre Turquía y Siria, su país natal y en el que, por otra parte, había sido condenado a muerte por disidencia.

En julio de 2018 la agencia rusa Sputnik  había consigando que Diyab había intentado ingresar a Turquía con una pasaporte falso, fue detenido, llevado a la frontera y liberado en suelo sirio. 

Desde su llegada, Diyab había dado claras muestras de querer irse de Uruguay. El primer intento de salida fue hacia Argentina. Luego llegó el turno de Venezuela, también sin éxito. Intentó viajar Rusia pero fue frenado en San Pablo por falta de visado. 

Diyab copó la agenda mediática y la preocupación del gobierno cuando decidió iniciar una huelga de hambre para exigir reunirse con su familia, que vivía en Turquía. 

Mohammed Tahamatan es es el otro integrante del grupo que llegó de Guantánamo y terminó emigrando. Al palestino –que, por lejos, fue el que mantuvo el perfil más bajo de los seis exrefugiados–  también lo seguía el "estigma" apenas intentó dejar Uruguay. En 2018 quiso ir por Turismo a Mendoza pero las agencias de seguridad de Argentina emitieron una alerta por terrorismo ante su presencia. En 2019 hizo el intento de emigrar a Jordania, pero su ingreso fue rechazado. 

El último intento fue exitoso: Tahamatan logró emigrar a Turquía, y allí vive desde entonces con su familia. 

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