Dejó la escuela y jamás aprendió a leer

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El Pantera, el reciclador que fue promesa de Nacional y hoy vive de lo que otros desechan

Viaja a caballo por las calles de Montevideo, sin siquiera saber leer los nombres, en busca del sustento que encuentra en aquello que otros ven como suciedad o acumulación
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15 de enero de 2024 a las 05:00

El Pantera despierta con una misión: atravesar Montevideo ocho kilómetros de ida y una misma cantidad de regreso al trote de su caballo sin ser multado, acertarle a la dirección del colegio donde debe recolectar mesas y bancos en desuso porque jamás aprendió a leerse los nombres de las calles, y hacer malabarismo para que en el carro quepa el suficiente mobiliario que le evite un segundo viaje por la ciudad. Todo bajo un sol cancerígeno de verano, sin agua ni repelente, sin libreta, y decenas de moscas danzando sobre la cabeza del Cholo.

El Cholo, el caballo de pelo blanco que acompaña al Pantera desde hace dos años en los más de 25 que lleva como recolector con tracción a sangre, es el primero en aprontarse. Su amo le da un poco de calabaza picada que consiguió en una feria local, le ajusta las cuerdas para que no salga disparando, y le coloca una malla sombra negra sobre los ojos “porque se asusta cuando ve un ómnibus muy cerca”.

Recién entonces es el momento del Pantera para entrar en acción. Se pone una remera del Barcelona, de aquella época en que Messi era el goleador, y que algún vecino se la obsequió cuando renovó el armario. La tela un tanto desteñida, pero que otrora era roja y azul, tapa el tatuaje que lleva impreso en el pecho, a la altura del corazón: el escudo de Peñarol.

Antes, casi cincuenta años antes, Manuel “Pantera” Feria era una joven promesa del Club Nacional de Football. Era un golero ágil y despabilado —poco adepto a los entrenamientos—, que era disputado por distintos equipos y fue apodado “Pantera” por el color rosa de la camiseta con que jugaba. Pero él, que se reconoce “no hecho” para acatar órdenes y que embandera el axioma “más vale muerto que hacerle caso al patrón”, abandonó el fútbol en busca de su libertad.

La hermana del expresidente Sanguinetti es una de sus clientas fijas.

En una radio portátil, una versión mejorada de las Spika que los veteranos llevaban al estadio, pasan las noticias. Pantera escucha con curiosidad las fechas de los clásicos del verano, las alertas por altas temperaturas y se detiene a comentar una información que lo perjudica: “La Intendencia de Montevideo evalúa como muy positivo el operativo de recolección de residuos durante las fiestas… hubo récord”.

—Si habrá miseria que ni desechos deja la gente…

Pantera se ríe. Lo toma con humor. Pero en el fondo sabe que su vida cabalga a la par de lo que los otros desechan. Unos cartones que se revenden a $ 18 el kilo, una ropa que su esposa luego comercializa en la feria de Piedras Blancas, una bicicleta sin freno para regalarle a uno de sus tanto nietos, un…

Esta jornada la misión incluye bancos y escritorios del colegio Adoratrices. Es parte de la zafra: durante los fines de diciembre y comienzos de enero, en ese preciso instante en que instituciones y vecinos rearman el año, los recolectores como Pantera sacan la mayor ganancia.

Los recolectores a caballo, como Pantera, atraviesan tiempo de extinción. “La Intendencia me quería convencer de que me pase a un motocarro —esos que van a domicilio a retirar hasta escombros con solo llamar por Whatsapp—, pero es más gastadero en el motocarro que en el caballo”.

A mediados de julio de 2017, cuando la comuna estaba liderada por Daniel Martínez, dio inicio a un plan de sustitución de los caballos por motos con carros. Uno de los hijos del Pantera aceptó el reto, incluso por las calles padre e hijo se saludan al grito de “Bueeeno” de uno y un bocinazo del otro. Pero Pantera, fiel a su estilo, prefirió la tradición.

—¡No voy a estar cambiando a esta altura del partido!

Como el cambio en el sistema de recolección puso en jaque su manera de ganarse la vida, el Pantera apostó a los clientes fijos. Una empresa de transporte interdepartamental le regala las baterías de ómnibus en desuso, los cueros viejos de los asientos, los cartones sin uso de las encomiendas. Y la hermana del expresidente Julio María Sanguinetti le dona “todo lo que ya no usa en su estancia… es una gran clienta”.

Así, sin jubilación por más que a su edad ya podría estar viviendo de los que hubiese aportado, se la rebusca, saca unos “20.000 pesitos al mes” y no lo cambia por nada.

Las decisiones porfiadas del Pantera empezaron poco antes de tercer año de escuela. No le gustaba estudiar ni que la maestra le dijera qué hacer. Por eso abandonó Primaria antes de aprender a leer y escribir, y se dedicó a ayudar a su madre engordando chanchos.

Al Centro de Montevideo iba poco, y menos lo hace ahora en que el ingreso con caballos está prohibido y “el tránsito está bravísimo”.

Por eso la ruta que lo lleva al colegio en esta misión es un desafío para la memoria. Sabe que tiene que hacer todo General Flores, circunvalar el Palacio Legislativo, y adentrarse al Centro por una de las desembocaduras. ¿El nombre? No lo recuerda ni lo sabe leer. Pero llega.

El Pantera es así, cuando le dicen que “no”, él busca la alternativa. De hecho, se jacta de haber encontrado junto a su esposa Carmen “la fórmula de la felicidad”: están juntos hace añares, pero cada uno vive y duerme en casas que, pese a compartir el mismo terreno, están separadas.

Carmen vive en una casa separada.

Salvo cuando llueve demasiado y el agua inunda hasta donde empieza la cama de ella, ambos mantienen sus espacios independientes. Hasta el cuidado de los animales está dividido: ella con los perros y él con el Cholo.

El célebre entrenador equipo Pat Parelli decía que “a un caballo no le importará lo que sabes, únicamente cuánto te importa él”. El Pantera —pese a jamás haber escuchado sobre Parelli ni saber leer— lo entiende. Por eso se molesta cuando “las protectoras de animales” hablan de maltrato “sin jamás haberse dedicado al cuidado”.

—Al Cholo lo llevó como máximo al trote, jamás al galope porque lo rompo a las dos semanas —Pantera habla de su caballo como un bien preciado que va más allá de una herramienta de trabajo.

Hubo un tiempo en que la división de Bienestar Animal de Ganadería paraba al azar a los recolectores para conocer el estado de los caballos. El Pantera dice con orgullo que “jamás le dijeron nada”.

Lo que le asusta en esta misión al colegio del Centro es el tránsito y la subida de General Flores “que parece la ladera de una montaña”.

—¡Saca la mano! —Pantera grita para antes de doblar.

Y así, al trote, con ritmo constante y atendiendo las normas del tránsito, va cumpliendo la misión.

Con los bancos del colegio.

La misión de llevarle a los suyos un plato de comida a la mesa. 

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