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El test de los expresidentes

Uruguay es un ejemplo en un mundo cada vez más polarizado, donde los expresidentes no pueden hablar civilizadamente y menos aún reunirse amablemente
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20 de abril de 2024 a las 05:03

El prestigio internacional de la democracia uruguaya sigue en ascenso. Estamos muy bien catalogados por The Economist Democracy Index. Somos el segundo país en las Américas en calidad de democracia y transparencia, solamente detrás de Canadá y por delante de Estados Unidos.

Y ahora hay un nuevo factor que eleva nuestro prestigio es un mundo cada vez más polarizado. Se refiere a la calidad del debate de nuestros expresidentes. Como decía esta semana el diario El Colombiano de Medellín, “En un acto que parece cada vez más escaso en el mundo, tres expresidentes de Uruguay de distintas corrientes ideológicas se han unido y recorren el país recordándoles a los ciudadanos, de cara a las próximas elecciones de noviembre, que el tesoro más grande que deben proteger es la democracia, por encima de partidos y propuestas políticas”.

Ya lo había escrito en Clarín y en La Vanguardia de Barcelona el famoso periodista inglés John Carling pocos días después de visitar Montevideo para dar una charla en el inicio de actividades de CERES. Allí dio una magnífica charla sobre Mandela y su capacidad pacificadora, de tender puentes donde había, no ya grietas, sino precipicios. Carling señalaba en su artículo que una reunión de expresidentes con tales fines sería impensable en países como Estados Unidos, Argentina o España. Y yo  me animaría a decir que una reunión tal prácticamente sería imposible en toda América excepto Chile. El test de los expresidentes y su capacidad de diálogo y de protección del tesoro democrático por encima de los avatares políticos es muy difícil de aprobar.

En ese sentido, Uruguay es un ejemplo en un mundo cada vez más polarizado, donde los expresidentes no pueden hablar civilizadamente y menos aún reunirse amablemente. Por ello, añade El Colombiano, “en 2021 el Instituto V-Dem catalogó a Uruguay como el país menos polarizado del mundo. Es cierto que existen actitudes crispadas pero son residuales y con expresiones únicamente en plataformas digitales a las que la gente ha sabido dar su justa proporción. Dado el ambiente de polarización y hostilidad que recorre toda América Latina, por no hablar de lugares tan disímiles como Estados Unidos o España, sorprende que en este pequeño país, de tan solo 3,4 millones de habitantes, esa ola llegue pero amortiguada. Al punto de poder afirmar que lo que allí se da es una “polarización amable”.

El acervo democrático e institucional que tenemos es algo que hay que cuidar, y hacen bien los tres expresidentes en aprovechar todas las ocasiones para transmitir la importancia de esos valores y para evitar que “insultos, mentiras y difamaciones” alteren la convivencia política.

Hasta el momento eso se ha logrado y es de esperar que en la campaña electoral que ya toma cuerpo se evite cruzar la línea que no se debe cruzar y que el debate sea entre adversarios y no entre enemigos.

Con todo, si bien Uruguay pasa con éxito el test de los expresidentes, y se destaca en la región y en el mundo por la baja polarización del debate político, encuentra dificultades a la hora de generar acuerdos para implementar reformas de largo plazo, que son imprescindibles para mejorar la calidad de vida de la población.

Nuestro país lleva encima un problema grande: el bajo crecimiento económico, que se sitúa en torno al 2% anual en los últimos 70 años. Cifra que no ha variado significativamente si tomamos los últimos 20 años (2,3%) y que empeora si tomamos los últimos 10 (1,2%). Pero la mirada de largo plazo no es buena y menos cuando se la intenta proyectar. Si Uruguay no aumenta su tasa de crecimiento, no podrá atender sus problemas de marginalidad, pobreza en la infancia, seguridad pública, educación y oportunidades laborales para los jóvenes.

Y para corregir ese bajo crecimiento, que solo mejora cuando hay un boom de materias primas, es preciso cambiar paradigmas que se dan por sentados y que nos resultan cómodos. Que nos mantienen en la zona de confort.

Es preciso un cambio importante en el manejo de las políticas fiscales. El gasto público se duplicó entre 2005 y 2023 y eso no es sostenible. Ya no hay más espacio para aumentar los impuestos y para hacer malabarismos con la deuda pública. Ello deviene además, a la corta o a la larga, en un atraso cambiario que perjudica a todo el sector productivo. Es preciso hacer algo con el estado, tanto con sus regulaciones como con el número de sus funcionarios, que en esta administración no han bajado como se prometió con la regla de cubrir una de tres vacantes.

Es preciso hacer algo con la inserción internacional, sea con el Mercosur o sin él. Por de pronto, derogando la tasa consular del 5% que estableció el ministro Astori y que es equivalente al promedio de los aranceles a nivel mundial. Un gobierno que se precie de reformista y liberal, o liberal responsable, no puede continuar con esa tasa que además genera mayor protección y encarecimiento de la economía.

Tambien es preciso profundizar la reforma educativa. Algo se ha hecho en esta administración pero es necesario ir más a fondo en busca de calidad. Dar más autonomía a los directores de los centros educativos es algo que está en la tapa del libro. Si bien se ha avanzado, sobre todo en los centros María Espínola, queda mucho por hacer

Pero hoy por hoy todas estas reformas, salvo la de eliminar la tasa consular, son muy difíciles de implementar. En educación, seguridad, reforma del estado e inserción internacional hubo grandes acuerdos técnicos entre todos los partidos cuando durante el gobierno de José Mujica se convocaron cuatro comisiones de expertos. Hoy es imposible un acuerdo en seguridad social -tan imposible que se quiere derogar no solo la ley implementada en este periodo de gobierno sino también el régimen de ahorro individual, establecido con éxito en el año1996-.

También es casi imposible un acuerdo en materia educativa porque los gremios docentes se consideran los dueños de la educación y son reacios a cualquier reforma e, incluso, a cualquier evaluación.

En el tema de la inserción internacional parecía haber más acuerdo político, toda vez que durante el gobierno de Tabaré Vázquez se manifestó la voluntad de hacer un TLC con China. Hoy es muy difícil que un gobierno del Frente Amplio vote un TLC sin que se le arme una revolución interna.

Uruguay, por tanto, salva con nota el test de los expresidentes y es un acervo a conservar. Pero falla en la implementación de acuerdos sobre políticas de largo plazo que estimulen el desarrollo de nuestra economía. Como decía Robert Kennedy: “el futuro no les pertenece a quienes se conforman con el presente”. Nosotros estamos demasiado conformes con nuestro presente.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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