Javier Milei y Elon Musk en Austin, Texas, luego de su encuentro.

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Para Javier Milei la política internacional es nacional

El nuevo presidente argentino muestra un alto protagonismo en sus viajes al exterior y sus posiciones geopolíticas. Hasta ahora, le permiten ganar ganar visibilidad pública y transitar un escenario de batalla comp`licado para la oposición.
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18 de abril de 2024 a las 19:28

No hizo falta mucho para que los sucesos de Medio Oriente se trasladaran a Argentina, y eso ocurrió por partida doble. 

Para empezar, días atrás, la Cámara de Casación Penal (el máximo tribunal penal del país) hizo pública la sentencia en la causa por los atentados contra la Embajada Israel de Argentina y la Asociación Mutual Israelita Argentina(AMIA) en 1992 y 1994 respectivamente. 

En ambos casos, se responsabilizó a Hezbollah como ejecutor y a Irán por la autoría intelectual. Por supuesto, la noticia tuvo impacto nacional y también internacional, como lo reflejaron los principales portales de noticias.

Al día siguiente, se produjo la previsible respuesta militar de Irán al ataque que Israel había realizado a una de sus embajadas algunos días antes, y eso se convirtió en el tema global de la jornada. 

Ni lento ni perezoso, el presidente Javier Milei adelantó su regreso del viaje que realizaba por Estados Unidos y Europa, conformó el comité de crisis, invitó al embajador israelí a exponer, elevó el nivel de seguridad, reforzó los controles en las fronteras y mantuvo el tema a tope durante un par de días. 

Milei se lleva bien con la polémica desde que inició su carrera pública en la TV. 

Por supuesto que la economía es uno de los lugares donde se considera más preparado para su acting público, pero es la política internacional el espacio que más ha utilizado desde que ejerce la presidencia y el que le resulta más amigable en tiempos de bolsillos vacíos.

Esto ocurre así por varios motivos. En primer lugar porque en Argentina la política exterior es potestad del Poder Ejecutivo.

A diferencia de otras cuestiones que están muy limitadas por el Poder Legislativo o el Judicial, las relaciones exteriores del Estado están en manos del gobierno. 

El presidente no puede crear impuestos sin el Parlamento ni pasar por encima de recursos de amparo que la Justicia le imponga, pero puede decidir con mucha comodidad cómo se alinea el país a nivel internacional, con qué otros mandatarios se reúne o se pelea, qué se vota en la ONU, la OEA, y cuestiones similares. 

En segundo lugar, Milei no solo tiene la formalidad y la legalidad de su lado, también tiene la legitimidad política. 

A la inversa de Carlos Menem, el presidente peronista de los años 90 que también llevó adelante un fuerte alineamiento con Estados Unidos, pero que en la campaña electoral había dicho todo lo contrario. 

El mandatario libertario, en cambio, ha mantenido las mismas posiciones que sostuvo en campaña, y antes también. En este punto, él puede argumentar que solo está llevando adelante aquello que prometió y por lo cual fue votado. 

La cuestión internacional ha sido una de las predilectas del actual presidente a la hora de imponer la agenda del debate nacional. Por eso, poco después del tema Medio Oriente, se debatió el viaje para la compra de los aviones F16.

Y antes, la reunión con Elon Musk, la polémica por la base militar china en la Patagonia, el encuentro con la generala Laura Richardson, las disputas con los presidentes de Colombia y México, el entredicho en la embajada argentina en Venezuela y los debates por la designación del embajador argentino en Israel.

Y podemos seguir enumerando: la visita al Papa Francisco, el encuentro con Donald Trump, la foto con Giorgia Meloni, el rechazo a los BRICS, el viaje al Foro de Davos, la conversación entre Volodímir Zelensky y Viktor Orban el día de la asunción. 

Y seguramente esto continuará así. Por lo pronto,Milei estará en mayo en España invitado por el partido Vox.

La fama del presidente de Argentina en el exterior es un valor que este cultiva sistemáticamente, y posiblemente sea uno de los dirigentes contemporáneos más conocidos del mundo.

Aunque esto no significa que todo eso sea traducible en apoyos a sus ideas, pero ya se sabe, no hay publicidad mala.

Además, el uso de la política exterior como política nacional tiene otros beneficios para el presidente porque es un lugar donde no tiene competencia. 

Como cabeza del Ejecutivo habla en nombre del país y, en ese punto, no hay comparación con el peso de los opositores internos, que tampoco tienen un liderazgo nacional demasiado consolidado. 

El debate internacional eleva a Milei a un lugar donde el resto de la dirigencia política no puede llegar.

Se puede agregar que lo internacional produce un curioso efecto divisor en la oposición y que aumenta la confusión que se observa en muchos grupos con respecto al gobierno. 

Varios de aquellos que se oponen, incluso en temas valóricos, comparten el compromiso libertario con el alineamiento occidental y el apoyo a Israel.

Por lo tanto, la oposición moderada queda en un juego complicado a la hora de diferenciarse. La alternativa sería caer en la visión del kirchnerismo anti occidental, pro rusa y pro iraní.

Pero la fama global, la puesta de la marca “Argentina” nuevamente en los titulares de los periódicos –y ya no por cuestiones vinculadas al default o escándalos de otro tipo– también tiene un objetivo que va más allá de lo puramente simbólico, del soft power o cuestiones de supervivencia en la coyuntura inmediata. 

Milei está tratando de generar cambios en algunas partes (no en todas) de la estructura del poder económico del país.

Para eso necesita socios que quieran hacerse cargo de lugares que hoy están en manos del club de empresarios amigos de los “mercados regulados” y que han sido socios de las experiencias kirchneristas en las últimas décadas, sobre todo, en lo vinculado a petróleo, energía y minería.

Y esta apuesta ya no es un intento de ganar centralidad por unos días, o mantener a los votantes “duros” contentos, sino que forma parte del núcleo central del proyecto mileísta.

No tiene que ver con el “optimismo bobo” de la lluvia de inversiones y se encuentra más razonablemente limitado en temas y actores, pero tampoco será fácil de lograr y menos en los tiempos perentorios que necesita el gobierno.

A diferencia de épocas anteriores, para el gobierno actual, el mundo ya no es un escenario donde jugar escaramuzas dialécticas en nombre de un antiimperialismo anacrónico.

Al contrario, vuelve a verlo como un espacio amigable y hace una apuesta importante por el éxito de su proyecto. 

Mientras tanto, fronteras afuera, la realidad no deja de complejizarse y cambiar a ritmos acelerados.

Como todo en el gobierno de Milei, se juega en el límite. Probablemente no tenga otra alternativa.

 

 

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