La penumbra se había adueñado de la ciudad, cuando la maestra de una escuela del barrio La Tablada, al sur de Rosario, acababa de repartirles la cena a sus estudiantes. El silencio de la noche entrante hacía todavía más ensordecedor el mutismo percibido durante el lunes, después de que la violencia narco desenfundada en cuatro asesinatos al azar condujo a una cuarentena de facto. La maestra cargó coraje, desafío el vacío de las calles, y acompañó a sus 18 alumnos, uno por uno, hasta la puerta de sus casas.
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