Por Hernán Dobry para El Observador España
Si se combina al actor José Sacristán con el dramaturgo y director Juan Mayorga en un ámbito como el teatro de La Abadía no puede obtenerse otro resultado más que un momento mágico.
De eso se trata “La Colección”, la obra que el artista de 86 años (Héctor) protagoniza junto a Ana Marzoa (Berna), Zaira Montes (Susana) e Ignacio Jiménez (Carlos) en Madrid hasta el sábado 21 de abril.
Una pareja de ancianos sin hijos quiere asegurarse que sobrevivan a ellos todos los elementos que han acumulado durante décadas y a los que les han dedicado su vida.
Para eso, escoge a una especialista con la que mantendrán diálogos sobre el matrimonio, el paso del tiempo y la relación entre las personas y los objetos.
Esta segunda producción de Mayorga como director y autor mantiene atrapado al público en busca de una palabra o frase que los ayude a develar de qué se trata ese misterioso conjunto de piezas que guardan tan celosamente Héctor y Berna.
Ese será el gran misterio que llevará a la audiencia a intentar unir cada una de las partes de ese rompecabezas y, al mismo tiempo, lo que los acompañará a lo largo de una hora y media, mientras deambulan por un cúmulo de sensaciones sobre las relaciones humanas y las tensiones que atraviesa el matrimonio con Susana.
Durante toda la obra, ella se ve constantemente examinada por la pareja para ver si da con la talla de la responsabilidad que quieren ofrecerle.
Pero, al mismo tiempo, se convierte en examinadora para comprender no sólo de qué se trata esa colección tan atractiva, sino, también, el secreto que esconden esos ancianos para haber escogido cada una de esas piezas, que tanto representan para ellos.
Es allí, donde la obra abre una nueva arista analítica sobre la misteriosa relación que se da entre las personas y los objetos, ese apego que hace que uno decida guardarlos y acumularlos, muchas veces sin un sentido consciente.
La profundidad del texto se conjuga perfectamente con la lección de interpretación que ofrece Sacristán sobre el escenario y la fuerza que Marzoa le imprime a la obra, en un marco inigualable como el que ofrece esa antigua iglesia que alberga al teatro La Abadía y hace que el público se quede sin aliento hasta que se apagan las luces y descubre que todo lo que ocurrió ha sido parte de una gran fantasía.
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