Si representamos un sector de la economía como una montaña podemos imaginar los productos y servicios del sector en alguna posición de sus laderas. Un pequeño espacio de la montaña sería como un nicho de mercado. Hacia estos nichos, existentes o proyectados, apuntan las ideas de los emprendedores.
Imaginemos ahora a un emprendedor intentando llegar a un cierto lugar, a un espacio a conquistar, escalando la montaña.
La pregunta que nos podemos hacer es ¿qué necesita?
Una respuesta usual es, “un plan de negocios”. En la práctica, partir de un plan bien formulado no es algo que suceda con frecuencia.
Un plan de negocios es un requisito académico para miles de trabajos estudiantiles que nunca se harán realidad. Por eso es bienvenida la tendencia reciente de pedir inicialmente a los emprendedores que definan un “modelo de negocios”. Esto es una variante menos cuantitativa que expresa gráficamente (como es el caso del Canvas) las relaciones clave de la propuesta. En lugar de pedir números de fantasía se requiere un “racional” de la estrategia, un esquema simple y claro que es relativamente fácil de evaluar. En estas etapas iniciales se necesita identificar el tipo y volumen de necesidades, de capital, de socios estratégicos, de canales de distribución, así como lograr la mejor identificación posible de la propuesta de valor diferencial para los futuros clientes.
Si se pasa esta etapa con éxito en algún momento será necesario tener un plan de negocios para “enamorar” a los terceros (socios, aliados, inversores) que necesita el emprendedor. Cabe de todos modos relativizar algo este instrumento porque un emprendimiento es ante todo un acto emocional, un compromiso, lo que explica que algunos emprendedores sean capaces de caer y levantarse varias veces.
Imaginemos que dos emprendedores están intentando al mismo tiempo intentando arrancar con sus proyectos. Son jóvenes montevideanos de la misma generación pero provienen de hogares muy diferentes. El primero tuvo una educación superior en una prestigiosa institución y cuenta con el respaldo de su familia de la alta clase media. El segundo vive en un barrio popular, no completó la secundaria y su familia no le brinda contención ni respaldo. La brecha de “capital social”[1], por mencionar solamente uno de los recursos clave necesarios para los proyectos, es enorme. ¿Cómo intentar reducir el gran esfuerzo de escalar la montaña para el segundo emprendedor?
Más allá de que existen algunas iniciativas privadas, que contribuyen a mejorar el desempeño de los emprendedores en desventaja social, este es un terreno para las políticas públicas. En estos años, en los que tanto se ha avanzado en la creación y estímulo de un ecosistema emprendedor, poco se ha concretado en relación a este segmento. Desde el punto de vista de la promoción del emprendedurismo a partir de la comunicación de casos ejemplares, los éxitos de jóvenes en desventaja social resultan más efectivos que los de emprendedores privilegiados por su origen familiar. Frecuentemente son testimonios conmovedores porque sus logros requirieron superar la desesperanza y la baja autoestima que son grandes frenos para emprender.
Los emprendedores de origen humilde siguen esperando por instrumentos adecuados a su realidad. Pero nunca es demasiado tarde. La oportunidad está servida y ojalá pronto se ponga en marcha alguna iniciativa de este tipo, a partir de un proceso de diseño participativo de programas donde los emprendedores sean protagonistas desde el primer momento.
[1] Hugo Kantis habla de cuatro capitales necesarios para el emprendimiento: financiero, social, humano e institucional.
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