16 de diciembre 2025 - 10:52hs

No vuela, no lleva marineros a bordo y, aun así, patrulla, escolta y observa. El Sead 23 parece una lancha discreta, casi anodina, pero esconde una pequeña revolución silenciosa en la superficie del mar.

La Armada Española ha recibido su primer dron marítimo no tripulado y con él inaugura una nueva forma de estar presente en el agua sin exponer vidas humanas.

El Sead 23 es un USV (vehículo de superficie no tripulado, por sus siglas en inglés) desarrollado en Galicia por Seadrone, filial del grupo tecnológico Zelenza. Su llegada confirma algo que los conflictos recientes —de Ucrania a Gaza— han dejado claro: la guerra, y también la vigilancia y la seguridad, ya no se entienden sin drones.

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Invisible para el radar

A simple vista, el Sead 23 recuerda a una embarcación semirrígida rápida. Mide siete metros de eslora, algo más de dos de manga y apenas medio metro de calado. Está fabricado en fibra de vidrio, impulsado por un motor diésel de 320 caballos con propulsión waterjet y puede alcanzar los 36 nudos. Pero su verdadera virtud no está en la velocidad, sino en la paciencia: puede permanecer en el mar hasta una semana navegando a baja velocidad, casi invisible para el radar.

Esa discreción es clave. Pensado desde su origen como dron naval —no como un barco tripulado adaptado—, el Sead 23 puede operar donde antes hacía falta enviar personas. Patrullar zonas sensibles, escoltar otras unidades, reconocer el litoral o cartografiar el fondo marino son algunas de sus misiones habituales. Todo ello sin tripulación a bordo y bajo el concepto de manned-unmanned teaming: plataformas tripuladas y no tripuladas trabajando juntas, repartiéndose riesgos.

Marineros vs sensores

La Armada firmó el contrato para su adquisición a finales de 2024, por un importe de 1,1 millones de euros. No es una cifra menor, pero el retorno se mide en algo difícil de cuantificar: seguridad. En operaciones anfibias, por ejemplo, el Sead 23 puede adelantarse a las unidades de la Infantería de Marina para analizar playas, medir profundidades y detectar amenazas antes de un desembarco. Donde antes había marineros expuestos, ahora hay sensores.

Y sensores no le faltan. Su diseño modular permite integrar cámaras ópticas e infrarrojas, detectores de señales radioeléctricas, equipos de guerra electrónica o espectrómetros.

También puede desplegar sonares y vehículos submarinos teledirigidos para operaciones bajo el agua, especialmente útiles en la lucha contra minas. En ese papel, el dron actúa como una avanzadilla que mantiene a distancia a los buques tripulados.

Pero el Sead 23 no es solo un observador. También tiene una faceta ofensiva. Puede equipar estaciones de armas remotas, torpedos ligeros, minas o incluso munición merodeadora de fabricación propia. No está pensado para sustituir a los grandes buques de guerra, sino para ampliar su alcance y asumir tareas que antes implicaban un alto riesgo humano.

Uno de los escenarios donde más se notará su presencia es el Estrecho de Gibraltar y la vigilancia de costas. Allí, su capacidad de permanencia lo convierte en unos “ojos y oídos” constantes: control del tráfico marítimo, protección de infraestructuras críticas, cables submarinos y respuesta ante amenazas como la piratería. Incluso puede utilizar sistemas de megafonía para disuadir sin necesidad de escalar la situación.

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