La verdad de la relación entre Axel Kicillof y CFK se talla entre cuatro paredes. Casi sin testigos y sin filtraciones. Los entornos juegan sus partidos, expresan estrategias, dejan correr versiones que nunca se comprueban y hacen análisis agudos, pero las manos que se mueven sobre el tablero son sólo las del gobernador y la de expresidenta.
Hay gestos, ausencias, fotos e interpretaciones. Las miradas se posan en un juego de guiños que pocos entienden y nadie explica. Los mensajes son cifrados y contundentes. Los hechos, sagrados; las interpretaciones, libres.
El silencio de Máximo Kirchner y la voz bien levantada de Anabel Fernández Sagasti, Mayra Mendoza y Oscar Parrilli, de un lado. Del otro, el 17 de octubre y un escenario potente desde lo sindical y lo territorial. Un discurso medido y enmarcado en la liturgia. Todo está en movimiento, pero la forma en construcción.
Cristina con los pies en territorio. En la obra del Padre Tano primero, en la Universidad de Avellaneda después. Axel Kicillof en el escenario. El contraste con el inicio de aquella campaña de 2019 es evidente.
El Clio, el coche en el que el entonces candidato recorría toda la provincia, esta vez arranca desde la Casa de Gobierno de la provincia de Buenos Aires y debe transitar todo el país. Más allá que Javier Milei y la evidencia empírica demostraron que la falta de recorridas por el territorio no son impedimento para llegar a la presidencia.
La interna, Axel y CFK
¿A qué juega Cristina? ¿Cuáles serán los próximos pasos de Axel? Pocos lo saben. Nadie lo cuenta. El futuro se puede empezar a divisar en cualquier espejo retrovisor de las sucesiones de liderazgo de la política nacional. Algunas fallidas y otras exitosas. Lo que pudo Néstor Kirchner con Duhalde, lo que no pudo o no quiso, Alberto Fernández con Cristina.
“Los liderazgos no se heredan, se conquistan”, dijo Emilio Monzó, expresidente de la Cámara de Diputados durante el macrismo y actual diputado de Encuentro Federal. Era 2021 y el tema de debate eran las posibilidades concretas de que Alberto Fernández y Horacio Rodríguez Larreta rompieran con los jefes de sus espacios, Macri y CFK. Ninguno jugó a fondo, los dos desaparecieron.
Las situaciones no son análogas, es obvio. Pero explican el problema. Por aquel entonces Horacio Rodríguez Larreta era jefe de Gobierno y candidato natural de su espacio a la presidencia y Alberto Fernández era presidente con el tiempo y poder suficiente para amar su propio gobierno y dirimir liderazgos en una elección de medio término. Nada de eso pasó. El final es elocuente.
La traición es inherente a la toma del poder. El Kichnerismo hubiera sido un proceso no nato sin la victoria de Cristina sobre Hilda “Chiche” Duhalde en las elecciones de 2005. Duhalde nunca hubiera sido elegido presidente por la Asamblea Legislativa sino se hubiera enfrentado a Carlos Menem.
Cuando la disputa de poder se impone, la ruptura está en el aire. El resto depende de la estrategia y de la suerte. Pero nadie puede evitar lo que inevitable.
¿La ruptura una cuestión de tiempos?
Uno de los consultores más convocados en la provincia de Buenos Aires explica que la complejidad no radica en la ruptura en si, sino en el momento. “Si él la niega, va a tener un problema con el electorado de Cristina, que si bien es el de ambos también es cierto que originalmente es el de Cristina”, detalla el consultor ya agrega: “Normalmente esas rupturas se dan después de llegar al poder”.
Para Kicillof, el riesgo de la oscilación es tan grande como el de la confrontación, Cristina lo sabe, y el universo de la política también. Los comicios aún están lejos. El riesgo de comenzar a correr ahora es llegar sin aire al tramo final.
En ese marco, la disputa de la elección interna del PJ, que se llevaría a cabo en noviembre, puede acelerar los tiempos. El Gobernador está obligado a definirse. Así lo marca el clima dentro del espacio. Así lo impone a viva voz y por todos los medios posibles el entorno de Cristina.
La cuenta regresiva está en marcha, la construcción de Axel 2027 en el medio de un peronismo que busca reordenarse tras su salida del poder. La tolerancia en tiempos de crisis es mínima y los rituales de la casta crispan. El peronismo tendrá que salir una vez más de su laberinto por arriba, pero por ahora nadie aporta la escalera.