20 de abril 2025 - 11:42hs

El conflicto no se agota en lo visible. También se discute lo que da forma a nuestra interpretación del sentido. China y los Estados Unidos compiten por definirlo, en un mundo -como adelantó Gustavo Cerati- de "figuras sin definir".

En la superficie, es comercio. Pero en el fondo, es lenguaje.

La disputa entre China y los Estados Unidos ya no transcurre únicamente en las cifras del comercio bilateral y en los anuncios de nuevas tarifas. Lo que está en juego es el control del relato. En paralelo a las tensiones por mercados, inversiones y cadenas de suministro, ambas potencias buscan fijar el marco desde el cual la sociedad internacional interprete esa competencia.

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En su segundo mandato, el presidente Donald Trump refuerza un estilo de comunicación directo, enérgico y orientado a la acción inmediata. A través de declaraciones públicas, intervenciones en medios y publicaciones digitales, marca prioridades, introduce temas y disputa las agendas establecidas por el establishment. La lógica es clara: visibilidad, presencia y capacidad de resonar tanto en su país como en el exterior.

Xi Jinping sostiene un enfoque discursivo pausado, con fuerte anclaje institucional. Su estilo más opaco remite a conceptos de estabilidad, y cooperación. Cada intervención articula una visión estratégica de largo plazo, en la que China busca presentarse como actor en la gobernanza global. La narrativa combina cohesión interna -dada por el tipo de régimen político que representa- con proyección global.

Ambos modelos reflejan concepciones de la comunicación. Como explicaba el semiólogo Eliseo Verón, todo discurso establece un "contrato de lectura": una forma implícita de imaginar a su receptor y de proponerle cómo debe ser interpretado el mensaje. No se trata solo de transmitir información, sino de configurar una relación: qué se espera de la audiencia, qué se da por compartido, qué tono se establece. Trump apela a un público que valora el impacto y la definición clara y disruptiva de los conflictos. Xi orienta su mensaje hacia múltiples planos: su mercado interno, los socios regionales y el orden global promovido por China.

La competencia, entonces, no se limita a lo comercial ni a lo militar. También incluye una dimensión simbólica: quién impone su lectura de los hechos, quién define los términos del debate, quién establece el marco narrativo del poder.

Como escribió Gustavo Cerati en una de las canciones más simbólicas de Soda Stereo: "Signos, mi parte insegura... Figuras sin definir". En la política global, esas figuras en constante definición son precisamente las que marcan el rumbo. Y los signos son el terreno de la disputa.

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