26 de septiembre 2024
9 de septiembre 2024 - 9:25hs

Con una gran ambición y una larga trayectoria, Alejandro Montagna y Marcelo Vives se dedicaron durante un año a preparar el salto nocturno en caída libre más alto de todos los tiempos. Después de una gran inversión y una ardua labor, finalmente, lograron darle vida a su sueño, saltando desde la estratosfera a 13.000 metros y consiguiendo el récord mundial.

Después de aterrizar, Alejandro expresó: “Fue muy zarpado. Tengo 4500 saltos, pero esto supera todos los hechos hasta hoy. Fue muy intenso, el frío, la velocidad, la máscara de oxígeno, el tiempo de caída libre”.

“Al principio, durante el primer minuto, Marcelo y yo no sabíamos si estábamos sobre la zona de aterrizaje o no. La visual era muy confusa desde tanta altura. Igual ya no había nada que hacer. Pero Taylor (el tercer paracaidista) que conoce muy bien la zona, rápidamente identificó las luces de una prisión grande que está a unos 5 km, y al sur de eso vio las balizas de rescate marino que habíamos puesto sobre la pista”, agregó.

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Durante los últimos 25 años, Alejandro Montagna y Marcelo Vives estuvieron empeñados en recrear una experiencia única y emocionante: sentir el éxtasis de saltar desde un avión a miles de metros y en caída libre, como si fueran pájaros sin alas. La fascinación por este fenómeno fue constante y desafiante, impulsándolos a perseguir su sueño con obsesión.

No obstante, hay una gran diferencia entre saltar desde una altura modesta, como los 2.000 o 3.000 metros, y alcanzar la estratósfera. En la primera opción, los saltadores experimentan una caída de 45 segundos, lo que les permite sentirse insignificantes ante el vasto panorama planetario. Sin embargo, cuando se suben a un avión que parece un cohete y alcanzan alturas de más de 12.500 metros, en poco tiempo, la experiencia es completamente diferente. La necesidad de oxígeno y la aceleración vertiginosa los llevan a un mundo desconocido, donde la normalidad es reemplazada por una sensación de adrenalina pura.

La ambición de superarse a sí mismos y de romper límites fue el motor que impulsó a Montagna y Vives a emprender un nuevo desafío. Esta madrugada, en Estados Unidos, intentaron conquistar el récord mundial de salto Nocturno a Gran Altitud, con el objetivo de convertirse en los primeros en alejarse significativamente del planeta de noche y regresar a él mediante un salto. La marca anterior la ostentaba Andy Stumpf, quien logró saltar desde una altitud de 36.000 pies (aproximadamente 10.973 metros) el 26 de enero de 2019. Montagna y Vives se propusieron superar esta marca y escribir su propio capítulo en la historia de este deporte extremo.

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La oficialidad del récord está aún pendiente, pero Montagna ya puede respirar aliviado. Según él, “el juez de la Federación internacional de aviación ya revisó los GPS sellados y nos homologó la altura de récord”. Ahora, solo falta esperar la certificación oficial para que se concreté la nueva marca.

En el aeródromo WTS, ubicado cerca de Memphis, Tennessee, se llevó a cabo el salto de altura que cambiaría la historia. Los paracaidistas ascendieron a una altura de 12.500 metros en un avión especialmente diseñado para este tipo de operaciones, y luego saltaron en plena oscuridad del espacio, enfrentando el desafío de la noche y la altitud.

Si bien el aterrizaje resultó un poco complicado, los argentinos lograron superar los obstáculos. “A pesar de los vientos cruzados, bastante fuertes a baja altura, Taylor y yo logramos aterrizar a pocos metros de las balizas. Marcelo (Vives), que por procedimiento tenía que abrir 300 metros arriba nuestro, tuvo dificultades para llegar y por muy pocos metros no aterriza sobre los árboles. Me mostró el video, y literalmente aterrizó a 5 metros del fin del bosque. Eso pudo haber sido un problema”, explicó Alejandro.

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A Marcelo en la salida se le volaron los cubre guantes. Y al momento de la apertura tenía las manos casi congeladas. Apenas pudo agarrar los comandos. Llegó con los dedos un poco azules, pero nada grave. No pudo encender la linterna de 10,000 lumens que tenía en la pierna, para poder ver dónde aterrizaba en caso de estar fuera de la zona como le pasó. O sea que vio los árboles a escasos segundos de tocar el piso. Pero como tiene un dios aparte, zafó”, agregó el ingeniero industrial.

Los paracaidistas argentinos lograron este récord junto a un norteamericano, Tylor Flurry. A las 3:20 de la madrugada, hora argentina, despegaron desde el aeródromo WTS, y comenzaron su aventura en la estratósfera. Después de una caída de más de 45 minutos, aterrizaron con seguridad en tierra firme a las 4:00 de la mañana, celebrando su logro histórico y el récord alcanzado.

La misión era de gran riesgo y requería una gran cantidad de preparación y profesionalismo. La falta de oxígeno, la velocidad extrema de 300 km/h, el frío extremo de -60°C y la sensación térmica de -100°C creaban un entorno hostil. Antes de la salida, los pilotos habían estipulado que “si hay cualquier incidente de oxígeno o alteración en signos vitales de cualquiera en el avión la misión se aborta inmediatamente”.

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La razón por la que los tripulantes del avión necesitan oxígeno puro se debe a la diferencia en la composición del aire a alta altura. Como explicó Montagna, “Si subimos con nitrógeno en sangre alguno se muere seguro de una embolia”. En este sentido, los tripulantes deben estar conectados a un sistema de oxígeno puro para evitar esta grave consecuencia.

Antes de despegar, los tripulantes ya habían conectado a una manguera que suministraba oxígeno puro (O2), un procedimiento que se repite durante el vuelo. Cuando se acercan a la velocidad de caída libre, se conectan a un tubo personal, similar a los utilizados por los buzos, para evitar la formación de nitrógeno gaseoso en la sangre.

Malgrado las precauciones extremas, el salto en paracaídas resultó perfecto. “Los tres sistemas de iluminación que llevábamos en el cuerpo: para caída libre, para velamen abierto y para aterrizaje funcionaron a la perfección. Lo mismo que los sistemas de oxígeno, tanto el central del avión como los individuales. No hubo fallas”, destacó Alejandro.

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Junto a los pilotos experimentados Mike Mullins y Mike Turner, que también es director nacional de la Asociación Norteamericana de Paracaidismo, los argentinos abordaron el avión. También formaban parte del equipo expertos en oxígeno en alta altitud, Thomas Oquinns y Paul Gholson, así como el juez de la Federación Internacional de Aviación, Scott Callantine, quien después de supervisar el vuelo, certificó la nueva marca global alcanzada.

La hora de la prueba fue especial, ya que se trataba del único horario autorizado para el vuelo. “Los aviones comerciales vuelan a 10 mil metros acá en Estados Unidos y nosotros vamos a saltar desde dos kilómetros y medio más arriba”, comentó el ingeniero.

Al hablar sobre el futuro, Alejandro prefirió mantener en secreto cualquier nueva aventura que pueda tener en mente: “En los deportes extremos, tenés que tener muy claro tus límites. Pero si aparece algo, lo analizáremos y lo trataremos con la misma seriedad que tratamos este proyecto a lo largo de más de un año. Igual que en este caso, sólo iremos adelante, si con planificación y experiencia, podemos minimizar todos los riesgos a niveles aceptables. Sólo los que trabajaron en este proyecto saben el nivel de detalle y el profesionalismo que hubo atrás. El resto tendrá que limitarse a pensar que estamos locos”.

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argentinos paracaidista récord caída libre

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