China invierte como nunca en su modernización militar. En 2025 declaró oficialmente un presupuesto de 247 mil millones de dólares, pero los analistas estiman que el verdadero gasto está entre U$S 300 y U$S 375 mil millones, ya que hay áreas que no se transparentan, como la investigación secreta o los subsidios a industrias tecnológicas.
Ese dinero alimenta una maquinaria enorme, y variada. Por ejemplo, China desplegó ese año más de 3.000 misiles. Para entender eso: un misil balístico es un proyectil que se lanza hacia el cielo como un cohete, sube a gran altura, incluso puede salir de la atmósfera, y luego cae sobre su blanco guiado por su trayectoria. No se maneja como un avión; una vez lanzado, ya no se puede redirigir, pero puede alcanzar blancos a larga distancia, incluso cruzar océanos.
Además, desplegaron misiles de crucero, que no suben y caen, sino que vuelan como aviones a baja altura y con dirección activa, lo que los hace más difíciles de detectar y derribar. También emplean misiles como el DF-27, con un planeador hipersónico: eso es, un artefacto que se separa del misil y planea a velocidades extremas —más de 6.000 km/h— esquivando defensas enemigas. Se los considera difíciles de interceptar.
A nivel naval, probaron el portaaviones Fujian. Este barco gigantesco funciona como una base aérea flotante: despegan y aterrizan aviones desde su cubierta. Es un símbolo de poder global porque acerca aviones a cualquier costa sin depender de bases extranjeras.
También fortalecieron su arsenal nuclear. Ya tienen más de 600 ojivas nucleares listas para usar, y superarán las 1.000 antes de 2030. Una ojiva nuclear es la parte explosiva de un misil con capacidad atómica. No se trata solo de cantidad, sino de la capacidad de lanzarlas desde tierra, mar o aire, lo que se llama “tríada nuclear”.
En el espacio, China opera más de 1.000 satélites, de los cuales unos 500 son de observación e inteligencia. Eso significa que espían movimientos, comunican tropas, guían armas o recogen información. También lanzarán mega-constelaciones: redes de miles de satélites pequeños, como el proyecto Starlink de Elon Musk, que sirven para conectar todo el planeta a internet y comunicaciones militares sin depender de cables o bases fijas.
Todo esto puede parecer imparable. Y de hecho, así lo presentan muchos informes de defensa. Dedican páginas y páginas a describir cada misil, cada barco o cada satélite. Pero lo que no dicen —y es lo más importante— es que todo ese poder sirve de poco sin algo que lo conecte y lo dirija: la inteligencia artificial (IA).
Un misil que no sabe a dónde ir, o que llega al blanco cuando ya no sirve, es inútil. Un portaaviones sin datos confiables se convierte en un blanco caro. Un satélite que transmite millones de imágenes por hora necesita un sistema que las procese, que detecte lo importante, que aprenda de cada evento y que actúe en consecuencia. Y esa capacidad no depende del hierro, sino del software.
Ahí es donde China se queda atrás. Aunque produce chips, no tiene acceso a los semiconductores avanzados, que son los cerebros de la IA moderna. Tampoco tiene acceso a los mejores modelos de lenguaje, que son los sistemas capaces de analizar, aprender y tomar decisiones. Estados Unidos sí los tiene, y también controla su producción, sus centros de datos, sus plataformas de entrenamiento y sus redes globales.
China compensa esa desventaja con censura y control: sus modelos son más limitados, menos creativos y menos autónomos. Dependen de chips más lentos, con menos capacidad. Y por más que los disfracen de avances, no pueden competir en lo que realmente importa: quién entiende primero, decide primero y actúa primero.
Los informes que presentan a China como una amenaza militar inminente omiten esta parte. Porque hay intereses en sostener esa narrativa: las industrias de defensa necesitan enemigos para justificar presupuestos.
China avanza, sí, pero en el terreno clave —el de la IA— no lo domina. Y sin dominio en IA, lo demás pierde valor. No se trata de cuántos misiles tienes, sino de si puedes decidir mejor que el otro. Y hoy, en eso, la ventaja sigue siendo de Estados Unidos.
Las cosas como son
Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.