El impacto de la denuncia de Fabiola Yañez contra Alberto Fernández es transversal, total y atraviesa todos los estamentos sociales, culturales y económicos.
Cuando un candidato gana las elecciones democráticamente, se convierte en el presidente de todos, lo hayas votado o no. Un ex presidente es alguien que nos representó durante un período, y uno supone que representa valores comunes.
Sin embargo, un amigo me decía que el poder tiene sus lógicas y sus perversiones. Hay un poder que algunos no saben gestionar y, en este caso, hemos visto a un oscuro y mediocre ser humano, al que lo pudo el erotismo del poder y lo transformó en perversión.
No hay que perder de vista que todo lo que ocurrió fue coparticipado. En este sentido, me impacta la aparición tan previsible de Cristina Fernández de Kirchner. Durante su intervención, habla de ella como si fuese más víctima que Fabiola. Y por eso al hablar de ella, habla también de su configuración política y mental de las organizaciones que creó. Las organizaciones que dependen de ella y la tienen de referente.
No olvidemos que Cristina es el origen de toda esta historia. Ella misma ejercía maltrato y destrato contra hombres y mujeres que se encontraban bajo su dependencia, antes de dar cátedra sobre violencia. Es muy difícil separarse ahora, mirarse desde afuera, cuando ella es la madre política de este monstruo. Alberto Fernández es un hijo político de los Kirchner; es armador, operador y hombre de confianza, y es el candidato que Cristina eligió para que sea el presidente de todos los argentinos.
Y Alberto Fernández se queda sin calificativos. Hay que tener una desconexión moral muy grande para ser él mismo en estos momentos. Por eso la Justicia tiene una gran responsabilidad de cuidar y actuar sobre todos los efectos que pueden generar estos escándalos, tanto a víctimas como a victimarios.
Con todo esto, se termina el formato sectario del kirchnerismo.