Indignante, intimidante y agresivo es el accionar que se aprovecha de la nula resistencia de sus víctimas menores de edad: nuestros hijos, que en la adolescencia inician la etapa de autonomía precoz y comienzan a moverse de forma independiente en su devenir escolar. Con 13 o 14 años, se exponen a un nuevo tipo de amenaza.
Generalmente en zonas transitadas, intersecciones de arterias principales, paradas de transporte público y áreas comerciales, supuestos vendedores ambulantes resultan ser, en realidad, delincuentes al acecho, que buscan hacerse de dinero en efectivo, billeteras, mochilas, pertenencias y, obviamente, teléfonos celulares en pocos segundos.
Los abordan a la salida del colegio, en cercanías de un shopping o un club, o cuando los ven caminando solos o en lugares de altísimo tránsito, donde el público, apurado y enfocado en lo suyo, suele no reparar en el “apriete”.
Se camuflan como “vendedores de medias” y los encaran simulando conocerlos para no llamar la atención, hasta que finalmente le susurran amistosamente al oído que entreguen su teléfono celular. Este dispositivo, que los padres habilitamos como recurso de “seguridad”, termina convirtiéndose en el bien más valioso que el 100 % de la población porta cotidianamente y que es codiciado por los delincuentes. Además, hoy en día, este aparato es el impulsor de la experiencia digital de nuestros hijos desde los 9 años.
Luego del hostil arrebato, y el estrés indigerible para una criatura de 13 años, suelen continuar las demandas: “Decime la clave para desbloquearlo” y/o “te voy a buscar a tu casa si denunciás la línea o la das de baja”.
Hasta aquí, un modus operandi conocido en todo el país, con mayor probabilidad de ocurrencia en centros urbanos, barrios de la ciudad de Buenos Aires y el AMBA.
Lamentablemente, y presumiendo de habilidades tecnológicas, los delincuentes se eficientizan y evolucionan, claramente más y mejor que quienes deben evitar y proteger a nuestros menores. El ardid ahora incluye, in situ, “abrí tu billetera digital y transferime el saldo”; sí, efectivamente, como si fuera un hacker rústico y primitivo, el “vendedor de medias” abruma, asusta y abusa de la adolescencia e inocencia, obligando a los menores a mostrar su saldo y entregar la totalidad de sus tenencias digitales, que en ocasiones se comparten con las de los padres.
A las pérdidas materiales se suma la digital y el inevitable shock emocional, que los obliga a un abrupto salto madurativo. Podría tratarse de casos aislados, pero todo indica que es más probable que este sea un delito organizado, en el que además de revender los dispositivos móviles, pugnan por obtener los contactos del WhatsApp para cometer otros engaños y estafas.
A los robos violentos se suman modalidades delictivas que no tienen antecedentes, por lo que debemos incorporar información para prevenir y conocer cómo actuar. Acompañar a los chicos a la escuela por miedo a que los aborden, les roben el celular, la bici o la mochila lamentablemente se ha naturalizado.
Que los aprieten y los obliguen a desbloquear su celular y entregar el saldo no tiene precedente hasta el momento; no está explicado en ningún tutorial ni manual de usuario. Finalmente, se trata de dinero, y solo eso, pero lamentablemente es una nueva experiencia negativa y dañina en el empleo de recursos tecnológicos de la vida cotidiana, que afecta, al menos, la salud emocional de lo más valioso que tenemos: nuestros hijos.