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07 de noviembre de 2019 a las 05:02

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Uruguay tiene la oportunidad histórica de consolidar su democracia como la mejor del continente en el próximo lustro.

Asuma quien asuma el 1 de marzo del 2020, el país ingresa en un territorio desafiante en el que el Parlamento tendrá trabajo extra ya que ningún partido logró las mayorías parlamentarias. La negociación, el debate, el ceder para avanzar será la moneda corriente de un gobierno que no puede ni debe encerrarse en la Torre Ejecutiva, sino todo lo contrario. Necesitará de amplios acuerdos, consensos y orejas bien abiertas para escuchar los reclamos de la ciudadanía.

La pérdida de la mayoría parlamentaria por parte del Frente Amplio (FA) y el mosaico multicolor de partidos opositores liderados por Luis Lacalle Pou que lo reta, abrió un escenario donde todos se dieron cuenta que no es conveniente ni sano ningunear la mirada del adversario.

En estos días de campaña muchos se muerden la boca para cambiar las adjetivaciones negativas sobre los que no lo votaron, precisamente porque necesitan ese sufragio para competir en la segunda vuelta. A quienes antes denostaban, hoy necesitan atraer.

Después del 27 de octubre los frenteamplistas y sus líderes debieron por fin reconocer la existencia de más de medio país que habían soterrado creyendo los únicos dueños de la moral, la ética, la defensa de los derechos humanos, etc. Por lo dicho Uruguay hoy es un país un poco más republicano que antes.  El resultado de la primera vuelta obliga a extremar el cuidado de las palabras y asumir que cuando se gobierna es para todos, no para un sector de fieles.

Es precisamente este nuevo escenario de tolerancia necesaria que abre una oportunidad única para la democracia uruguaya. Hay que insistir con el concepto hasta que cale en lo más profundo de nuestros formadores de opinión y tomadores de decisión: hay que cuidar las formas democráticas. 

Mientras Chile hace una implosión violenta por las inequidades estructurales que ni la izquierda ni la derecha supo o pudo solucionar, Bolivia se debate entre seguir el triste derrotero de la tiranía venezolana o hacer frente a su destino y transparentar los comicios que apoltronaron a Evo Morales en el poder. 

Se podría mencionar también al gobierno de México arrodillado ante el narco, la parálisis política de Perú, la prepotencia de Jair Bolsonaro en Brasil o la forma decadente para dirimir la disputa política en Argentina tras el retorno de los K.

Absolutamente nada es bienvenido en Uruguay.  Está latente la oportunidad de convertir al Uruguay en un país que nade contracorriente de la historia convulsa que vive el continente, encauzando el conflicto necesario a través del sano debate de ideas, el diálogo, la negociación y que las tensiones propias de la democracia se procesen en ámbitos institucionales y de respeto a la libertad del individuo.

Ser un oasis de convivencia democrática en medio del caos, la división irreconciliable, los atropellos al Parlamento y la Constitución, los insultos, la violencia en las calles y hasta los golpes de Estados que vive el resto de América Latina, pasa a ser no solo un anhelo sino una obligación de los políticos y de los uruguayos, voten a quien voten.

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