Carlos Páez Vilaró: la otra mirada del artista
El espíritu inquieto del fundador de Casapueblo retratado a través de su faceta fotográfica, en un archivo de 5.000 imágenes que se restaurará para exhibir el año que viene en Casapueblo
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31 de marzo de 2018 a las 05:00
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Cada día, al final, cuando el sol baja frente a Casapueblo en Punta del Este, se escucha por casi diez minutos Poema al sol de Carlos Páez Vilaró.
Dentro de los múltiples talentos del artista –que falleció en 2014– está su capacidad de captar y retratar la luz. Páez Vilaró le dedicó mucho empeño a registrar su exploración constante a través de la fotografía y la película cinematográfica.
Por herencia o educación de su padre coleccionista, fundador del Club Filatélico del Uruguay, Páez Vilaró coleccionó de todo: sellos, mariposas, chapitas, después pasó a las máscaras africanas, calzadores de zapatos, objetos en bronce.
También coleccionaba sus aventuras por el mundo a través de rostros y retratos de las culturas que lo inspiraron. Todo a través de la luz, que capturaba en su cámara de fotos.
Tanta colección exigía orden.
Recientemente, la familia de Páez Vilaró emprendió el desafío de digitalizar y recuperar miles de las fotografías de su archivo personal. Su viuda Annette Deussen y María Dezuliani, asistente de Páez Vilaró durante 19 años, iniciaron el trabajo con el objetivo de organizar y registrar las memorias del artista para compartirlas con los visitantes de Casapueblo el año que viene.
Las diapositivas ocupaban todo un mueble construido especialmente por el artista para ese fin. Estaban en cajones enumerados con códigos que remiten a una agenda alfabética donde están escritos los temas que tratan y a qué momento pertenecen. Ese fue el sistema elegido por el artista para guardar sus memorias fotográficas. Hay cajones que guardaban fotos de Casapueblo, otros donde estaban sus viajes por África.
El trabajo de restauración incluyó la recuperación mediante Photoshop de algunos detalles que se habían perdido por el deterioro. "Algunas no soportaron el paso del tiempo y la humedad", contó Dezuliani. De 5.000 diapositivas, se recuperaron unas 800.
Páez Vilaró guardó fotografías de cada uno de sus viajes que realizaba para alimentar su alma curiosa y creativa.
"Entendía que estaba explorando, investigando. Que si se quedaba quieto su arte no podía crecer. Él era un artista universal", recordó Dezuliani.
Ante la ausencia de maestros en su carrera, Páez Vilaró profundizaba emprendiendo sus propias aventuras.
"Era un gran estudioso e investigador", dijo su asistente. "Siempre iba al fondo de las raíces de la cultura para traer lo más genuino y volcarlo a través de su estilo", agregó.
El candombe fue su primera fuente de inspiración y esa atracción lo llevó a explorar las raíces de ese ritmo.
Después de vincularse con la comunidad afro del Conventillo Mediomundo en el Barrio Sur –que hacía culto a sus raíces africanas y homenajeaba a sus ancestros– empezó a retratar el candombe. En ese período, el artista decidió viajar a Bahía.
"Era lo más cercano que tenía. Fascinado, descubrió una negritud más profunda", contó Dezuliani.
No le bastó y Páez Vilaró se propuso llegar al corazón de África.
Dezuliani aseguró que en esa época esos viajes resultaban peligrosos. En plena década de 1960 se vivían varias revoluciones en el continente.
Sus viajes aparecían luego en sus cuadros, específicamente el estilo con el que pintaba.
"Si vos ves los rostros, tienen mucho de las máscaras de Nueva Guinea, de las máscaras africanas y los fetiches, los símbolos que utilizaba en sus cuadros tiene la raíz en el tatuaje africano", contó Dezuliani.
En el fondo de las culturas primitivas, se encuentra el comienzo de muchos artistas como Pablo Picasso, Joan Miró, y Paul Gauguin. Como ellos descubrieron trazos en el arte primitivo, Páez Vilaró siguió los mismos pasos.
Su medio de vida durante los viajes era la pintura. Mientras recorría diferentes países, mostraba los catálogos y notas periodísticas sobre sus exposiciones para conseguir trabajos.
En esas andanzas, le fue encargado el mural más largo del mundo (160 metros) en la sede de la Organización de Estados Americanos (1960) en Washington DC. Allí representó varios pasajes que cuentan episodios de la integración de América y se ocupó de realzar los conceptos de derechos y democracia.
"Una cosa lo iba llevando a la otra porque después recibía invitaciones para exponer en otros lugares. Fue así que se fue a París, Londres, Nueva York y Tokio", contó la asistente.
Una anécdota que recuerdan en Casapueblo, es que en Nueva York (ver foto) Páez Vilaró se transportaba en patines. "Fue como un pionero. Viajaba por Manhattan con patines y bastidores en la espalda", según recuerda su viuda Deussen.
Otra de sus facetas en proceso de rescate es la de cineasta. Páez Vilaró hizo tres películas explotando la técnica de imágenes libres.
"Eran como el nacimiento del videoclip", describió Dezuliani.
En la década de 1950 junto a su hermano Miguel, fundó en Montevideo una empresa dedicada al cine-publicidad. Su tarea consistía en realizar los dibujos para luego fotografiarlos y pintarlos. Les fue bien y abrieron una empresa cinematográfica con la que hicieron sus primeras filmaciones en el noticiero Uruguay al Día.
Cuando estuvo en Tahití, el artista se vinculó con un grupo francés que recorría la Polinesia filmando y tomando fotos para la revista Paris Match. Emprendieron un viaje por el Pacífico en el que recorrieron diecisiete islas. En la travesía rodaron la película La serpiente rouge, en la que todos participaban como protagonistas. Eran Gérard Leclery, Gunther Sachs, Jean-Jacques Manigot y Páez Vilaró, entre otros. Juntos formaron "El Equipo de Hierro".
El equipo se reencontró en París y formó la empresa Dahlia Film para financiar la expedición al África.
Ellos conocían la pasión de Páez Vilaró por el continente y lo invitaron a escribir el argumento. El resultado fue la película Batouk que presentó un juego de comparaciones entre el África primitiva y moderna. Una maratonista como personaje central representa la marcha del progreso. Páez Vilaró escribió el argumento que se propuso mostrar la epopeya africana, el dolor y la alegría, según cuenta el archivo de Casapueblo.
"A veces, nuestra cámara iba a la par de la estampida de una manada de búfalos o se plantaba frente al bostezo de un león. También tomábamos precaución de no introducirnos en regiones o aldeas donde palpitaba la sed de revancha, dado el momento que África vivía", dicen los escritos de Páez Vilaró.
Batouk participó en la selección en el Festival de Cannes en 1967. Los jueces valoraron su "temática poética, fuerza y dramatismo en escenas desplegadas en delirante cinemascope techniscope color, paralelamente a una magnífica banda musical", según relatan los registros que archiva Dezuliani.
Pulsación se llamó su siguiente película, que contó con la música de Astor Piazzolla, con quien Páez Vilaró tuvo una gran amistad. La familia guarda en Casapueblo cartas en las que el argentino elogia el poder de la prosa del uruguayo y le pide que escriba para acompañar su música. Piazzolla lo llamaba "el mago".
Pulsación nació sin argumento. "Pinté los árboles de rojo, teñí los autos de azul....Tomé la filmadora y la usé como aspiradora. Absorbí el dolor, el color, el ritmo, la alegría y también la miseria del mundo.
Después los lancé como un proyectil sobre la pantalla", escribió Páez Vilaró en ese entonces.
De su cinematografía se vio poco y nada en Uruguay. Solamente Pulsación se proyectó en un cine privado en Montevideo una vez, según contó Dezuliani.
En el proceso que está Casapueblo de reunir los registros de Páez Vilaró en todas sus expresiones, espera recibir pronto las cintas de las películas que están en Francia.
En este camino de exploración interna de la institución, se suman día a día elementos a la historia del artista cuyo sol viajará en el pecho de la selección uruguaya al Mundial de Rusia, siguiendo así la tónica viajera, y exploratoria, que marcó su vida y su arte.
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