Diego Velazco: vivir del arte
Desafía la idea casi imposible de vivir del arte y redobla la apuesta haciéndolo en Uruguay. El fotógrafo y artista visual Diego Velazco sabe trabajar para las grandes marcas, destacarse por su veta artística y plasmar en libros las riquezas de su país
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07 de septiembre de 2018 a las 05:00
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[Por Agustina Amorós]
Aquellos días
Estudió en el colegio Alemán y más tarde en el colegio San Juan, pero lo invitaron a retirarse de ambas instituciones: "Chocaba mucho con el sistema educativo. El deporte, en cambio, me encantaba. Durante años fui boy scout y disfrutaba del aire libre y la naturaleza", cuenta. Ya en aquellos días, filmar y sacar fotos era algo cercano para él. Tanto su padre como su abuelo eran aficionados y ni bien heredó una cámara fotográfica, se apuntó en un curso en Foto Club. "Con mi padre éramos muy compinches. Heredé el gusto por la fotografía de él y cuando llegó el momento de elegir una carrera, opté por Medicina, en parte, para seguir sus pasos", cuenta.
En paralelo a sus estudios, trabajaba: "Veía que mis padres no podían darme dinero y me gustaba tener mi propia plata. Me la rebuscaba para tener mis ingresos: cortaba el pasto, hacía cobranzas, hasta que conseguí un trabajo administrativo en una compañía aérea venezolana, Viasa, una filial de KLM. Ese trabajo me permitía viajar gratis tres veces por año", recuerda maravillado por ese privilegio inmensurable.
Cuando estaba a punto de dar el último examen del primer año de Medicina, tuvo claro que quería dedicarse a la fotografía profesionalmente. "Se lo dije a mi viejo y me contestó: 'Si pensás que te vas a ganar la vida con la fotografía, hacé lo que te gusta'". Se sintió aliviado, abandonó la universidad y se dedicó de lleno a la fotografía. La decisión implicó optar por qué camino seguir. "Veía que los fotógrafos de prensa apenas sobrevivían y yo había visto a mis padres sufrir mucho por la plata. No quería que me pasara eso. Decidí hacer, dentro de la fotografía, lo que me permitiera sobrevivir bien: la publicidad. Por supuesto, sin dejar mi camino como autor", explica Diego.
Efecto Dominó
La llegada del primer cliente se dio rápida y espontáneamente. "El lunes, recién llegado del viaje a Nueva York, me encontré con un amigo de mi padre que me comentó que era el arquitecto responsable del stand de Conaprole para la Exposición Mundial de Sevilla de 1992 y que estaba complicado porque necesitaba un fotógrafo urgente", cuenta Velazco. Al día siguiente ya estaban rumbo a un tambo para hacer las primeras fotos. Fue tan sorpresivo el despliegue que Diego recuerda ir en el asiento de atrás, junto a su socio, tratando de descifrar cómo cargar su nueva cámara. "Las fotos quedaron muy buenas y nos pidieron que hiciéramos más. Terminamos haciendo las fotos de todo el stand, que fue premiado como el mejor del país entre las más de veinte empresas que concursaron. Siempre agradezco esa oportunidad: fue el puntapié inicial con un proyecto groso y eso nos dio respaldo", explica Velazco.
El ritmo de los clientes empezó a crecer exponencialmente y la dupla comenzó a recibir más y mejores oportunidades. En 1999 se aventuraron con la compra de una propiedad en el barrio Palermo, con el objetivo de montar su propio estudio. Accedieron a un préstamo en el banco, pusieron la propiedad a punto y cuando estaba todo listo, la crisis que golpeó al país en 2002 dejó a los fotógrafos con su estudio a estrenar y los teléfonos sin sonar. "Teníamos tremendo lugar de trabajo, sin clientes. La economía se desplomó", dice mientras abre los ojos, congela el cuerpo y trae en gestos el golpe que les significó la crisis. "Nos llegó un trabajo para Toyota y no teníamos el dinero para alquilar los equipos necesarios. Llamamos a Musitelli y nos dijeron 'llévense lo que quieran'. Nosotros también prestábamos el estudio. Fue una época de supervivencia". De ese trabajo lograron concretar tres fotos que fueron bien pagadas y decidieron invertir el dinero en ir al exterior en busca de potenciales clientes. Recorrieron México, Puerto Rico y Nueva York mostrando su trabajo en busca de nuevas oportunidades. "Leo Ricagni, un tipo que brilla en el mundo de la publicidad, me dijo: 'Si querés jirafas, andá donde hay jirafas. Acá no hay jirafas'. Y es así, si querés conquistar grandes mercados, tenés que ir por ellos. No van a venir por vos", dice el fotógrafo. Con ese viaje lograron cosechar buenas oportunidades y una campaña en México les abrió mejor el camino. A partir de ese trabajo, que explotó en Centroamérica, surgieron nuevas propuestas. "El tamaño de una foto puede ser enorme por momentos. Ese trabajo nos trajo nuevos clientes y empezamos a viajar y a laburar mucho para el exterior. Como decimos con mi socio, fueron años de surfear la mejor ola". Paralelamente a su crecimiento profesional, Diego se casó y se convirtió en padre de tres hijos.
Otro rollo
A fines de los años de 1990, junto con la agencia Viceversa, les surgió la oportunidad de fotografiar para Peugeot Francia. "Hicimos las fotos con una cámara muy buena, pero me detuve a comparar con lupa nuestro trabajo con las fotografías que venían de Francia y la diferencia de calidad era considerable. Si queríamos mantener el nivel y seguir trabajando para Europa, tendríamos que ponernos a la par de su tecnología", explica Velazco. Viajaron a Estados Unidos y volvieron con una cámara Hasselblad, lo mejor que ofrecía el mercado. Y años más tarde, como a todos los oficios del mundo, la era digital atropelló a la fotografía de forma violenta e irreversible. Lejos del lugar común de vivirlo entre la nostalgia y el lamento, Velazco entendió el cambio como una oportunidad para mejorar. Además, la inversión en revelado y rollos rondaba los 40.000 dólares anuales. No lo dudaron: esperaron un tiempo prudencial para que lo digital tomara vuelo, compraron los equipos y en 2007 pasaron a trabajar en digital. El cambio fue drástico: la facilidad y la calidad de la tecnología digital venían para quedarse.
Arte nativo
Los libros de Aguaclara usan todas las herramientas del arte y del diseño para trasladar la cultura uruguaya al papel. Cada detalle tiene impronta local y los textos —en español e inglés— logran llevar nuestro Uruguay al mundo. En cuanto al financiamiento, los primeros libros se lograron "a pulmón", reuniendo recursos y solicitando ayuda financiera a bancos. "Ahora tenemos la herramienta de los Fondos de Incentivo Cultural, que nos ayuda un montón", dice Velazco.
Autenticidad en tiempos de Instagram
Las fotografías artísticas (o de autor) son trabajadas por Diego en formato analógico, a pesar de que cada vez es más complicado revelar en Montevideo. "La tecnología digital te permite sacar fotos infinitamente y corregir todo. Es útil, especialmente en la fotografía comercial donde todo tiene que estar bien, pero, como artista, la perfección no es lo que me interesa. Tengo fotos que me han salido mal: con rayas, granos o manchas, pero si entiendo que lo que sentí al tomarla está presente, esa es la foto final. Trabajar en analógico implica no tener el control total: estás limitado en cantidad, no ves la foto hasta que está revelada y hay factores impredecibles. Es un viaje más profundo. No es lo mismo que decir '¡qué lindo!, clic, ¡qué feo!, clic'. Es un proceso personal: a través del arte uno vuelca lo que tiene adentro, muestra cómo ve la sociedad, busca respuestas a sus preguntas. Otros lo hacen a través de la religión, lo espiritual... pero el que hace arte busca las respuestas ahí", reflexiona Diego.
Hablamos de la difícil tarea de adaptarse a los cambios, de la sensibilidad y del temor a sentirse obsoleto "En el mundo en el que me muevo, el de la fotografía y el arte, el día que te deje de gustar la modernidad, te quedaste afuera. Intento actualizarme todo el tiempo. Gastón Izaguirre, que es un gran amigo, ha sido muy importante en ese proceso. Es bueno estar rodeado de gente que te empuja a hacer cosas nuevas", dice Diego, y aprovecho para preguntarle respecto a las nuevas generaciones de fotógrafos: "Me gusta acercarme, preguntar, aprender, decirles lo mucho que admiro su trabajo. Las nuevas generaciones de fotógrafos tienen un ojo divino y los nuevos lenguajes son bienvenidos. Son lo nuevo, como en un momento lo fui yo. Tengo 51 años y no lo puedo creer. Se me pasó volando y creo que es porque estoy disfrutando de la vida. Trato de no quedarme y de ser sincero con mi camino".
Continuidad
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