El civismo, tan importante como el lavado de manos a la hora de combatir el coronavirus
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23 de marzo de 2020 a las 15:50
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Por Priscila Guinovart
Era cuestión de tiempo, lo supimos desde un principio. Los uruguayos, es cierto, somos excepcionales, pero eso no significa que podamos vivir en la burbuja cómoda de la excepción.
Pocas instancias requieren de nosotros tanta responsabilidad y sentido cívico como la presente; y bien hablo en plural: actuar no es deber exclusivo del gobierno (que, evidentemente, está urgido a la respuesta inmediata y atinada), sino que es tarea de todos y cada uno de nosotros. No podremos jamás volver a jactarnos de nuestra solidaridad si, ante el desafío global de la década, alimentamos una caza de brujas o nos rendimos ante el consuelo egoísta del “yo zafo”.
“Yo zafo”, quizás (no tenemos, en realidad, prueba alguna que lo garantice), pero condenó a mi abuelo. “Yo zafo”, tal vez, pero la hermana de la vecina (con la que tomo mate todos los días) sufre de asma. “Yo zafo”, puede ser, pero contribuyo a la saturación de hospitales con mi más que arrogante especulación (si en Italia hay camillas en pasillos, ¿cómo imagina el lector que será el panorama en una economía de mercado emergente?).
No, uruguayos, aquí no hay “yo zafo” que valga. Sin exagerar, durante los meses que se vienen, cada lavado de manos, cada desinfección de superficies (muy particularmente nuestros celulares), cada cuidado suplementario que se efectúe, será en la práctica un acto de patriotismo. La pregunta que nos debemos hacer hoy no es “¿qué espera el presidente para (coloque aquí la medida de su preferencia)?” sino “¿qué puedo hacer yo para frenar esta catástrofe?”.
Es imprescindible que las cartas se firmen con nombre, apellido y que se proporcione número de cédula de identidad o credencial cívica. También debe constar dirección y teléfono de su autor. El Observador se reserva el derecho de resumir o extractar el contenido de las cartas y de publicar las que considere oportunas.
El otro, el que no votó lo mismo que yo, el cheto, el ñeri, el “canario”, es una persona con una familia detrás. Nuestro deber nunca será quererlo (por aquello de que la libertad es libre) pero sí cuidarlo. Lo cuidamos (y nos cuidamos) no solo a través de una higiene correcta y reforzada sino, por ejemplo, no desabasteciendo supermercados y farmacias.
Al otro lo cuidamos también no comprando máscaras, que son innecesarias para la mayoría de nosotros pero de suma relevancia para el personal hospitalario, ese del que tarde o temprano todos vamos a precisar, ese que desde el viernes redobla y redoblará esfuerzos y que es siempre población de riesgo. ¿Es imperioso, acaso, generar escasez de un producto que a ellos sí les es imprescindible?
La línea entre prevención y fatalismo es a menudo borrosa. El miedo no es buen consejero, nos empuja al egoísmo y a la paranoia. Hoy debemos actuar de forma racional, responsable y, sobre todo, humanista. Evitar salidas innecesarias, limitar el contacto físico, lavarse las manos… salvar vidas nunca fue tan fácil.
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