El repartidor de hielo que superó a Cruyff y Bochini le pidió su camiseta: la vida de Lorenzo Unánue
Fue repartidor de hielo, basquetbolista en Reducto, jugó al fútbol en Peñarol -con el que fue cinco veces campeón uruguayo-, marcó al hombre a Cruyff y le ganó el duelo, Bochini le pidió su camiseta y fue capitán celeste: la vida de Lorenzo Unánue
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04 de diciembre de 2021 a las 05:03
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Ahí en el Reducto, a metros de donde surgió la murga más ganadora de la historia, Los Patos Cabreros, nació Lorenzo Unánue, cinco veces campeón uruguayo con Peñarol y quien defendió a la selección uruguaya.
“La murga es una de mis pasiones. Pepino vivía a media cuadra de casa y Racing también se fundó por ahí. Mi viejo era hincha. Yo vivía a media cuadra de la primera cancha de Racing. Le pusieron los colores blanco y verde por un tranvía de la estación Reducto y me enteré que los cuatro hermanos Roberto vivían por ahí”, contó Unánue a Referí.
Hace 40 años que vive en México, más precisamente en San Luis Potosí, en el centro del país.
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Reducto, además de ser un barrio, es un club de básquetbol. Su cancha era abierta y de bitumen. Allí se juntaba con los amigos y comenzó a jugar. Enfrente estaba el Lavadero Oriental de Lanas y allí les daban lana a los botijas para que hicieran pelotas de trapo y los portones enormes hacían las veces de arco.
“Era basquetbolista de Reducto, y al fútbol, jugábamos detrás del Vilardebó, incluso todo el día lo hacíamos en la canchita con los internos. Nunca nos pasó nada. Evidentemente que no había gente peligrosa allí. Tenía 12 años, jugábamos en Segunda y lo hacía bien. Un día dije ‘no juego más’ y no jugué más”.
Su niñez fue feliz pese a que la vida lo golpeó con escasa edad cuando murió Adolfo, su papá.
“Mi viejo era carpintero y murió cuando tenía tres años. Mi vieja Eva, era de Florida, era una leona, laburaba de todo, hasta envolvía caramelos que le daban en una fábrica y las vecinas la ayudaban. También hacía limpiezas. Me cuidaban los vecinos. El barrio es todo. Tanto es así que a casi 70 años, sigo teniendo varios amigos allí”, agrega.
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Como no tenía a su papá, no iba al fútbol y su pasión era Reducto. Recuerda que cuando ascendió a Primera, tuvieron que visitarlo en su cancha figuras como Óscar Moglia con Walcome, Sergio “Pata” Pisano con Olimpia Poyet con Tabaré, el Gallego Lage con Waston y otros más. Él estaba en primera fila. Incluso hacía de utilero para poder entrar a las canchas y así conoció todo Montevideo.
Después de hacer la Escuela Rodó, en San Martín y Burgues, realizó en la UTU el curso de industria naval. “Quería ser profesor de Educación Física, pero me recibí de técnico en mecánica naval. El curso era fabuloso porque aprendías de todo”, explica.
Lorenzo trabajó desde los nueve años. “Fui repartidor de hielo, también lijaba autos para pintar, fui electricista, pero antes de jugar al fútbol, pusimos una fábrica de muebles metálicos con un amigo. Hacíamos juegos de cármica, mesas, sillas, reposeras, hamacas. Él puso la guita y yo el laburo. Había trabajado en una fábrica de muebles y aprendí”.
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Los clubes de baby fútbol lo buscaban “porque pensaban que jugaba bien. Me llevaron a la Liga Sayago, me gustaba mucho porque nos daban la camiseta planchadita, almidonada y una Coca Cola. Hicimos un cuadrito en el barrio que se llamaba Bristol. Ya de grande teníamos otro equipo que se llamaba Noel, que tenía el nombre del boliche de San Martín y Guadalupe. El cuadro lo fundó Luis Benítez que jugaba de lateral derecho en Cerro”.
Nunca pudo creer cómo fue que llegó a Peñarol. “Jugaba en el Noel, tenía la fabriquita de muebles y me fueron a buscar de Peñarol a mi casa. ‘Te vinieron a buscar de Peñarol’, me dijo un amigo. ‘¿Qué? No, deciles que no voy’, le contesté. En Millán y Guadalupe estaban Segundo González y Balseiro, de las inferiores del club, y el Gaucho Moreira”.
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Todos sus amigos no podían creer su negativa y le insistieron para que fuera a reunirse. “Bueno voy a una práctica. No sé por qué no quería ir porque me encantaba el fútbol”, recuerda.
Fue a Las Acacias en la época en que había Quinta y Cuarta que era el preliminar del Primero. No le dijeron nada tras la práctica y se volvió para su casa. Pensó que no volvería más.
“A las dos horas Moreira fue en un taxi a mi casa para llevarme a la sede para firmar contrato. Ni conocía la sede de Peñarol, y me metieron en la gerencia. Me dijeron el sueldo es tanto. Estaba Segundo y me dijo que me quería para la Tercer Especial. Pensé que me estaba jodiendo. Debuté en el Tróccoli a los tres días, con jugadores que venían del Mundial de México, jugadores ya hechos, suplentes del Primero. A mí me dolían las piernas porque nunca había hecho nada. Todavía tengo esa duda por qué me fueron a buscar para jugar en Peñarol”, dice.
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En Cuarta de preliminar de Peñarol en el Centenario jugó solo unos meses y tenían “un cuadrazo. Estaban el Indio Olivera, Mario Liuzzi y Daniel Di Bartolomeo, entre otros”.
Lorenzo no era hincha de nadie porque no iba al fútbol. “Llegué y me hice hincha enseguida de Peñarol”.
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En un clásico echaron al Flaco Alfredo Lamas y a Montero Castillo, y Peñarol se iba de gira. A Lamas lo dejaron entrenando con la Cuarta. “Un fenómeno, fue el primer jugador de verdad con el que conviví. Es un muchacho con un corazón bárbaro, de barrio, sano, bueno, calentón, pero solidario. A mí me dejó marcado”.
Debutó en Primera en Belvedere ante Liverpool, y ganaron 1-0 con un gol suyo. Mejor, imposible. El técnico era Juan Faccio y estaba el Tito Goncálves de ayudante.
“Yo era bien flaquito, pesaba 62 kilos y el Tito me agarraba las gambas y me decía que tenía músculos largos. Les explicaba a los demás que pese a ser flaco, iba a rendir como jugador”, cuenta.
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En aquella época se tomaba el 156 para ir a Las Acacias y se encontraba a veces con Julio César Giménez y los muchachos de la pensión de Peñarol que se lo tomaban en el centro.
Con los primeros pesitos que cobró en Peñarol hizo un asado para los muchachos del barrio el 1° de mayo y ya después, se institucionalizó y lo hacía siempre.
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Los hinchas lo conocieron como el Pájaro Unánue, pero él cuenta que en la interna del club, el utilero Jorge Delgado, quien lo quería mucho, y el técnico Juan Faccio le pusieron Víbora, “porque era muy flaco y por mi forma de correr”.
Luego de algún tiempo en Primera, compró un apartamento en San Martín y Guadalupe “muy lindo al que llevé a mi vieja que estaba súper feliz”.
No tuvo ídolos en el fútbol, pero sí en el básquetbol. “Pierino Broglia, era el uno de Reducto y era mi ídolo. Tenía un corazón bárbaro, se entregaba con todo. Se tiraba de rodillas en el bitumen. Yo lloraba por Reducto”.
Recuerda a Hugo Bagnulo, técnico con el que ganó tres de sus cinco uruguayos (1973, 1974 y 1975) y dice que “era un fenómeno, muy derecho, estaba en todos los detalles. Muchas veces dejó Peñarol o la selección porque habían rumores de que habían hablado con otros técnicos y entonces por códigos se iba. Era muy estricto. Típico del ADN del fútbol uruguayo. No era muy táctico, muy estudioso, pero estaba en todos los detalles”.
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Dice que en la concentración de Los Aromos estaba en la habitación con Ruben Paz y otro compañero. Al lado estaba Manolo Facal, “que roncaba y le tiraban de todo. Era muy querido, un murguero a muerte. Era el nexo entre los jugadores y el cuerpo técnico y concentraba. Te llamaban a la selección y él te avisaba, nos íbamos al aeropuerto y él te llamaba por teléfono. Peñarol era su vida”.
“El Cabezón Paz dormía al lado mío y yo dormía del lado de la ventana, me levantaba antes y la abría. ‘¡Qué manera de llover!’ decía en voz alta y el Cabezón se tapaba todo, se acurrucaba como para dormir un rato más, y en realidad, había un sol bárbaro”, explica.
Obviamente que Fernando Morena era el líder futbolístico de ese plantel y con sus goles fue determinante.
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Así lo cuenta: “Fernando fue el que cambió todo con su llegada. Yo entré un poco antes. Él fue el que nos salvó a todos, porque fue el que hizo la diferencia. Íbamos a Europa y él definía, andaba derechísimo y en los clásicos siempre hacía goles. Se cuidaba, era inteligente”.
Cuando llegó a Peñarol, le tocaba “pelotear con Roberto Matosas y yo me concentraba en el pase para pegarle bien porque era muy serio. Lo que son las casualidades: de Peñarol se fue a San Luis Potosí y acá vivo yo. Quería que aprendiéramos inglés y a escribir a máquina, un adelantado en ese aspecto. Que había que hacer algo para el futuro”.
En sus comienzos en Los Aromos, “me ponían de 7 para rellenar. Le metía unos piques a Cachete Caetano que estaba medio veterano (se ríe). Y después sí de 8, volante de ida y vuelta. Dino Sani me puso de 5 y creo que fue lo mejor que me pasó y donde más rendí porque tenía cierta técnica y libertad para empezar a jugar. Llegaron Ildo (Maneiro), Chicharra (Ramos) y el Cabezón Paz que eran gurises, pero ya influían. Dino se ponía una camiseta en la cabeza, como de vincha, y él decía que no sabía driblear, pero le pegaba como los dioses. Había sido campeón del mundo con Brasil y había jugado en Boca. Yo me fijaba por qué nunca la levantaba a la pelota. Agarraba la volea, la dejaba casi llegar al piso, entonces nunca la levantaba. Yo lo observaba cómo contactaba la pelota. Varios nos quedábamos con la boca abierta”.
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Unánue jugó los dos partidos en los que Fernando Morena batió el récord como máximo goleador del Uruguayo: en 1975, cuando llegó a 34 tantos y superó al Tigre Young, y en 1978, cuando convirtió 36 y se batió su propia marca.
“Él andaba más que derecho y en ese entonces había más diferencias entre los equipos grandes y los chicos. Además, estaba Daniel Quevedo que era 9 goleador, lo tiraron a la derecha y rindió mucho. Yo soy el padrino de Santiago el hijo de Daniel que nació en Montevideo. Éramos muy amigos con Daniel y lo visitaba mucho en su casa del Buceo. Lo de Fernando es inclificable”.
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También recuerda el día que Morena le convirtió siete goles a Huracán Buceo. “Ese día fue increíble, era un elegido. No podíamos creer en la cancha lo que vivíamos”.
Unánue también entró en la historia aurinegra por haber ganado las Copas Teresa Herrera de 1974 y 1975, siendo así el primer club extranjero en lograrlo de forma consecutiva.
“En la primera, le ganamos a Barcelona de Cruyff y Neeskens, que venían de jugar con la Holanda que deslumbró al mundo en el Mundial de Alemania 74. “Con el Indio (Olivera) hablábamos de la mentalidad del Hugo (Bagnulo). Me puso a marcar a Cruyff hombre a hombre, por mi velocidad, sacrificó un poco de creación. Me fue bien y sufrí solo un tiempo porque lo expulsaron (se ríe). Se hacía el boludo y tenía un arranque bárbaro. No se la dejé tocar, casi, porque jugaba pegado a él. Y en un saque de meta de ellos, salté delante de él y con el Hugo Fernández le hicimos como un sándwich. Se enojó, le tiró una patada al Hugo y lo echaron. ‘Gracias, Hugo’, le dije”.
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Luego le ganarían la final a Borussia Mönchengladbach, que tenía a tres campeones del mundo con Alemania.
Al año siguiente, jugaron la final ante Cruzeiro de Brasil. “Hice dos goles en el 3-3 y ganamos por penales. Cruzeiro tenía un cuadrazo”.
En mayo de 1976 hizo le hizo un gol a Nacional y ganaron 3-1 por el Uruguayo. Con brutal honestidad, dice: “Fue sin querer. Desbordé por derecha, le pegué de zurda y la metí en el ángulo, le pegue mal y fue un golazo”.
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Los tres africanos que trajo Washington Cataldi a Peñarol el ganhés John Yawson, y los sudafricanos Abe “Shaka” Ncobo, y Ace Knomo, “me volvieron loco. Los llevaba para todos lados en mi Ford Escort. Ace me llevaba al arroyo de Los Aromos para hablar a solas, era medio huraño. Lo llevé a mi casa y me decía ‘tu eres la única persona que me invitó a su casa’. John vivía en una pensión y lo llevaba a comer a una parrillada. Me decía Mr. Lorenz. Mis compañeros me decían Julio Iglesias porque andaba “con las trillizas de oro” (se ríe). Yo los traté rebien y cuando vine acá me trataron súper bien a mí. Creo mucho en el karma. Si procedés bien, te va bien”.
La selección
Carlos Silva Cabrera dirigía a Liverpool con el que hizo una notable campaña en 1975 y lo nombraron técnico de la selección uruguaya.
“Estaba en casa y fueron de El Diario. Golpearon de nochecita porque me querían hacer una nota porque me decían que estaba en la selección. ‘¿Qué?’, les dije. En eso, llegó mi vieja del trabajo y le dije que me estaban haciendo una nota porque me habían citado a la selección y esa es la foto que más quiero, porque me está abrazando y los dos riéndonos en el momento en que se lo cuento”.
“Llegamos al estadio y en el banco del vestuario estaba toda la ropa dobladita. Vi la celeste y me quedó grabado”, recuerda.
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Esa noche era su debut contra Chile en el Centenario. Uruguay ganó 1-0 y el gol lo convirtió Unánue. “Era una camiseta fea de calidad, pero tenía un valor simbólico y la tiene mi sobrino en Montevideo. Y tenía una que me pidió Bochini cuando enfrentamos a Independiente en Avellaneda. Terminó el partido, se acercó y me dijo: ‘Unánue, ¿me cambiás tu camiseta?’, y yo pensé, ‘¿de dónde me conoce este?’. Y nos intercambiamos la camiseta que era muy linda, de manga larga”.
Y agrega: “¡Qué jugador! Bochini conducía con una precisión tremenda. En una copa nos hizo un golazo en Avellaneda. No es que eludió a cinco como dicen, es que se adelantaba con la pelota”.
¿Y qué pasó con esa camiseta? Lo cuenta el exvolante aurinegro: “El Pepe Cruz, que era loco por la música y tenía unos equipos tremendos, me jodió tanto que se la di. Me decía, ‘dale que yo te doy un casete de dióxido de cromo que era lo último en aquella época y se la di. Me cagó (se ríe)”.
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Julio César Giménez estuvo en el filial de Barcelona de España cuando César Menotti era el técnico. “Pasó por México y estuvo unos días en casa, salíamos a correr. Me regaló una campera preciosa de Barcelona y fuimos a una pretemporada en la playa y un compañero me la pidió y se la di”.
Unánue vivió una época complicada de la celeste y entre otras cosas, le tocó quedar fuera del Mundial de Argentina 78.
“En las Eliminatorias contra Bolivia, con Juan Hohberg de técnico, no se sabía el equipo. Dio la charla técnica y confirmó el equipo en el vestuario. No sabíamos ni una hora antes quién jugaba, era un misterio. Yo pensé que iba a jugar. Por la altura, habíamos hecho unas pruebas físicas, nos sacaban sangre en el estadio, y a mí me había ido bien. Entré con Tito Caillava faltando media hora. La altura no es un tema físico, es orgánico”, expresa.
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Y añade: “Fue un golpe durísimo, porque perdimos la ilusión de jugar un Mundial. Estábamos hechos pedazos. Lo que más gravitó fue el partido en Venezuela, porque perder en la altura se podía entender, pero no empatar en Venezuela, que era un equipo más sencillo que lo que es hoy”.
Unánue recuerda que Raúl Bentancor, quien quedó en lugar de Hohberg en plena Eliminatoria y con Uruguay ya eliminado, “era muy hincha mío, y fue el primero que me puso de capitán. Fernando Álvez, que lo había tenido en la selección juvenil, me decía en Peñarol que Bentancor me ponía de ejemplo. Gesto era otro grande”.
Se fue a México en 1981 para nunca más volver. Allí defendió tres veces a Atlético Potosino, Coyotes Neza y los Tecos de Guadalajara.
“Estuvimos de gira con Peñarol y jugamos en Toluca. No teníamos entrenador, fue el profe (Jorge) Kistenmacher e hizo de técnico. Venía el Tornillo Viera. El Flaco Lamas al empezar y el Tornillo al terminar, fueron los jugadores hechos y derechos que tuve al lado. Jugamos tres partidos en la altura de Toluca que es la altura máxima acá en México y jugué los tres días seguidos”, recuerda.
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Volvió con Peñarol, no había renovado, iba a quedar libre y lo querían transferir. “Le pregunté a Saúl Rivero cómo era Atlético Potosino y me dijo que no era un club grande. Me contrataron. Me fue súper bien. Al empezar la temporada, Dino Sani había firmado con Puebla y me había querido traer y lo echaron a los tres meses”.
En Tecos jugó “con el Pato Aguilera y con Eduardo Acevedo. Con 37 años en 1990 dejé en Potosino con un tobillo medio jodido”.
En el Mundial de México 86 fue a la concentración de Uruguay. “Me llamaron (Víctor) Diogo y (Mario) Saralegui y fui hasta Toluca a saludarlos”.
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Luego de dejar el fútbol, durante 28 años tuvo una fábrica de ropa deportiva, Unánue Sport. “No quise ser técnico. Empecé con una tienda al público y me di cuenta que los colegios y los clubes mandaban hacer ropa para los muchachos, empecé a fabricar y me fue muy bien. Después puse otro negocio de vender insumos a los fabricantes, una distribución de telas”, dice.
Tiene dos hijos, Nicolás y Valeria, ambos mexicanos, y por ahora, no es abuelo.
En Peñarol, todos lo recuerdan con cariño y con aquella zancada especial que tenía, a la que aunaba un juego que mezclaba quite y talento para jugar.
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