El Rey ha muerto

Un dentista estadounidense mató a Cecil, el león más famoso del mundo. Ahora la presa es el odontólogo y el coto de caza son las planicies de la larga y ancha internet

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02 de agosto de 2015 a las 05:00

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Cecil fue víctima de su propia fama. Se crió como un macho alfa y obtuvo el respeto de los suyos y también de la especie más poderosa del planeta. Su vida fue un reality show para solaz de científicos del otro lado del mar. Su melena negra lo encumbró entre los ejemplares más solicitados por los turistas que cruzaban el planeta para verlo y fotografiarlo.

El león se acostumbró a los turistas y sus cámaras. Entendió que no debía preocuparse por ellos, ni para defenderse ni para alimentarse. También sobrellevó con hidalguía el hecho de ser un ejemplar de estudio y llevar un collar con GPS a donde fuera.

Ese estatus privilegiado fue el que lo sentenció. Los cazadores de trofeos buscan a los más dignos ejemplares de las especies más poderosas para lucir sus cabezas en un lugar destacado del paredón de víctimas, preferiblemente sobre la estufa de leña. Y este león en particular se había convertido en una leyenda.

Cecil tenía 13 años de edad cuando fue cazado a principios de julio y ahora se entiende que los leones rivales matarán a su numerosa prole, como dicta la costumbre.

Unos 600 leones por año mueren en África a manos de los cazadores. El 60% de la matanza le corresponde a ciudadanos estadounidenses. Vale decir que matan a un león por día.

Para eso, tanto en Zimbabue como en Sudáfrica, existen granjas especializadas en la cría de leones para ser ejecutados. Se los cuida desde cachorros, etapa en que son mimados por los turistas, a quienes no se les cuenta cuál será su futuro. Si alguien pregunta, se le dice que "se venden". De los 30 mil leones que se estima que quedan, más de la mitad vive en estas condiciones.

En Estados Unidos, un país cazador por excelencia, se suele esgrimir el argumento de que la caza es un acto conservacionista. Algo así como que "los matamos para que sobrevivan". La lógica es que las grandes sumas de dinero que pagan los cazadores son usadas para la conservación de las especies diezmadas y así se puede seguir matando y divirtiéndose.

Sucede que para una gran cantidad de gente, matar grandes animales –cuanto más admirables y majestuosos, mejor– no solo es divertido sino adictivo. Entonces hay que seguir, hay que matar a uno más grande, a uno más lindo.

Walter Palmer, el ejecutor de Cecil, siguió esa lógica al pie de la letra. ¿Qué placer mayor que matar a la criatura más magnífica de ese continente salvaje y maravilloso? Sin contar con el placer de arruinarle la fiesta a todos los que se contentaban con verlo y admirarlo.

Palmer dice que no conocía la identidad del león y que no lo habría hecho si lo hubiera sabido, aunque el dentista había sido convicto en Estados Unidos en 2008 por haber mentido sobre la localidad donde había matado a un oso.

Las autoridades de Zimbabue dicen que los cazadores usaron un animal muerto, arrastrado por un vehículo, para sacar al león de su zona protegida. Luego lo hirieron con una flecha y lo persiguieron durante dos días. Lo encontraron, lo ejecutaron de un balazo, lo desollaron y lo decapitaron.

Entonces se abrió la temporada de caza del dentista que mató al león en Zimbabue. Los interesados son multitud y lo acosan en las redes. Son muchos los que quisieran obtener ese trofeo.

Para los zimbabuenses, sin embargo, según una consulta de The Guardian, el hecho de que los gringos lleguen a matar leones es una realidad cotidiana, y que este dentista se haya equivocado de león no les parece algo como hacer tanto pamento.

Ellos saben que los más grandes depredadores son bípedos, blancos y ricos, y que van a seguir haciendo daño de miles de maneras, porque esa es su naturaleza.
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