AFP

En contra del odio y la violencia

Masacre en Nueva Zelanda muestra que el fundamentalismo no es patrimonio de ninguna creencia

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18 de marzo de 2019 a las 05:03

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El asesinato a mansalva de 49 creyentes musulmanes en dos mezquitas de Nueva Zelanda, perpetrado por un australiano de 28 años, el viernes 15, y en el que hubo casi 40 heridos, demuestra que el fundamentalismo no es patrimonio de ninguna religión o creencia y que el mundo enfrenta un desafío enorme y complejo al enfrentar a un anárquico movimiento terrorista de carácter global que cree en la supremacía blanca. 

Ha sido un error creer que no pueden germinar semillas con un objetivo similar al del nazismo –la preservación de una raza blanca pura– y achacar todos los males al fundamentalismo de origen islámico. 

La masacre perpetrada por Brenton Tarrant, en Christchurch, tiene el patrón del ataque que realizó el “noruego de pura cepa”, al decir de la policía, Anders Behring Breivik, que, el 22 de julio de 2011, con 32 años de edad, mató a más de 70 personas, la mayoría jóvenes del partido laborista que disfrutaban de un campamento al sur de Oslo. Su objetivo era “castigar a la socialdemocracia” por haber fomentado “la destrucción de la cultura nórdica y la importación masiva de musulmanes”.

En el masivo asesinato en Nueva Zelanda, el autor, autoproclamado “fascista”, ya a disposición de la Justicia, difundió un extenso manifiesto en el que dice sentirse conmocionado por la “invasión” de inmigrantes. En el documento, titulado “El gran reemplazo”, el asesino muestra su intención de atacar a musulmanes y hay referencias al temor de que los inmigrantes terminen sustituyendo a poblaciones nacionales. 

Es cierto que Tarrant es un “hombre blanco corriente”, pero no sus opiniones, que son un fiel reflejo de ideas que se plantean en círculos de extrema derecha. 
No nos enfrentamos a acciones sanguinarias de un “loco” sino de un “lobo solitario” identificado con las ideas islamofóbicas y de corte populista-nacionalistas que promueven grupos de extrema derecha que se están aprovechando de una inestable coyuntura social y económica que genera miedo a una parte importante de la población. Miedo a los inmigrantes, a quienes responsabilizan en buena parte de los problemas de empleo y de una mayor inseguridad. Miedo a perder una mal entendida identidad. 

Los conflictos en torno a la llegada de extranjeros a terceros países están presentes hace mucho tiempo. Immanuel Kant, en su libro La paz perpetua (1795), plantea una reflexión muy profunda acerca del derecho de un extranjero a no ser tratado con hostilidad por el hecho de llegar al territorio de otro.

Pero en este siglo XXI las situaciones de espanto que preocupaban a Kant tienen, además, una repercusión global. El video que transmitió en vivo y en directo el terrorista australiano muestra que el ataque fue pensado de principio a fin para llamar la atención, aprovechando las redes sociales para asegurarse de que la muerte y el odio llegaran a la mayor cantidad posible de personas en el mundo.

El fenómeno de la migración ha desencadenado uno de los principales males que probablemente nos acompañe por un largo tiempo y es hora de tomarse en serio una política y una ética en defensa de la humanidad que neutralicen las semillas del odio y el resentimiento. Como dijo el papa Francisco en estas horas, se necesitan “gestos de paz para acabar con el odio y la violencia”. 

 

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