Houston, tenemos nostalgia

También en la ciudad texana los uruguayos celebraron la tradicional noche

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25 de agosto de 2018 a las 05:00

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El sábado pasado, 18 de agosto, la colectividad de uruguayos que vive en Houston celebró la Noche de la Nostalgia. Según Pedro Aníbal Nada, un muy amable compatriota radicado ahí desde hace mucho, en esa ciudad residen unos 800 uruguayos, aunque seguramente son más. En Los olímpicos, Jaime Roos canta: "Uruguayos, uruguayos, dónde fueron a parar". Houston no es un mal sitio para ir "a parar". No tiene casi inviernos y está cerca del golfo de México, esto es, tiene playa a media hora. El ágape, al cual asistió la cuarta parte de los uruguayos houstonianos, unos 200 (aunque soy malo para este tipo de cosas, siempre me quedo corto), consistió en una cena, seguida de música en vivo y baile. La comida, preparada por algunos de los directivos de la asociación de uruguayos en Houston, consistió en ensalada, capeletis a la Caruso y chorizos a la parrilla. Hubo postres caseros, además de vino y whisky, infaltables a la hora de poner a funcionar a la memoria. Por sobre todo, hubo cordialidad. Y también dos buenos vocalistas en vivo; la cantante Valeria y Óscar "La voz de Houston" Cardozo, cuyo timbre vocal tiene por momentos afinidades con el de Pepe Guerra, y en otros con la de José Carbajal.

La música en vivo fue preámbulo del baile amenizado por el DJ Roberto Cáceres. Debo mencionar a los tres por el protagonismo que tuvieron para que la noche ganara en quilates y profesionalismo. Si no fuera porque estábamos en otra parte, cualquiera de los presentes podría haber sentido que se encontraba en uno de los cientos de bailes que se organizan en Uruguay en la noche previa a la fecha de la independencia nacional. El mundo es un barrio universal.

Para quienes viven fuera y celebran la llamada Noche de la Nostalgia, esta resulta doblemente nostálgica: por vivir lejos, y por añorar los tiempos cuando la vida tenía menos años y la ilusión, mayor cantidad de esperanza. Sobre lo primero, nadie entró en conversaciones. Para qué. A lo largo del tiempo he podido comprobar que los uruguayos radicados en el exterior evitan hablar de política, de fútbol (salvo de la selección), y de las razones que los obligaron a dejar el país, la mayoría de ellos para no regresar. Por lo tanto, el sentimiento de nostalgia, que el ejercicio del olvido voluntario no elimina tan pronto, los va a acompañar hasta la tumba. Además, una fiestita de compatriotas es el lugar menos adecuado para hablar de política y de asuntos que no vienen al caso, sobre todo viviendo a miles de kilómetros de distancia del país natal. Como me dijo uno de los organizadores, mientras la música sonaba fuerte y bailable en el fondo: "Aquí nadie habla de política; porque no nos interesa hablar de política, y sobre todo para evitar inútiles discusiones que no llevan a nada, salvo a crear tensión innecesaria". Los pocos que sintieron que tenían ganas de hablar una pizca de política, no dejaron títere con cabeza. Fueron críticos de Sanguinetti, de Mujica, de Vázquez, de cualquiera que haya sido o sea presidente. "La clase política uruguaya no ha encontrado el camino para llevar al Uruguay a donde debería estar, por eso hay cada vez más gente que se va del país a cualquier parte", me dijo uno de los asistentes, con el cual conversé por varios minutos, y cuya visión crítica estuvo acompañada de lucidez y comentarios atinados. Hablamos hasta que su esposa lo vino a buscar para bailar Disco Inferno, del grupo The Tramps.

El DJ Cáceres hizo lo que hacen por obligación todos los DJ que pinchan canciones en la noche dedicada a la nostalgia, lo que eso sea: poner música de diferentes épocas, pues la Noche de la Nostalgia es ya tan vieja que hay quienes tienen nostalgia de las primeras noches de la nostalgia.

Cuando la tradición se impuso a fines de la década de 1970, el período temporal que cubría el repertorio musical era de dos, quizá dos y media, décadas. Empezaba a mediados de 1950 con el nacimiento del rock and roll, y llegaba hasta las últimas canciones características de la música disco, a fines de 1970. Hoy hay muchas músicas de la nostalgia, por lo que hay quienes detestan las canciones que a otros les gustan. No creo que a un amante de la música soul, de las Supremes, de Al Green, y Barry White, por ejemplo, le encante o quiera bailar alguna canción rap o hip-hop de los noventa. Yo, por ejemplo, soy alérgico a la aborrecible música disco. Cada vez que oigo a los Bee Gees o a Village People cantando Stayin Alive o YMCA, respectivamente, trato de irme lo más lejos posible, buscando algún rincón donde el silencio me salve. El sábado pasado hice un gran sacrificio y me quedé. Por la compañía, más que nada. La única música que hace disfrutable mi nostalgia es la perteneciente a la década de 1980. Hasta las malas canciones de entonces hoy suenan bien. Las canciones de Madonna, que en su momento muchos consideraron chatarra de la peor calaña, hoy suenan como joyitas intemporales.

En la fiesta uruguaya en Houston todo venía espectacular hasta que unas damas le pidieron al DJ que dejara de pasar música de los ochenta, pues querían bailar cumbias y otras canciones por el estilo, que antes, en la primera época de la memoriosa noche, era imposible escuchar, pues todo lo que tuviera que ver con música tropical era anatema. Para música en español estaba la porteñada (Donald, Los Náufragos, La Joven Guardia, y un largo etcétera) y para la sección de lentas, César Banana Pueyrredón. Por consiguiente, cuando los ritmos tropicales tomaron posesión de la velada, me di cuenta de que para entonces había tenido ya una dosis alta de nostalgia. En las canciones que estaban tocando encontré la excusa ideal para partir, no sin antes saludar a quienes me habían invitado, sobre todo a Nada, asador eximio. A decir verdad, el ambiente fue muy bueno de principio a fin en todos los aspectos. Por si fuera poco, siempre reconforta ver el sentimiento de fraternidad extendido entre compatriotas que padecen la nostalgia de estar lejos (algunos con muchos años sin haber podido volver al país), y para mitigarla bailan con nostalgia algunas canciones, al menos una vez al año.

Sobre las cosas muy buenas que los uruguayos radicados en Houston hacen por otros uruguayos voy a escribir en un futuro próximo, porque me cuesta mezclar en la misma crónica a Village People con la solidaridad. Me parece que esta merece mejor música de acompañamiento que In the Navy, la cual por cierto, aunque a mí no me guste, puso a todos los asistentes a bailar, incluso a uruguayos nacidos fuera de Uruguay que no cumplieron aún la mayoría de edad. Por lo visto, la nostalgia, entre los uruguayos, se transmite genéticamente, yendo de generación en generación, así uno esté en un país donde la gente no habla de nostalgia aunque la siente, por eso hay radios, algunas de ellas muy populares, que solo irradian música de los setenta, ochenta y noventa. En Houston, una de las más escuchadas, y una de las mejores del país, la 106.9, The Eagle, emite casi en exclusividad rock de las décadas de 1970 y 1980.

Así pues, vivir rebobinando el tiempo, creyendo que el porvenir viene detrás y más lento, como si le costara llegar, es la característica –su genoma– de nuestra época, tan preocupada en destacar la importancia biográfica de la realidad. La tendencia es universal. El pasado juega a ser real lo más posible. Es una de las tantas desmesuras inmediatas. Por lo tanto, la nostalgia dejó de ser patrimonio exclusivo de los uruguayos. Puesto que las cosas en el mundo generan mayor incertidumbre que antes, la nostalgia se ha transformado en la trinchera donde buscar refugio y ponerse a no pensar, sino a imaginar, con la memoria, que la vida antes era mejor. También la música. Ante tanta inseguridad sin planes de confort a la vista, obligamos al presente a cobijarse en el pasado, uno que todavía no devino pretérito por completo, ni en Houston ni en Montevideo, porque retrocediendo ha quedado en marcha, y ya no puede detenerse.
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