Reuters

La casa está en llamas

Para millones de europeos, la selva se quema para producir carne y soja en América Latina

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24 de agosto de 2019 a las 05:03

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Muchos opinan, en el acierto o en el error, que lo que está en juego, por primera vez, es la propia supervivencia del Homo sapiens sobre el planeta. El Panel Intergubernamental de Cambio Climático ha advertido que en 2030 o poco más adelante, el calentamiento puede cruzar un “punto de no retorno”. Y un punto de no retorno, podemos imaginar lo que significa. 
Todavía quedan escépticos. Pero las noticias no paran de generar advertencias. Y la agricultura y la ganadería siguen en el banquillo de los acusados. Más nos vale que nos diferenciemos como país agropecuario, porque lo que está pasando en Brasil y en Bolivia, sumado a lo que ha pasado en Islas Canarias, en Siberia, en Grecia, en los propios límites del círculo polar Ártico es de una gravedad tal que si no logramos explicar muy bien cómo hacemos nuestra ganadería y nuestra agricultura nos veremos enredados en la misma bolsa con países con producción de alimentos cuestionable.

En Siberia fueron millones de hectáreas las que se quemaron. En la gran Canaria fueron algo más de 10.000, lo mismo que en la isla griega. Pero lo de la Amazonia y Bolivia nos pega de cerca geográficamente y en el prestigio de nuestros productos. Son miles de incendios que se generan deliberadamente en algunos casos para sacar la flora y fauna original y sembrar pasturas o cultivos. En definitiva, para millones de europeos, la selva se quema para producir carne y soja en América Latina. ¿Cómo los convenceremos de las diferencias que tiene la producción uruguaya? En términos de superficie somos insignificantes respecto a los vecinos.

Y el resultado es que el acuerdo Mercosur-Unión Europea pende de un hilo. Los agricultores europeos suman a los ecologistas y a la opinión pública en rechazo a una competencia que a la vista de las cenizas humeantes de la selva resulta para ellos inaceptable. Francia, Irlanda y Finlandia ya manifiestan lisa y llanamente su rechazo al acuerdo. 

El presidente de Brasil ya había hecho un insólito desplante al canciller francés “por razones de agenda” para luego aparecer en una peluquería cortándose el pelo. Luego había destituido al científico que había medido el aumento en la tala de la Amazonia. Luego dejó indiferente que se quemaran miles y miles de hectáreas. Y el corolario es que el acuerdo Mercosur-Unión Europea está a punto de caer.

En el mediano plazo, más grave que eso, millones de niños, jóvenes y adultos dejan de comer carne, perjudicando su salud y convencidos de que la carne es la causante de los fuegos de la Amazonia, el sufrimiento de los animales, entre otros males. Esta misma semana miles deben haber decidido abandonar la carne como producto, poniendo en el mismo rango y criterio a las vacas felices que pastan nuestros pastizales nativos que las que van a ocupar el lugar que antes tenía la selva.

Los jóvenes tienen toda la razón en indignarse. El futuro que les queda es tremendo. El club de los negadores del cambio climático liderado por el defensor de los petroleros Donald Trump y el defensor de un concepto de soberanía que lleva a la tala de la Amazonia Bolsonaro siguen adelante, sin importarles en lo más mínimo ningún futuro que vaya más allá de su propia esperanza de vida. Del 2050 en adelante no existe nada relevante para ellos.

En la escena local algunos grupos de izquierda acusan al “capitalismo” a pesar de que la Bolivia del presidente eterno Morales está también en llamas. El clima no tiene color político, las catástrofes ambientales no nos muestran que haya diferencia alguna entre lo que se da en llamar “izquierda” o “derecha”. Politizar electoralmente un tema tan grave debería dar un poquito de vergüenza. Los mismos que hacen política menor con la Amazonia nos han hecho poner US$ 800 millones para el monopolio petrolero estatal. Con ese dinero armábamos la tal electrificación del parque automotor, pero no, ha ido para profundizar nuestra vía petrolera dependiente del exterior y hacer algún experimento con fracking, la peor de las formas de sacar petróleo, un fracaso con fortuna. Es un problema de Brasil, de Bolivia, como antes lo fue de Rusia y como cada vez más lo será del mundo entero. El fuego, el derretimiento de los hielos, la frecuencia creciente de fenómenos climáticos extremos. No ayuda el escepticismo, ni el economicismo, ni la partidización ni algunos presidentes que solo piensan en acumular riqueza o poder a lo máximo posible sin que nada más importe. Y los hay de todos los bandos.

Lo que sí cabe es que Uruguay acentúe su diferenciación como el país más verde, responsable, serio y sensible de la región. Y que tratemos de rescatar al acuerdo con la Unión Europea de la acción de los irresponsables que están a punto de hacerlo naufragar. Los jóvenes seguirán masivamente a la sueca Greta Thunberg, que está en viaje a América en un velero a energía solar. Tienen razón en hacerlo. Los adultos no podemos parar de usar petróleo y talar selvas. Uruguay no tiene hoy ningún plan para dejar de usar petróleo. Hay un proyecto al respecto en el Parlamento, sería bueno rescatarlo y ponerlo a consideración. Y mientras tanto defender más que nunca a nuestra ganadería.

El país tiene sus pastizales naturales, sus vacunos felices y su agricultura única en el mundo por hacerse en rotación con pasturas. ¿Cómo hacer para que no nos confundan con los vecinos? Medir mejor lo que hacemos, desarrollar métodos de pastoreo racionales que saquen carbono del aire y lo pongan en el suelo, trabajar en sistemas agrícolas que contengan más pasturas y también mejoren la materia orgánica en el suelo, multiplicar el compostaje que en breve estará llegando a la lechería, divulgar más lo que se haga y aportar soluciones para este planeta que está en llamas. 

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