La muerte del verdadero Batman y el monumento a Judas

El universo paralelo que nos legó el hombre murciélago

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13 de junio de 2017 a las 05:00

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El debate acerca de quién fue el mejor Batman es, sobre todo, inútil. Más allá de gustos y generaciones, fuera del cómic, el protagonizado por Adam West –fallecido este viernes a los 88 años- es el único hombre murciélago de la historia.

Porque cuando se mueran Michael Keaton, Val Kilmer o George Clooney –otros de los actores que han protagonizado en la pantalla al superhéroe- se informará que se murieron Keaton, Kilmer y Clooney. Ni más ni menos que eso.

En cambio, el que se murió la semana pasada fue verdaderamente Batman, y así fue anoticiado por los medios serios. Aunque, en realidad, el que falleció fue Bruno Díaz y, aún antes, había muerto West, como si se trata de un juego de espejos diseñado por El Acertijo.

Lo que sucede con aquellos que se niegan a reconocer que se acaba de morir Batman es que, mayormente, pertenecen a una generación de hombres murciélagos duros en sus trajes de plástico y sombríos en su personalidad. Porque, dicen los nuevos batmólogos, esa es la verdadera esencia de Batman: el de un tipo oscuro acosado por el recuerdo de sus padres asesinados en un asalto.

Sin embargo, el Batman de West, el más parecido al del comic, se tomaba las cosas sin mucho drama. Es más, todo era pura comedia. Se ponía trajes de baño encima de la malla gris, se mandaba parlamentos desencajados, lanzaba ironías a diestra y siniestra que no eran captadas por los niños de aquel final de la década de 1960.

Por ejemplo, en la película de 1967 en la que Batman, entre otras cosas, se defiende del ataque de un tiburón usando un spray antiescualos, el personaje protagonizado por Robin dirige el Batimóvil mientras comunica por radio acerca de su paradero. "Estamos pasando por delante del monumento a Judas Iscariote", dice el joven maravilla sin que venga a cuento de nada, y sugiriendo, en una sola línea, un universo paralelo inquietante.

El Batman de West se convirtió en un ícono popular que no admite discusión, sitio al que ninguno de los futuros Batman pudo ni podrá llegar nunca. No se trata de una cuestión de gustos; así son las cosas. En todo caso, las nuevas generaciones que prefieren a los nuevos superhéroes rígidos y solemnes están en todo su batiderecho de seguir viviendo en su propia ciudad Gótica y de no asistir a un batientierro en el que nadie les dio vela.

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