I. Guimaraens

Munúa y el consuelo de la identidad

Nacional fue más punzante y Carrasco quedó preso de un estilo

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03 de marzo de 2016 a las 05:00

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Cuando terminó el partido entre Nacional y River Plate por la segunda fecha del grupo 2 de la Copa Libertadores en el Parque Central, ninguno de los dos entrenadores quedó conforme.

Gustavo Munúa no pudo lograr que su equipo ganara tres puntos claves y Juan Ramón Carrasco quedó rehén de un paradigma que no le dio resultado.

Ya desde el primer tiempo, Nacional salió con un claro 4-2-3-1, con Gonzalo Porras y Santiago Romero delante de la línea final y con cuatro hombres de punta, Leandro Barcia por derecha, Nicolás López por el centro y Kevin Ramírez por izquierda, detrás de Sebastián Fernández que fue el único punta.

La intención de Munúa, desde lo táctico, fue clara. Pretendió un equipo compacto, que se moviera en bloque –modificaba el sistema a un 4-4-2 de forma natural cuando perdía la pelota para aplicar correctamente el retroceso– y que no tuviera fisuras entre líneas.

Carrasco optó por un 4-3-3 como sistema táctico, con Ángel Rodríguez como único volante de marca y con Matías Jones junto a Bruno Montelongo como externos. El pecado de River fue, curiosamente en los equipos de un técnico que siempre piensa en el arco rival, su línea atacante. Sebastián Ribas como referencia de área secundado por Michael Santos y Nicolás Schiappacasse fueron, lejos de una solución, el lastre de un equipo que nunca se encontró.

¿Por qué? Porque mientras Nacional apoyó su juego en el vértigo que origina el movimiento en bloque en alta velocidad, con laterales proyectados y la pelota jugada siempre de forma vertical, River Plate cayó en la parsimonia de ser un equipo fracturado, con siete hombres replegados sobre su arco y los delanteros muy lejos.

Sin alimentación de juego vertical y con los envíos largos como única premisa para llegar al arco de Esteban Conde.

Por eso, con las cartas sobre la mesa y los antecedentes de cada uno, está claro que Munúa no traicionó su libreto y Carrasco se jugó a una línea de tres hombres fijos en ataque en busca de un resultado que nunca llegó.

En el juego de las identidades, Munúa fue fiel a su propuesta aunque Nicola Pérez y un horror de los árbitros peruanos lo obligaron a resignarse con un empate.
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