Ilustración de Pancho Perrier

Musk, el agitador multimillonario y rebelde que amenaza a los bienpensantes

Pensar que Elon Musk va a llevar a Twitter a ser un santuario de abusadores y bullies es caer en una caricatura que habla más de la tribuna bienpensante y absolutista que lo critica

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30 de abril de 2022 a las 05:03

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Su perenne sonrisa forzada en cada aparición pública, su postura física incómoda ante las cámaras: quien ve a Elon Musk sin conocerlo no daría dos pesos por él. Sin embargo, se trata de uno de los mayores genios tecnológicos-empresariales del siglo XXI. Inmigrante de Sudáfrica, vendió su primera empresa, Zip2, por US$ 300 millones, luego creó PayPal y se la vendió a Ebay por 1.500 millones, luego fundó Tesla y la transformó de un sueño idealista que vendía 6.500 autos al año, a la envidia de la industria automovilística mundial, que vende un millón de unidades al año con tecnología verde; creó SpaceX y la volvió una de las mayores fronteras de la vanguardia tecnológica mundial, al punto que es contratista de la Nasa y le organiza viajes a la estación espacial internacional.

Elon Musk es uno en un millón: un hombre adelantándose a su época. Que, como todo genio, no se amolda nada bien a los cánones con los que los grises del mundo solemos organizar la existencia.

Musk acaba de sorprender al mundo una vez más, cuando decidió comprar, por US$ 46 mil millones, la empresa Twitter, que además de una de las redes sociales más usadas del mundo se ha convertido en la gran plaza de debate global, más allá de que no sea representativa, ni de cerca, del total de la población.

Musk actuó a lo Musk: llevándose todo por delante, actuando primero y preguntando después, poniendo la billetera encima de la mesa sin escuchar a nadie. Compró una participación menor en la empresa, pero enseguida anunció que quería ir por todo. La junta directiva le ofreció una silla en el directorio, pero insistió en que quería ser el jefe. Twitter anunció estratagemas legales para licuar su participación de mercado si intentaba comprar la mayoría de las acciones. Pero al final Musk les ganó, y el lunes la junta anunció que el filántropo tech pasaba a ser el nuevo dueño de la compañía.

Con Musk siempre hay más. Desde que compró Twitter les puso los pelos de punta a cientos de miles de usuarios, empleados y políticos. Ha dicho en repetidas ocasiones que es un defensor de una libertad de expresión radical, y que quiere volver al primer Twitter, donde lo único que se prohibía eran conductas delictivas.

Twitter ha sido parte de toda una transformación cultural en Estados Unidos. Fue la gran plataforma desde donde Donald Trump pasó de ser un multimillonario excéntrico al presidente de la nación más poderosa del mundo. Luego fue el centro de los movimientos de resistencia contra el magnate, a medida que la empresa empezaba a ser cuestionada por ser plataforma para fake news y los discursos de desinformación, muchas veces atados a los de odio.

Twitter recién se animó a censurar a Trump tras su derrota a manos de Joe Biden, cuando alentó veladamente el asalto al Capitolio. Ya le había hecho varias advertencias, cuando el aún presidente en funciones ponía en duda, con argumentos dudosos –cuando no falsos–, la transparencia de la elección presidencial de 2018.

Hay argumentos muy serios sobre el rol de Twitter, de las redes sociales, y de los medios en general, como promotores de discursos de odio. Pero las redes sociales, empujadas por cierto discurso bienpensante, se han ido inclinando hacia la censura sobre la libertad de expresión. 
Todos quienes hemos trabajado en medios en internet sabemos que la libertad de expresión nunca es absoluta: siempre hay una tensión entre libertad y abuso, y el mejor ejemplo es la sección comentarios de los lectores. El concepto de moderación de contenidos es inherente a la comunicación responsable en internet. Primero lo descubrieron los medios (los responsables), muchos años después lo tuvieron que aceptar las redes sociales.

Pero hay un concepto que debería ser siempre el norte de medios y periodistas, lo que también aplica a las plataformas: en la disyuntiva entre libertad de expresión y censura, siempre hay que volcarse por la libertad de expresión. Ese es el equilibrio que, desde hace tiempo, se ha perdido en las grandes redes sociales, bajo las etiquetas de información dudosa o directamente la suspensión de cuentas.

El ejemplo más claro es la censura de Trump, bajo el argumento de que violó repetidamente las políticas de la empresa. Puedo criticar gran parte de la plataforma política del expresidente republicano, y sobre todo que haya lastimado a la democracia sembrando dudas sobre una elección sin aportar una sola prueba válida. Pero, nos guste a algunos o no, representa al pensamiento de millones de personas, por lo que su castigo no puede ser eterno. Eso solo profundiza el abismo entre los que piensan diferente, que tanto estimulan la mayoría de los algoritmos de las redes.

La pandemia también mostró esa tendencia a la censura, bajo la excusa de que algunas informaciones comprometían la salud pública. Primero fue a los negadores de la pandemia, luego a los antivacunas. Pero incluso a los que desde posiciones mucho más sobrias osaban discutir la eficacia de algunas vacunas para los efectos que se prometían, o la efectividad de los tapabocas. Guste o no, con cada cuenta o posteo que se silencia el debate va perdiendo calidad, y se hace cada vez más unidireccional. Podría discutir un día entero con un antivacunas –también con un defensor mesiánico de los tapabocas–, pero creo que tienen el mismo derecho que yo de expresarse.

Es esa tribuna bienpensante y absolutista la que está indignada con Musk. Primero, porque los expone: como bien dijeron varios analistas, el multimillonario ha hecho por el medio ambiente, con sus inversiones, muchísimo más que muchos de ellos con emojis y tuits.

Pero además, desde ahora tiene el poder para ir desmontando todo ese muro de restricciones. Ni siquiera sabemos exactamente qué es lo que quiere: es provocador y críptico exprofeso, también es misógino y algún exempleado lo acusa de racista. Pero si algo no es, es tonto, como muestra su historia. Pensar que va a llevar a Twitter a ser un santuario de abusadores sexuales y bullies es caer en una caricatura que habla más de la inteligencia de los que lo critican, que se han acostumbrado a un pensamiento casi unidireccional, previsible y gris. 

Musk propone más libertad, justo lo que necesitan las redes hoy. 

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