Tabú, del escritor alemán Ferdinand von Schirach, una novela sobre las falsas apariencias
Este es un libro de trama compleja donde la verdad no siempre coincide con la realidad de los juzgados
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05 de agosto de 2018 a las 05:00
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Aunque no hagan mucho alboroto, los alemanes están encantados con Ferdinand von Schirach. Y es que no todos los días surge un escritor de su talla, que además vende libros como churros y encarna valores que el país quiere que sean representativos de una sociedad que busca dejar atrás el estigma del nazismo.
Nacido en el seno de una familia aristocrática con una larga tradición literaria y de amor al derecho, el autor tuvo que superar el hecho de que Baldur von Schirach, su abuelo, fuera un líder de las Juventudes Hitlerianas que fue condenado a 20 años de cárcel por crímenes de guerra según sentencia del tribunal de Núremberg.
Aguijoneado por esa culpa ajena, desarrolló una carrera como abogado que estuvo marcada por la defensa de las libertades civiles frente al poder del Estado. Y a través de la ficción, con la novela El caso Collini, puso en el banquillo de los acusados a la Justicia alemana de posguerra. Tras la presentación del libro, el gobierno de turno realizó una investigación para averiguar el pasado nazi de muchos miembros del Ministerio de Justicia, lo que le agregó un matiz épico a todo el asunto.
La prosa de Schirach, tan alabada, sigue siendo la misma que deslumbró por su precisión y brevedad en los libros de relatos Crimen y Culpa. Pero sufre dentro de una estructura narrativa que cambia a cada rato y que aunque esté subdividida en tres partes bien nítidas termina por ser confusa para el lector.
No obstante, la novela tiene momentos sobresalientes, sobre todo al principio y al final. El comienzo es modélico y hay que sacarse el sombrero por la capacidad de Schirach para sintetizar en pocas páginas un montón de información sobre el protagonista del libro, Sebastián von Eschburg, y su desesperante familia.
Ese primer tercio de la novela funciona como un reloj suizo y sirve para entender cabalmente por qué el protagonista, a pesar de que se convierte en una estrella dentro del mundo de la fotografía, no deja nunca de ser un paria con gravísimos problemas sentimentales. No puede olvidar las borracheras del padre y el coto de caza adonde este lo lleva para que lo vea matar y destripar animales. No puede olvidar la indiferencia de una madre que solo piensa en montar a caballo. No puede olvidar el internado a dos mil metros de altura adonde lo mandan para que se haga hombre.
El segundo tercio decae y está marcado por la relación de Eschburg con Sofía, la amante que le dura más tiempo. El problema es que es una presencia más que un personaje, ya que carece de desarrollo y es una figura estática al servicio de la trama, que también se vuelve borrosa en esa parte, lo que le resta méritos al libro.
La parte final mejora ostensiblemente porque el protagonista, acusado de asesinato, contrata los servicios del singular abogado Konrad Biegler, un personaje muy bien construido que decide aceptar un caso aparentemente ya perdido. El juicio le sirve a Schirach para hablar de temas complejos de actualidad como la justificación de la tortura en nombre de la seguridad nacional, lo que pesan los prejuicios de la opinión pública en las decisiones que toma la Justicia o la fragilidad de las apariencias, que siempre engañan.
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