Un haiku para siempre

La poesía japonesa llega a alcanzar una levedad milagrosa pero no hubo nadie como el maestro Matsuo Basho

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29 de abril de 2018 a las 05:00

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El viejo estanque/Salta una rana/¡Plaf!

Es un haiku del poeta japonés Matsuo Basho, compuesto en 1686 y que se volvió famoso de forma inmediata en Japón y es, más de tres siglos después, el haiku más conocido en el mundo entero.
Las interpretaciones florecen como los cerezos en primavera, así como las diversas traducciones. Esa rana que interrumpe la quietud y el silencio del universo es tan famosa como su autor, algo que sucede también con Cervantes y Don Quijote.

De entre las tantas interpretaciones que he leído, prefiero la que entiende que el poema es una metáfora de la iluminación. Yo creo que bien podría ser un relato pormenorizado de una iluminación.

Estamos ante un monje en estado contemplativo en el estanque plácido y aparece en escena una rana que, sin decir agua va, salta. Y entonces se produce el milagro: el monje deja de pensar y pasa a ser. El sonido del agua al entrar la rana: plaf. Así de simple, ese fue el empujón para que el monje diera el salto al vacío, que rompiera la rueda y llegara al nirvana.

Ese hombre que había dedicado su vida al estudio del zen y que había agotado las mil y una formas de la meditación, que sabía de memoria las escrituras sagradas y de los vedas y que había renunciado a todo para terminar sus días junto al estanque; ese monje, en ese momento, logró olvidarse de todo lo que había aprendido, logró olvidarse de su identidad, de su mente y todas sus construcciones y pasó a ser parte integrante del universo, a entender sin pensar, retornó al mundo real.

En ese momento pasó a ser el Buda, como ya lo eran la rana y el estanque. Sí. Para cualquiera que esté al borde del nirvana, no cabe duda alguna de que el contacto del batracio con el agua de cristal es un despertador tan bueno como cualquier otro. Es todo lo que hace falta para quebrar esa delgadísima estructura mental que constituye el último karma.

Un gran hallazgo retórico es el hecho de que la rana no croe sino que salte y la interrupción a la serenidad del universo se dé por el choque de la rana con la superficie del estanque.

Para mí está claro que el poema excede a su interpretación. No importa lo que piensen los expertos y ni siquiera importa lo que haya pensado –si es que pensó– su autor. "La inminencia de una revelación, que no se produce, es, quizás, el hecho estético", dice Borges y yo estoy de acuerdo.

El milagro de los haikus es su brevedad pero en este, en particular, todo sucede en el último verso. Es eso lo que escucha y transcribe el poeta. Los dos primeros versos son información de contexto. La maravilla es que describe apenas un instante y logra que sea eterno.

Basho se despojó de toda vanidad literaria y desnudó el paisaje y la acción a un solo chapoteo en un universo de dos pinceladas
Lo común es lo contrario, la acumulación de palabras que no encuentran un camino. Las mil y una formas de decir "no sé", "no se me ocurre nada", las vueltas en redondo para disimular esa ignorancia esencial.

Se atribuye a Miguel Ángel aquello de que "esculpir es eliminar lo superfluo", liberar a la piedra para que manifieste la belleza de sus entrañas. Basho se despojó de toda vanidad literaria y desnudó el paisaje y la acción a un solo chapoteo en un universo de dos pinceladas.

El arte es artificio. Es una creación arbitraria que obedece a una necesidad del alma y que se apoya en sus propias reglas y hasta las desobedece. A veces es un truco de prestidigitación, que muestra y esconde su esencia delante de los ojos del espectador y lo sorprende y lo engaña.

Otras veces, muy pocas veces, es la cosa más simple del mundo, que muestra lo que siempre estuvo ahí, de una manera tan leve que es apenas perceptible y que emociona antes de entenderse, que llega al alma enseguida, como si siempre hubiera estado ahí.

El viejo estanque/Salta una rana/¡Plaf!

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