Más que una película, parecía una hazaña. Por eso tomó siete años poder realizarla. Para filmar El escuerzo, su guionista y director Augusto Sinay, había pensado en rodar casi en su totalidad en exteriores de su provincia, Córdoba, en una zona inhóspita en el medio de la sierra, donde sólo se accede con 4x4 y no llega ni siquiera el catering. Además de estos obstáculos necesitaba animales: escuerzos, caballos, cabras, gallinas y por si fuera poco: una niña y un niño.
Todo ello era lo pensado para darle sostén audiovisual al cuento homónimo que Leopoldo Lugones escribió para el libro Las fuerzas extrañas que se publicó en 1906. El resultado: un western criollo que se ubica en plena guerra contra el Paraguay (1866). Allí, Venancio, un joven gaucho mata a un escuerzo (sapo grande que se alimenta de otros animales) sin tomar en cuenta las exigencias que la leyenda establece para que el bicho no resucite y cobre venganza. Para escaparle a la maldición, Venancio emprende un viaje entre cuatreros, curas, desertores y chamanes.
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Como sucede en los buenos filmes de género fantástico, no se le puede dar una lectura lineal a la trama. Estas historias están llenas de interpretaciones que subyacen a medida que uno va digiriéndola. ¿A qué o quién remite “la criatura”? ¿Todo es real o productor de la imaginación? Sinay, estudioso y cinéfilo, extrajo diálogos históricos de Mitre y Alberdi porque necesitaba saber “¿cómo hablaban las personas en 1866?” y claramente, los amantes del cine de Leonardo Favio sentirán que hay pasajes, ensoñaciones que rinden tributo al gran director argentino. El escuerzo no pasará inadvertida por las salas y será una referencia cuando se busque una película que mezcle en partes iguales literatura y fantasía.
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