18 de mayo 2025 - 11:01hs

Ucrania no tiene petróleo, ni grandes reservas de gas. Tiene minerales, sí, y Estados Unidos firmó un acuerdo estratégico para colaborar en su extracción. Pero eso no basta. Reconstruir un país entero necesita mucho más que recursos naturales: necesita una fuente de ingresos permanente, valiosa, que no dependa de los precios internacionales ni de préstamos que algún día habrá que devolver. Lo que Ucrania tiene hoy, y nadie más tiene en esta escala, es experiencia de guerra moderna, y eso puede venderlo. Hay diez áreas que pueden convertirse en el negocio de la posguerra ucraniana, y varias de estas ya producen divisas para esta economía.

Primero, está el empleo de drones. La principal innovación en este conflicto está en estas aeronaves. Ucrania fabricó y adaptó vehículos autónomos y de operación remota. Desde cuadricópteros de uso civil hasta desarrollos propios que golpearon infraestructura rusa en profundidad, como refinerías o bases. Fabricaron más de un millón, y aprendieron a producir en masa, rápido y con bajo costo. Esa combinación —producción descentralizada, economía de guerra y adaptación flexible— es oro para países que necesitan defensa accesible y efectiva. Ucrania exporta tanto los drones como el modelo de producción, las cadenas logísticas y el software que los acompaña.

Este conflicto devolvió vigencia a la guerra electrónica, a veces en combinación con ciberataques. Durante el conflicto, Rusia atacó masivamente las redes de comunicación ucranianas: telefonía, GPS, señales satelitales, redes militares. Ucrania respondió con innovación: aprendió a bloquear drones rusos, a falsificar señales, a protegerse de sabotajes informáticos. Creó equipos híbridos entre ingenieros y militares. Toda Europa demanda esa experiencia: cómo proteger infraestructura crítica o cómo montar redes seguras bajo fuego. Ucrania forma especialistas extranjeros, y creó manuales y estándares. Esto la pone en ventaja para vender tecnología desarrollada en el campo de batalla.

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Nada iguala la experiencia. Y un soldado ucraniano promedio hoy tiene más experiencia de combate real que cualquier otro en Europa. No por elección, por necesidad. Saben cómo defender ciudades, cómo operar en zonas destruidas, cómo convivir con el enemigo a pocos kilómetros. Saben qué sirve y qué no. Por eso, Ucrania funda academias militares internacionales: entrena tropas extranjeras, forma instructores, replica las tácticas más efectivas. Es exactamente lo que hizo Israel con países africanos, latinoamericanos y europeos. Ucrania tiene ahora el mismo capital humano.

Defender un país es comprender cómo movilizar a una población bajo ataque. Ucrania organizó refugios, sistemas de alerta temprana, redes ciudadanas de apoyo, voluntariado logístico, primeros auxilios distribuidos. Europa perdió esa cultura. Kyiv puede exportar ese conocimiento: cómo armar una defensa territorial descentralizada, cómo organizar la protección de hospitales, escuelas, plantas de energía. Es consultoría pura, basada en experiencia.

Sin satélites propios y sin la tecnología de la OTAN, Ucrania desarrolló sus propios sistemas de comando. Aplicaciones que integran mapas, localización de tropas, ataques en curso y datos de inteligencia en tiempo real. Países aliados adoptaron algunos de esos sistemas. Este software asiste en la toma de decisiones bajo presión, en caos y con medios limitados. Europa también cuenta con tecnologías parciales y está en una posición ventajosa para comprar esos sistemas, licencias y formación; y adaptar estas aplicaciones a sus necesidades. También puede desarrollar nuevas versiones con Ucrania.

Por otra parte, ante el bombardeo de drones y misiles, Ucrania creó soluciones locales para proteger infraestructura. No solo sistemas grandes (como los Patriot), sino armas ligeras, portátiles, redes de vigilancia con sensores, lanzadores automáticos conectados a inteligencia artificial. Esa experiencia es ideal para países que no pueden permitirse sistemas caros, pero necesitan proteger aeropuertos, puentes o plantas eléctricas. Ucrania vende kits completos de defensa ligera, con entrenamiento incluido. Ya lo hace con socios y sus productos recorren los mercados más exigentes.

Hay un espacio donde la defensa se encuentra con los juegos de computadora. Y antes de enviar tropas al frente, Ucrania entrena con simuladores desarrollados localmente. Simulan batallas urbanas, ataques de drones, emboscadas, evacuaciones médicas. No son videojuegos: son herramientas realistas basadas en su propia experiencia. Estos simuladores ahora pueden exportarse e instalarse en otros ejércitos. Se pueden adaptar a diferentes terrenos, idiomas, equipos. Si bien hay varios países que desarrollan estos productos, el valor está en el realismo y la experiencia de combate entre quienes ofrecen ese adiestramiento -no tanto en el realismo de los gráficos u otros atributos tecnológicos.

Uno de los mayores desafíos en la posguerra será limpiar el país. Ucrania está sembrada de minas, explosivos improvisados, trampas. El personal que hoy realiza esa tarea acumula una experiencia enorme, con herramientas modernas y soluciones innovadoras. Esa misma fuerza puede prestar servicios en África, en Asia, en el Cáucaso. También puede formar expertos, vender robots de desminado, crear normas internacionales. Es un mercado que no deja de crecer.

Entre tanto, sin acceso a muchos tanques occidentales, Ucrania adaptó camionetas, furgones, autos civiles. Les puso blindaje, torretas, equipos de comunicación. Creó un ecosistema de vehículos rápidos, baratos, adaptables, ideales para guerra móvil. Esa experiencia es útil para fuerzas de paz, ejércitos de países medianos, y para fuerzas policiales en contextos de alta violencia. Ucrania puede diseñar y exportar estos vehículos, o licenciar su producción localmente.

Finalmente, sostener una guerra durante tres años sin control aéreo, sin rutas seguras, con líneas de suministro atacadas constantemente, fue un desafío logístico enorme. Ucrania aprendió a distribuir municiones, comida, medicamentos, combustible, usando drones, trenes blindados, cadenas humanas. Esa logística de guerra —eficiente, descentralizada, flexible— es vital para los ejércitos modernos. Y puede enseñarse, sistematizarse, exportarse como conocimiento aplicado.

Cada uno de estos rubros no es una idea: es una realidad probada en combate. Y lo más importante: Europa los necesita. Porque Europa no está lista para defenderse luego que desarmó sus ejércitos, confió en el comercio y la paz perpetua. Ucrania, en cambio, pagó el precio de aprender. Y ahora puede cobrar por enseñar.

Las cosas como son

Mookie Tenembaum aborda temas internacionales como este todas las semanas junto a Horacio Cabak en su podcast El Observador Internacional, disponible en Spotify, Apple, YouTube y todas las plataformas.

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