Al igual que en muchas de las principales ciudades del mundo, el trabajo en aplicaciones de mensajería y reparto se ha convertido en una realidad omnipresente en Buenos Aires en los últimos años. Esta modalidad, que combina tecnología y trabajo independiente, ha redefinido el mercado laboral para un sector creciente de la población.
Pero sucede también que los "repartidores de Rappi", como se los suele conocer, en estos años se han convertido en el modelo de un nuevo tipo de trabajador no calificado, muy alejado del modelo de la clase trabajadora tradicional, de los trabajadores en relación de dependencia —sindicalizados o no— e incluso de los actores sociales a quienes las crisis recurrentes de la Argentina llevaron a la dependencia constante de los beneficios estatales o los planes sociales.
Los repartidores de Rappi, en definitiva, pueden ser algo así como los proletarios del siglo XXI, pero además se los empieza a percibir como una base social importante para cualquier proyecto político. En este sentido, se ha señalado la afinidad de estos trabajadores independientes con el ideario libertario del actual oficialismo, algo que podría verse confirmado en el convenio entre el Ministerio de Capital Humano y la empresa Rappi anunciado este lunes. Más allá de eso, es interesante conocer de primera mano quiénes son, cómo piensan y cómo ven su trabajo y su realidad los trabajadores de las apps. Para ello, el informe "50 repartidores", elaborado por el consultor Lisandro Varela, es una fuente excelente de testimonios de primera mano para trazar un panorama abarcativo y comprensivo sobre este fenómeno.
Independencia, flexibilidad y riesgos en la calle
Uno de los principales atractivos del trabajo en aplicaciones de reparto es la flexibilidad que ofrece. A diferencia de los empleos tradicionales, donde los horarios suelen estar predefinidos, los repartidores pueden decidir cuándo y cuánto trabajar. Esta flexibilidad es especialmente valorada por aquellos que necesitan compatibilizar su empleo con otras actividades, como el estudio o el cuidado de familiares. Para muchos, el trabajo de repartidor representa una forma de ganar dinero sin estar sujetos a la supervisión constante de un jefe, lo que les otorga un grado de libertad que rara vez encuentran en otros sectores.
La autonomía no solo se refiere al manejo del tiempo, sino también a la capacidad de los repartidores para tomar decisiones en el día a día. Pueden elegir las rutas que les resultan más convenientes, decidir en qué zonas trabajar y ajustar su ritmo según sus necesidades personales. Este control sobre su jornada laboral es percibido como un beneficio significativo, aunque a veces esté acompañado de una sensación de incertidumbre, ya que los ingresos dependen completamente del esfuerzo individual y de la demanda del momento.
Para aquellos que han tenido experiencias laborales previas en entornos más regimentados, como el comercio o la gastronomía, la posibilidad de trabajar sin un jefe directo es un cambio bienvenido. Sin embargo, esta independencia también implica la ausencia de un respaldo formal en caso de problemas, lo que refuerza la naturaleza precaria de este tipo de empleo.
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El trabajo de repartidor, aunque atractivo por su flexibilidad, conlleva una serie de riesgos que no pueden ser ignorados. La inseguridad es una de las preocupaciones más mencionadas por quienes trabajan en la calle. La amenaza de robos, accidentes de tráfico o enfrentamientos con conductores imprudentes es parte de la realidad diaria de estos trabajadores. Además, las condiciones climáticas extremas, como la lluvia o el calor intenso, añaden un nivel adicional de dificultad. A pesar de estas adversidades, los repartidores desarrollan estrategias de adaptación, eligiendo trabajar en zonas más seguras o ajustando sus horarios para minimizar el riesgo.
El estrés asociado al trabajo no proviene solo de los peligros físicos, sino también de la presión constante por cumplir con los tiempos de entrega y mantener una alta productividad. Las aplicaciones monitorean el rendimiento de los repartidores mediante algoritmos que asignan calificaciones y rangos, lo que puede determinar el acceso a pedidos más rentables. Esta evaluación continua genera ansiedad, ya que un bajo rendimiento puede traducirse en menos oportunidades de trabajo y, por ende, en menores ingresos. La tecnología, que debería facilitar la labor, se convierte en una fuente de estrés adicional cuando surgen problemas técnicos o la plataforma asigna pedidos que implican largas distancias o poco pago.
Beneficio económico vs. precariedad
El aspecto económico del trabajo en aplicaciones de reparto es un tema complejo que refleja tanto la oportunidad como la precariedad. Si bien algunos repartidores encuentran en este empleo una forma de obtener ingresos superiores a los que podrían ganar en trabajos convencionales, otros se enfrentan a la realidad de que sus ganancias son insuficientes para cubrir todos sus gastos. La inflación, la competencia creciente y las fluctuaciones en la demanda afectan directamente sus ingresos, obligándolos a trabajar más horas para mantener su nivel de vida.
La relación entre esfuerzo y recompensa es un punto de constante evaluación para los repartidores. A pesar de que el trabajo puede ser rentable en comparación con otros sectores, sigue siendo una opción inestable y volátil. Los repartidores deben adaptarse a cambios inesperados en la plataforma, como variaciones en las tarifas o alteraciones en el algoritmo que distribuye los pedidos. Además, al no contar con beneficios laborales tradicionales, como seguro médico o vacaciones pagadas, deben cubrir estos costos por su cuenta, lo que agrava la precariedad de su situación.
Para muchos, la sensación de inestabilidad es una preocupación constante. Aunque valoran la posibilidad de generar ingresos de manera independiente, reconocen que su situación es vulnerable a cambios externos que están fuera de su control. Esto genera una dependencia del trabajo diario, sin margen para situaciones imprevistas, como enfermedades o accidentes.
El lugar del repartidor en la sociedad, los locales y los inmigrantes
La percepción social de los repartidores es un tema que toca de cerca la autoestima y la identidad de estos trabajadores. Aunque muchos valoran su independencia y se sienten orgullosos de su capacidad para ganarse la vida sin depender de un jefe o del Estado, a menudo se enfrentan a actitudes despectivas por parte de la sociedad. Los repartidores son conscientes de que, en general, no son vistos como trabajadores "de primera", y esta percepción influye en su autoestima y en la forma en que interactúan con los demás.
A pesar de este estigma, la comunidad de repartidores tiende a ser solidaria y a compartir experiencias y consejos. La camaradería se manifiesta en las pausas entre pedidos, donde se reúnen en puntos comunes como restaurantes de comida rápida o estaciones de servicio. Este sentido de comunidad es una fuente de apoyo en un entorno que, por lo demás, puede ser bastante solitario.
En cuanto a las diferencias entre repartidores argentinos y los inmigrantes (en una importante mayoría de ellos, venezolanos), es evidente que los primeros suelen ver este trabajo como una opción temporal, mientras que los segundos lo consideran una necesidad impuesta por la situación en su país de origen. Esta distinción afecta no solo sus expectativas, sino también la forma en que perciben su integración en la sociedad argentina. Los venezolanos, aunque agradecidos por la oportunidad de trabajo, a menudo lamentan no poder ejercer las profesiones para las que se formaron, lo que refuerza la sensación de estar atrapados en una situación de precariedad.
Influencia política y perspectivas a futuro
El perfil de los repartidores de aplicaciones se ajusta a un nuevo tipo de trabajador que prioriza la independencia y la autogestión sobre los derechos laborales tradicionales y los beneficios estatales. En este sentido, han surgido como una base social potencialmente alineada con movimientos políticos que promueven la libertad económica y la reducción del rol del Estado, como es el caso de La Libertad Avanza en Argentina. Estos trabajadores, al no contar con protección sindical y depender enteramente de su esfuerzo personal para generar ingresos, tienden a desconfiar de las soluciones estatales tradicionales, como los subsidios o los planes sociales.
Este enfoque en la autonomía personal y el rechazo a la dependencia del Estado reflejan un cambio en la mentalidad de una parte del nuevo proletariado urbano. En lugar de abogar por derechos laborales colectivos o beneficios estatales, los repartidores prefieren concentrarse en maximizar su rendimiento individual y asegurar su propio sustento. Esta postura los convierte en un grupo potencialmente receptivo a discursos políticos que valoran la iniciativa privada y promueven un Estado más reducido, en línea con las propuestas de figuras como Javier Milei, líder de La Libertad Avanza.
Mirando hacia el futuro, las perspectivas de los repartidores varían considerablemente. Para algunos, este trabajo representa una solución temporal mientras buscan oportunidades más estables o continúan con sus estudios. Otros, sin embargo, ven pocas alternativas y consideran que seguirán en este tipo de empleo a largo plazo. La falta de claridad sobre su futuro es una fuente de preocupación, especialmente entre aquellos que no cuentan con un plan B. El deseo de encontrar estabilidad económica y laboral choca con la realidad de un mercado que ofrece pocas garantías.
Sin embargo, no todo es pesimismo. Algunos repartidores han logrado utilizar este empleo como un trampolín para avanzar en sus proyectos personales o profesionales. Ya sea completando estudios, aprendiendo un oficio o acumulando ahorros para un emprendimiento, estos trabajadores demuestran que, con perseverancia, es posible aprovechar las oportunidades que este modelo laboral ofrece, aunque sea de manera limitada.