5 de febrero 2025 - 18:08hs

¡Caigan las rosas blancas!

Una de las primeras películas en agotar las entradas para todas sus funciones en esta 54° edición del Festival Internacional de Cine de Rotterdam (IFFR) fue la argentina ¡Caigan las rosas blancas!, séptimo largometraje de la talentosa realizadora Albertina Carri.

La directora de Cuatreros y La rabia pasó por este festival con su primer largometraje, No quiero volver a casa. Casi 25 años después (Los rubios y Las hijas del fuego también fueron programadas aquí, pero la directora no estuvo presente para acompañarlas), Carri vuelve a Rotterdam para participar con su nueva realización en la competencia Big Screen. Esta sección pretende tender puentes entre el cine popular, el cine clásico, el de autor y la vanguardia, un eclecticismo y diversidad que caracterizan al IFFR y son parte del ADN de todo lo que la directora argentina ha hecho en el cine.

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La premiere mundial de ¡Caigan las rosas blancas! fue el domingo pasado, a las 21:30 de una noche que aquí comienza a las 18:00 y con una temperatura en la calle de dos grados bajo cero. Pero la enorme y hermosa sala 4 del complejo Pathé estuvo colmada para participar del evento. El cine argentino es una "marca" que siempre convoca, Carri es una directora reconocida y respetada, pero lo extra-cinematográfico seguramente también ayudó a que en la sala se viviera una sensación de cofradía y encuentro entre amigos. Mientras hasta aquí llegan los ecos de la multitudinaria marcha en Argentina contra las declaraciones y decisiones que prometen menos libertad y diversidad, se recuerda que desde el inicio del festival su directora artística planteó claramente cuál es la posición política del IFFR. Vanja Kaludjercic, además de hablar largamente sobre todo lo que aquí se verá hasta el 9 de febrero, dejó en claro que la mirada del festival es exactamente la opuesta a la que marcó Donald Trump en su re-asunción como presidente de los Estados Unidos. El Festival de Rotterdam apoya activamente la diversidad y cree que su rol es, justamente, el de intentar ayudar a mitigar las desigualdades (esas que el "libre mercado" genera e ignora).

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Por eso no extraña que, además de la premiere de su última película, Carri haya participado ayer de una charla con la cineasta estadounidense de origen liberiano Cheryl Dunye, la primera lesbiana afroamericana en dirigir un largometraje (The Watermelon Woman, presentada en el IFFR en 1997). En el encuentro, ambas hablaron de sus historias y también reflexionaron sobre sus experiencias en el cine queer radical, su pasado, presente y futuro.

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Pero volvamos a ¡Caigan las rosas blancas! (perdonarán la digresión, pero el contexto sin dudas incide en la experiencia de la visión de la película). Obra inclasificable y mutante, crónica de viaje y de rodaje, indagación sobre el mundo del cine y los límites del porno amateur, comedia con toques fantásticos y profundo contenido político, verla en una sala colmada tiene algo de experiencia performática de la que uno se siente parte. Poner el cuerpo (algo que siempre ha hecho Carri) es algo que transmite la pantalla pero que se siente en la propia anatomía. La historia se vincula con la de Las hijas del fuego (2018), pero no estamos ante una secuela o spin-off. Muy por el contrario, la nueva obra parece haberse hecho "contra" su predecesora. Si en la anterior el viaje era al sur, aquí es al norte, y se resiste muy claramente a ser Las hijas del fuego 2. La película anterior existe en el universo de ésta, en el que a la directora de aquella le ofrecen hacer una película de mayor presupuesto y temática diversa. Reflexión sobre el propio cine al tiempo que se lo rueda, la sorpresa es el hilo que conecta los múltiples elementos que conforman este particular mundo en el que puede pensarse a la ecología desde el mito vampírico.

El encuentro entre Guy Maddin y Cate Blanchett

Además de ser una megaestrella global, Cate Blanchett se hace tiempo para otros gustos e intereses. Otro cine también. Así, con su productora Dirty Films, acompaña proyectos que difícilmente podrían imaginarse en el contexto de los filmes que habitualmente la tienen como protagonista. De hecho, un corto de su productora tuvo su premiere en IFFR.

Blanchett ha ganado dos Oscar (Blue Jasmine, 2013; El aviador, 2004) y cuatro BAFTA. Presidió los jurados de los festivales de Cannes y Venecia, y obtuvo dos veces el premio a la mejor interpretación en este último (Tár, 2022; I'm Not There, 2004). Entre sus numerosas contribuciones humanitarias, es Embajadora de Buena Voluntad de ACNUR, la Agencia de la ONU para los Refugiados. Aquí formó parte del anuncio de un fondo específico de ayuda para cineastas desplazados de sus países.

Pero, además, el año pasado, decidió protagonizar una comedia política lunática y anárquica, que juega con el sinsentido, en la que interpreta a la canciller de Alemania en una reunión del G7. La película es Rumours, se estrenó en mayo de 2024 en el Festival de Cannes y aquí se proyectó previamente a la charla que se realizó en el teatro Oude Luxor entre su director, el canadiense Guy Maddin, y la gran actriz australiana.

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Charla entre amigos (moderada con soltura por la directora ejecutiva del festival, Clare Stewart), la protagonista de Elizabeth y Carol contó que nunca pensó que sería una estrella de cine (creía que se dedicaría al teatro, en tanto carecía de “eso” que necesitan las estrellas). Relajada, de jeans y muy atenta a la charla, la estrella tuvo la generosidad de derivar siempre la conversación para poner el acento en el talento del creador de My Winnipeg (2007) y The Saddest Music in the World (2003).

El director canadiense hace un cine que no suele habitar las multipantallas y que en Argentina hemos conocido sobre todo por su paso por festivales. Muchas de sus películas se proyectaron en el BAFICI, que en 2006 puso en escena, con la narración en vivo de Geraldine Chaplin, esa locura que era Brand upon the Brain, en el Teatro Coliseo.

No es el caso de Rumours (ni de su predecesora, The Green Fog, especie de remake de Vértigo, de Hitchcock, utilizando found footage), pero mucho del cine de Maddin propone una relectura, un traer a nuestro tiempo la esencia del cine silente o mudo. Es que muchos de los avances que tienen que ver con el color y el sonido han sido también un retroceso o un límite en lo que hace a las libertades que el cine se permitía en las primeras décadas del siglo pasado. Se ha impuesto, en los hechos, para el mainstream y las mayorías, el cine narrativo y su decimonónica manera de encarar una lógica causal en el encadenamiento de los eventos.

Nada más ajeno al universo del realizador canadiense, quien en la charla contó que llegó al cine porque sabía que no tenía el talento necesario para ser escritor e intentó copiar a quien sigue siendo su referente: el único e inimitable Luis Buñuel. Sus “maestros”, según contó, han sido el citado Buñuel y el recientemente fallecido David Lynch (Maddin reconoció el impacto que le provocó encontrarse con Eraserhead, “un documental sobre mi vida”, comentó, despertando las carcajadas y aplausos de toda la sala).

Maddin ha trabajado durante las últimas cuatro décadas en largometrajes, cortometrajes, instalaciones en galerías y performances. Sus excéntricos proyectos cinematográficos han ampliado de forma constante y juguetona los límites formales del cine del presente. Fue objeto de una retrospectiva aquí en 2003 (ese año estrenó en el festival la instalación Cowards Bend the Knee). Muy cómico y filoso en sus declaraciones, durante toda la charla no levantó la mirada del suelo. Demasiado tímido para mirar de frente la enorme sala llena a tope, Cate Blanchett se encargó de “cuidarlo”, darle el lugar que se merece, jugar el juego que dos personas que se conocen y respetan saben jugar.

El director reconoció que nunca pensó que la actriz aceptara formar parte de su proyecto. En el fondo, seguramente ninguno de los dos se imaginó que trabajarían alguna vez juntos. Y ambos están felices de haberlo hecho. Esas sorpresas hermosas que tiene el cine.

Homenaje al video

Uno de los tópicos que abordaron Cate Blanchett y Guy Maddin en su charla fue cómo gran parte de su formación cinéfila se la debían al VHS. Ambos coincidieron en que, en su adolescencia y juventud, pudieron acceder al cine que no les era contemporáneo y a algunas rarezas a través del video y, en su caso, a las películas que se pasaban en la televisión abierta ciertas noches y los sábados o domingos a la tarde (tal como sucedía en Argentina). En fin, la referencia al video no es casual porque el IFFR le dedica una sección y le rinde homenaje.

Podría parecer paradójico, pero el festival recupera el lugar de encuentro y de formación cultural que fue el videoclub y reivindica esa forma de acceder a las obras que teníamos con el VHS, la primera oportunidad realmente popular de seleccionar y ver películas en el hogar. Fue otra de las amenazas que, se decía, terminaría por matar al cine (como antes lo había sido la televisión). No fue así y, según la teoría de la directora artística de la muestra, el video terminó fortaleciendo al cine, formando nuevas generaciones que, como Maddin y Blanchett, entraron por su mediación a este mundo.

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Ya el primer día del festival se proyectó el monumental trabajo del cineasta independiente estadounidense Alex Ross Perry, Videoheaven. Un proyecto de diez años en el que el director de Her Smell, Queen of Earth y Analizando a Philip (Listen Up Philip) recupera imágenes de películas (y hasta de no pocas series) en las que la acción sucede o se ve un videoclub. Para quienes vivimos los años ochenta hasta bien entrado este siglo, es emocionante acceder a este particular recorte de tantas películas que formaron parte de nuestro primer acercamiento al cine.

Eso es lo más interesante de una película de tesis que, en cuanto al relato y a la interpretación de lo que vemos, se torna por momentos algo reiterativa, redundante y, en algunos tramos, superficial. La voz en off sobreexplica en una cantinela que podría ser más concisa y dar más lugar a lo realmente valioso, que es —sin dudas— el fantástico trabajo de archivo.

El trabajo del festival es osado y emocionante. Por supuesto, está Be Kind Rewind, de Michel Gondry, pero también la última película del canadiense David Cronenberg, The Shrouds, presentada en el Festival de Cannes el año pasado y que imagina una empresa cuyo trabajo es instalar cámaras en las tumbas de los familiares para seguir online, en pantalla, su descomposición. Todo el inicio de la obra de este fantástico director lo conocimos en nuestro país gracias al VHS. Muchos lo descubrimos por la recomendación de algún otro cliente del videoclub o de quien lo atendía.

Es en ese componente inasible que forma parte de nuestra cultura donde el Festival de Rotterdam pone el foco, y la idea es tan desafiante como pertinente. En ese marco, se estrenó la coproducción entre Uruguay y Argentina, Directamente para video, de Emilio Silva Torres, así como la serie irlandesa Video Nasty, y se proyectaron muchas películas que hicieron historia en su momento pese a haber sido lanzadas como directo para video.

La vida continúa y aquí circula un petitorio para firmar en contra del cierre de la icónica sede del festival, la sala Cinerama, que supo ser enorme y donde se proyectaba en ese formato, hasta que hace años se subdividió en salas más pequeñas (tal como ocurrió con nuestro cine Gaumont). La historia se repite. El IFFR parece decir, con hechos, que la respuesta es no cejar, seguir confiando en la cultura compartida, en acompañarse, en disfrutar y resistir (y que estas dos acciones pueden convivir).

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