La convocatoria a un nuevo paro en el transporte no es más que un eco de ese sindicalismo anacrónico, una “máquina de impedir” que, en vez de adaptarse a los cambios, se aferra a sus estructuras herrumbradas.
Lo que estamos viendo con este paro no es más que el estertor de la Argentina clásica, esa Argentina que parece anclada en una vieja maquinaria que se empeña en poner obstáculos. Se trata del manual de una CGT desgastada, donde los engranajes y las bisagras están prácticamente en ruinas, sin comprender que el país ha cambiado. El sindicalismo argentino lleva décadas siendo la institución con peor imagen entre los ciudadanos, y no es algo que sorprenda. Quizá lo novedoso, lo verdaderamente distintivo de estos tiempos, es que estas movilizaciones no nacen tanto de la organización gremial, sino de una realidad en la que las asimetrías económicas han empujado a la gente a las calles.
Sin embargo, en paralelo a ese conflicto, comienza a consolidarse un índice de confianza que sube al compás de la calma económica. En esta etapa de gestión de Javier Milei, vemos cómo el blanqueo económico avanza, sumando adeptos y dólares en el sistema. Hay un movimiento económico en sus primeras etapas, una chispa que algunos sectores aún no terminan de entender. Durante décadas, en el país se vivió bajo la sombra de un modelo único, de un Estado benefactor que parecía ocuparse de los pobres pero que, en realidad, multiplicaba la pobreza y hacía permanente la dependencia.
El aguante de una sociedad que quiere cambiar
Este cambio, aunque lo lidere Milei, es algo que se viene gestando desde antes en la propia sociedad. Como bien decía Eduardo Aurelio, analista en opinión pública, este fenómeno va más allá del propio Milei. La sorpresa viene del aguante de la gente, de la madurez que empieza a ver que no se puede seguir en ese mismo camino de siempre. Aunque el nuevo rumbo pueda ser duro e inequitativo en algunas áreas, una parte importante de la sociedad mantiene la expectativa de que las cosas mejorarán. Los indicadores de confianza muestran que este sentimiento de optimismo se refleja en las cifras: según la Universidad Torcuato Di Tella, el índice de confianza subió un 12 % en el último mes, evidenciando una correlación entre la macroeconomía y la economía cotidiana.
Esto contradice esa teoría de que la macro no influye en la vida de la gente. De hecho, al medir expectativas, queda claro que ambas están entrelazadas. Y cuando se aprecian señales positivas, se nota un alivio. No hay nubarrones inmediatos en el horizonte, y esa calma es el primer paso para iniciar una recuperación económica sólida.
Los cambios se sienten en el interior, mientras el país madura financieramente
Si bien el escenario económico es sectorial, en el interior del país la imagen de Milei ha ganado más fuerza en comparación con los propios gobernadores. En lugares como Neuquén, Córdoba y Salta, donde la recuperación económica se ve de cerca, la imagen de Milei es notablemente alta y va de la mano con un reflejo económico que aún no es visible en Buenos Aires. Allí, como suele suceder, es difícil salir de un escenario “AMBA-céntrico” que se siente al margen de los cambios.
Déjenme plantear una idea sobre el riesgo país, ese índice que muchos en el país siguen sin darle la debida importancia. Nos dicen que es un valor exclusivo de las finanzas, que solo preocupa al “mercado financiero” y a la “bicicleta financiera”. En realidad, el riesgo país es el costo del crédito, algo que influye en todas las empresas de la Argentina. Aunque nuestra cultura financiera sea limitada, hemos visto cómo, tras la pandemia, las billeteras virtuales han traído un nuevo nivel de educación financiera en la sociedad. Hoy, el pequeño ahorrista o el ciudadano que tiene unos pocos pesos empieza a entender el sistema: el costo del crédito y la importancia de bajar el riesgo país como carta de presentación ante el mundo.